Por Óscar Tinoco
Fotografía: Danna Tamez
Creo que el cine ha sido parte de nuestra alienación,
pero creo que también lo puede ser de nuestro despertar.
-Joshua Oppenheimer
Subestimar el poder del cine documental es ignorar la idea de que lo audiovisual se ha convertido hoy en la herramienta más importante en materia de denuncia y defensa de derechos humanos. Blackfish de Gabriela Cowperthwaite exhibió las consecuencias de mantener en cautiverio a Tilikum, -una de las orcas de SeaWorld que asesinó a tres entrenadores-, y logró que el parque acuático dejara de presentar espectáculos con este tipo de animales.
Por otra parte, El Paso de Everardo González aceleró el asilo político en Estados Unidos para dos periodistas mexicanos amenazados de muerte por grupos del narcotráfico; y The Act of Killing, uno de los films más perturbadores de los últimos años, sacó a la luz un crimen atroz de lesa humanidad (los brutales asesinatos de cientos de miles de indonesios acusados de pertenecer al partido comunista) a través de una cruda narrativa. La trascendencia de este cine radica en brindar visibilidad y dar voz a quienes permanecen todavía en penumbras.
En México, uno de los casos más representativos que sacudió a nuestra sociedad fue el de Presunto culpable de Roberto Hernández y Layda Negrete, el cual fue visto por uno de cada tres mexicanos y se convirtió a la postre en el documental más taquillero en la historia del cine nacional.
A finales de 2005, Antonio Zúñiga, un joven comerciante proveniente de Iztapalapa, fue arrestado injustamente por el supuesto homicidio de Juan Carlos Reyes. En medio de un proceso lleno de irregularidades, el juez penal le impuso una sentencia de 20 años de prisión, hasta que dos jóvenes abogados, Roberto y Layda, fueron contactados por su familia para reabrir el caso y demostrar su inocencia.
El largometraje, fruto de largas horas de investigación y rodaje en tribunales, ganó decenas de premios a nivel mundial, tanto en festivales de cine como en organismos que reconocen la labor periodística. El tema de la impunidad y la corrupción encendieron la agenda pública y refutó lo que muchos ya sabíamos: la fragilidad de nuestro sistema penal de justicia.
Pero como una película de terror y cuando se creía ganada la batalla, el frenesí de la censura apagó el júbilo de los productores y les obligó a sacar el film de cartelera. Víctor Manuel Reyes, supuesto testigo del crimen y primo de la víctima, acusó a los abogados de haberle causado daño moral al no solicitar la aparición de su rostro en pantalla. Sin embargo, tiempo más tarde, el tribunal falló a favor de los directores y el interés público por la cinta se desbordó. Para ese entonces, Presunto culpable ya se había convertido en un fenómeno.
A seis años de la pesadilla en la que también existieron amenazas de muerte contra los realizadores, Ambulante Gira de Documentales en su 12 edición, retoma el tema de la impunidad con un ciclo de proyecciones y foros dedicados a exponer los procesos penales de diferentes latitudes.
Presunto culpable, además de Batallas Íntimas de Lucía Gajá; Crulic, camino al más allá de Anca Damián; La delgada línea azul de Errol Morris; Los juicios de Moscú de Milo Rau; y Justicia de María Augusta Ramos, buscan luchar contra el olvido y recordarnos que la cámara permite adentrarnos en las fibras más sensibles de una población atormentada por la impunidad.
Platicamos con Roberto Hernández sobre lo sucedido en torno a Presunto culpable y sobre sus episodios más dramáticos, así como de la polémica que rodeó a la cinta tras el acto de censura y las severas críticas de la comunidad de documentalistas cuestionando la ética de la película.
¿Cuál fue ese punto de inflexión en tu vida para combinar tu labor de abogado con el cine?
Todo se dio gradualmente. No fue que una mañana me levantara y de repente quisiera hacer un documental. Creo que sigo en el punto de inflexión. No me considero cineasta ni documentalista, aunque ya hice una. Soy abogado, estudié en el ITAM, en la UNAM, y en la Escuela Libre de Derecho. Nunca creí que me fuera a dedicar a esto, para nada. Ni siquiera cuando fui arrestado en una ocasión. Jamás me imaginé dedicándome al cine, menos en este tema.
La primera vez que se me ocurrió tomar una cámara, yo estaba en el sótano del Tribunal Superior de Justicia del D.F., y estaba haciendo encuestas a expedientes penales. Más tarde me di cuenta que las encuestas iban a captar lo que estaba viendo. De ahí pasé a hacer un corto documental en los juzgados, y ese corto fue puesto en televisión por Carmen Aristegui en CNN. De ahí me empezaron a buscar presos y familiares. Una de esas llamadas fue de los familiares de Toño, protagonista de Presunto culpable. Entonces ahí fue la transición completa. Me buscaron, me reuní con sus amigos, hablamos y comenzamos a filmar.
¿Fue muy complicada esa transición de abogado al cine con El Tunel y después con Presunto culpable?
Pues en realidad yo no sabía nada (risas), esa es la verdad (…). Un conjunto de gente me ayudó en esta transición al cine. Yo soy abogado, y sí tiene lo suyo tener una formación en cinematografía. Por ejemplo, Lorenzo Hagerman me enseñó lo más básico que puede enseñársele a alguien. Creo que lo más importante en lo que puede contribuir una persona que está tratando de hacer un documental y que no sabe filmar ni hacer sonido, es saber que está bien muy bien si dejas que otras personas lo hagan. Lo más importante, después de entender un tema, es la relación que puedas tejer con las personas que van a aparecer en tu película.
Yo podía tener cinco cámaras con el color desbalanceado en el juzgado de Toño y con un fuera de foco y un ruido brutal, pero lo que era una conexión de hierro, y lo es todavía, era mi relación con él. Yo y él nos íbamos a jugar la vida juntos por hacer esto, a tal punto de que aunque Toño ya salió de la cárcel, yo sigo trabajando en algo que le prometí.
¿Qué le prometiste?
Todo acabó bien, hasta ahora. Lo conocí con una sentencia de 20 años de prisión, y cuando nos despedimos estaba libre y afuera del Reclusorio Oriente. Pero los riesgos que corrimos fueron altísimos. A él lo pudieron haber asesinado por una bicoca. La decisión que él tomó de salir en el documental y exhibir esto no fue una decisión nada ligera. Comenzamos a grabar pensando que lo podían matar o aumentarle la sentencia a 50 años de cárcel, en vez de 20 que era lo que tenía. Él toma la decisión de salir con el documental porque lo que él quiere es que esto no le pase a nadie más. Todo es real, no es fabricado.
Tengo una cierta pasión por estos temas. Me importa que no haya personas inocentes presas en la cárcel. Me importa cambiar la cultura policial en México y cambiar la cultura ciudadana acerca de la policía. Toño me echó la mano a mí. En realidad es él quien me está ayudando a contar un relato que acercara a los mexicanos a un tema que nos vale madre. Entonces, cumplir a cabalidad mi promesa con él es que no le pase esto a nadie más. Sé que es una fantasía. Sé que siempre van existir inocentes presos y culpables libres, pero sí creo que hay muchas cosas que se pueden hacer para acercar la política pública adonde tiene que estar para que esto pase menos veces. Pero estamos aún muy lejos de eso.
México sigue encarcelando a una gran cantidad de personas inocentes. La policía no ha cambiado gran cosa y no hemos insertado políticas públicas que prevengan que un tipo por error o malicia, señale a un inocente y lo refunda en el tambo. Tampoco hemos cambiado lo suficiente para prevenir que a la gente la torturen durante un interrogatorio policial. Eso es lo que es. No hay una fórmula para hacer un documental que esté profundamente coludido con un tema y profundamente comprometido con una persona. Todo lo demás puede fallar, y de hecho en Presunto culpable fallaron las cosas el 99% de las veces. El 1% que funcionó está en la pantalla.
El tema de la censura que sufrió la película fue muy importante para su éxito. Pero, ¿realmente nunca previeron que estas personas los demandarían?
La verdad es que creo en la bondad de la gente. A lo mejor soy un poquito ingenuo y confío en quién no debería. De Víctor Reyes creí muy ingenuamente, y aunque no es un colaborador, la verdad sí hice la película pensando en él y en su familia. Pensé que cuando vieran el documental iba a ser claro que él mismo había sido víctima de esto y que lo habían forzado a señalar a alguien. Pensé que iba a tener el valor con su primo y con su familia para explicarles lo que había pasado. Lo que yo creo que pasó fue que lo amedrentaron y lo obligaron a señalar a alguien al día siguiente del homicidio en la calle.
No lo sé, pero tengo evidencia bastante indirecta, y no es independiente sobre esto. Yo sí pensé que al ver el documental el chico iba a entender que aquí todos habíamos sido víctimas, no sólo él. Lo que pasó es lo que todo mundo ya sabe, que nos demandó. Los abogados sí previeron que él tenía una acción civil, pero no previeron que pudiera demandar a RTC en amparo. No estoy seguro si previeron o no que pudiera demandar por uso de imagen ante el Instituto Mexicano de Propiedad Industrial, pero todo eso ocurrió y los abogados han defendido el asunto fantásticamente hasta ahora.
Además de las demandas, también sufriste amenazas de muerte, ¿cómo has sobrellevado eso hasta ahora?
La verdad, las amenazas de muerte han sido una bendición. Uno va por la vida pensando que tienes todo el tiempo del mundo para hacer algo, y cuando te amenazan de muerte te das cuenta que no tienes ningún control acerca de lo que te puede pasar. No porque te maten, sino porque te puede pasar algo en cualquier lado, como cruzando la calle. Entonces para mí ha sido una bendición, desde el punto de vista en que me han hecho valorar mi vida mucho más y tomar consciencia de que tengo una misión y cosas que hacer. No tengo tiempo limitado para hacer cosas.
Ahora espero a la gente menos de lo que antes esperaría. Soy más compasivo de lo que era. Además, es bien relevante decirte que las amenazas no sólo fueron sólo para mí, sino también contra mis hijas. Es una realidad que he tomado decisiones por ellas que las afectan, y moralmente tengo que vivir con eso. Estoy consciente de que hago cosas que ponen en riesgo su vida, la vida de mi familia y de los que están cerca de mí. Pero creo que no hay otra manera de vivir.
¿Qué te dice a ti que el documental más visto en la historia del cine mexicano sea hecho por un abogado, y no necesariamente por alguien formado en escuelas de cine como el CUEC o el CCC?
El éxito del documental se debe a una labor en equipo, y estoy muy agradecido de haber colaborado con personas que sí sabían de cine y que impidieron que cometiera errores garrafales. Por supuesto que la formación de cine tiene valor, pero más allá de la formación técnica, es la formación de saber contar historias y de tener una sensibilidad dramática.
No fui a la escuela de cine, pero sí me educaron cineastas, como Felipe Gómez, Martha Sosa y Geoffrey Smith. Ellos me enseñaron muchísimas cosas. También Alejandro Ramírez y Cinépolis me enseñaron a cómo distribuir un documental. No me dejaron solo. Lo que ocurrió es que un equipo de gente formada en el cine cobijó a un director-abogado y lo formaron como cineasta durante el proceso.
Ya andando el camión se acomodaron las calabazas. Tengo un gran respeto por la gente que vive de hacer cine y no tendría la arrogancia jamás de decir que esa formación no sirve para nada y que cualquier abogado puede hacer una película. Es una formación súper valiosa e importante. Hasta el día de hoy, a veces me cuesta trabajo determinar quién sí sabe de cine y quién no.
La gente con quien funciona trabajar mejor es con la gente humilde y curiosa. Cuando hay esas dos cosas se puede armar un equipo potente. Los mejores cinefotógrafos con los que trabajé en Presunto culpable siempre me preguntaron por qué quería filmar algo. Por ejemplo, estábamos en el juzgado y me preguntaban por qué quería esa escena. Entonces ya les podía explicar (…) Cuando la gente es curiosa y humilde, se puede armar una mancuerna creativa bien interesante, pero cuando la gente es arrogante y pedante, es más complicado.
Creo que filmar es como una meditación. Tú tienes que estar cien por ciento enfocado en lo que ves en pantalla, respirar muy hondo, y contemplar lo que tienes en tu encuadre, antes de moverte al siguiente paso. Hay gente que no tiene paciencia, que están moviéndose constantemente y no alcanzan a sentir lo que está sucediendo en su encuadre. Te diría que yo no sé operar una cámara, pero que sí sé filmar. Sí tengo por lo menos una sensibilidad visual de composición. Sé cómo te verías bien en un encuadre junto con ella [Danna, la fotógrafa]. Sé cómo haría un lenguaje entre ustedes dos cuando esté filmando, pero sé que hay muchísima gente mejor que yo haciendo eso.
Hubo una carta que se publicó en algunos medios firmada por varios documentalistas mexicanos criticando la ética de Presunto culpable, sobre todo, por la manera en que satanizó a Víctor Daniel Reyes en redes sociales y al derecho a que su rostro no fuera presentado en la película. ¿Qué te pareció esa crítica?
Leí la carta y requiere un sesudo análisis. No niego que alguien tenga derecho a su propia imagen y a aparecer en pantalla, pero me parece que la discusión tendría que ser factual. ¿En qué momento Víctor exige no aparecer en pantalla? Él exige ese derecho después deque el documental está en cines, demandando a RTC por no ser incluido durante el proceso en el que el organismo decide autorizar la exhibición del documental.
Estas discusiones son legales y éticas. A nivel legal tú no puedes decirle a nadie que no te ponga en pantalla. Eso es lo que dice la ley, estas reglas no las inventé. Están en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos y en el derecho mexicano. Lo que estas reglas dicen es que si tú me tomas una foto y no me gusta, te podría decir que la borres. Supongamos que durante 3 meses veo que no me gustan las fotos, no me gusta cómo me veo y te demando, ¿qué puedo pedir?, yo no puedo pedir que saquen de circulación el texto con la expresión de tus ideas que publicas, no puedo pedir eso.
Lo que puedo pedir es que tú me pagues por un daño. Ese argumento es el único que puede hacer Víctor Reyes. En realidad él no puede ir con RTC y decirles, «oye, ustedes no me incluyeron en el proceso de dar el permiso del documental», no puede hacer eso, porque si se pudiera, México sería un país que censura contenidos de manera previa. Nos estaría regresando legalmente a los 70, y hay jueces a los que les encantaría eso.
Uno puede mirar las cosas en retrospectiva y dirá, sí, pobre chico, pero si no meto la cámara entonces pobre Toño, le hubieran dado 20 años de cárcel y sin posibilidad de contar su historia. Lo que creo es que hay que balancear el interés periodístico frente a la afectación de la vida privada de esta persona, que finalmente en mi opinión, señaló a alguien diciendo que era culpable y lo señaló hasta el final. Nunca acabó de decir, «a mí la policía me coaccionó, me obligaron a señalar a alguien que no era, y lo siento mucho». Pudo decir eso, era perfectamente entendible y razonable, pero prefirió escoger otro camino. ¿Por qué no se atreve a decirle a sus familiares lo que te estoy contando? (…)
Sin duda Presunto culpable tocó las fronteras de lo que los tribunales habían dicho sobre la libertad de expresión, y los obligó a tomar decisiones que tratan de definir qué se vale y qué no. El derecho de cada mexicano a su propia imagen no fue escrito con Presunto culpable, para nada. Pero sostenerte porque tienes una imagen y la fijas en un libro, en una película, en un programa de TV, y que alguien llegue y diga quítalo, ¿cómo voy a quitar 300 copias en pantallas de cine repartidas en empresas y pagadas?, ¿cómo voy a quitar una imagen que ya está fija? No se puede.
Entonces es un absurdo completo. Entre los firmantes de la carta hay gente que ha recolectado imágenes en situaciones aún más cuestionables y yo aceptaría esas condiciones. Creo que hay que empujar las fronteras de lo filmable y hay que hacerlo con sensibilidad e inteligencia. Yo no tomé ninguna de estas decisiones a la ligera. La película fue auditada por abogados antes de que saliera a las pantallas. El juzgado es una audiencia pública de un caso de homicidio, eso a mí me parece inminentemente respetuoso de la vida privada de cada quién.
Estoy filmando un rostro en un lugar público, en el que se está metiendo una acusación penal y puede meter a la cárcel a alguien por 20 años, ¿merece escrutinio periodístico?, por supuesto que sí. ¿Merece escrutinio periodístico que alguien señale a alguien culpable de haber asesinado a una persona?, por supuesto que sí, sobre todo con tanta evidencia de descaro. Y por el otro lado la vida de Toño, él está corriendo el riesgo de quedarse en la cárcel o de perder su vida ahí dadas las condiciones que hay en los reclusorios en México. Quienes sostienen que hay que defender a Víctor están una posición indefendible, legal y éticamente.
Otra crítica que hacen es que, «el documental no debería ser un instrumento para cobrar venganza, ni siquiera histórica. El documentalista no es un juez y la realidad no está hecha de buenos y malos».
Un autor que me gusta mucho, Rowel Dahl, dice que el único pecado que puede cometer un escritor es exagerar. Yo siento que a mí me están acusando de exagerar. Me están acusando de pintar de villanos a quienes quizá no son tan villanos, y de pintar de buenos a quienes no son tan buenos. Pero no estoy seguro. La película es sólida periodísticamente. Incluso, los que estaban conmigo en el área de edición cortando material, lo saben. Del policía de bigote, José Manuel Ortega Saavedra, que es el que arresta a Toño, tenía un corte de cuando él llega al juzgado, entra, y se da cuenta de que hay cinco cámaras, es ahí cuando empieza a morderse las uñas frenéticamente, pero eso no está en la película.
Él empieza a hacer eso y la toma dura cinco largos minutos del tipo mordiéndose las uñas, mirando al cielo, rascándose la cabeza, diciendo «¿pero cómo voy a salir de esta?» No se lo esperaba. Él no se imaginaba ese nivel de escrutinio. Armamos un corte donde quitábamos eso, pero resultaba evidente que el tipo había tenido un comportamiento muy cuestionable durante el caso y que estaba consternadísimo de lo que estaba a punto de suceder.
Para no hacerte el cuento largo, yo no escogí material que no fuera pertinente, incluso quitamos las mordidas de uñas y tratamos de presentarlo de manera más neutral, aquí está el policía que detuvo a Toño y dejar al espectador la decisión de qué pensaba sobre él. El tipo hace esos gestos cuando se comienza a pelear con el abogado, se vuelve un tipo combativo y lo que comenzó a ocurrir es que el juez lo defiende e impide que el abogado le haga preguntas. Eso fue lo que pasó, ell juez comenzó a proteger al policía judicial, pero ¿comenté algo yo como director? No dije nada.
Cuando Toño llora yo le pongo mi mano en su hombro y les pongo eso en el documental. Lo que creo que no se vale, es tener una agenda y no decir que la tienes. Yo le dije al público: aquí hay un inocente preso y le voy a ayudar, voy a conseguir a un abogado y si es posible que lo defienda gratis mientras yo filmo. Siempre hablamos abiertamente sobre el proceso del documental, siempre se hace mención a las cámaras constantemente. Te das cuenta que hay un proceso de filmación y la historia en sí es ésta: vamos a ayudar a una persona haciendo un documental.
Entonces bendificar a personajes no lo creo. Y ser jueces, pues nunca dijimos que éramos un actor neutral. Somos abogados, nos dimos cuenta que hay un inocente preso y decidimos liberarlo haciendo un documental. Ésa es la propuesta de la película, es como quejarte de que una telenovela es una telenovela. Estoy haciendo lo que dije que iba a hacer y estoy diciendo lo que iba a decir. Le dije al público lo que iba a hacer, lo que le prometí. Ese argumento me queda un poquito lejos, yo no voy a hacer una película 100 % objetiva donde le dé igual peso a todas las versiones que me están planteando todas las personas que se me aparezcan. Lo que sí hice fue verificar absolutamente todo. Lo que dijeron Toño, Víctor y los policías fue verificado. Yo no puse en pantalla algo que supiera que no era verdad.
Después de toda esta batalla por la liberación de Toño y el éxito de Presunto culpable, ¿cuál sería la lección más importante que aprendiste?
Dos lecciones. Una es que no hay tal cosa como el éxito, realmente lo que se logró fue el conjunto de un montón de fracasos. Lo que es bonito del cine es que puedes editar y quitar los errores y te quedas con los aciertos. Entonces todas las veces que el fotógrafo se movió mal o no balanceó la cámara porque no le di una instrucción adecuada, se puede quitar en el cuarto de edición. La gente que ve la película no convive con los fracasos. Yo sí conviví con ellos. Padecí una filmación muy mal hecha y padecí una selección incorrecta de miembros del equipo. Lidié con ello y siempre te acuerdas de eso, pero el éxito es una conjunción de fracasos. No es que el documental naciera y fuera una gran película, no, la película está hecha a madrazos.
La segunda lección es que el éxito es peligroso, porque puede ser paralizante. Te cuesta trabajo después de haber hecho una cosa así decir, «voy hacer otra cosa, me voy a arriesgar». Puedo decir que ya hice esto, pero creo que lo que va a suceder con la siguiente película es que no puede ser tan exitosa como la anterior. No hay forma, estamos hablando del documental más visto en la historia del país, donde 36% de los mexicanos lo vieron. Tengo que hacerme a la idea de que para la siguiente cosa que haga, la probabilidad va a estar en mi contra. Esto fue extraordinario para mí, por la historia, por la gente que se involucró, por la censura judicial y por el personaje que encontramos. Tengo que hacerme a la idea de que corrí con suerte también. Sí me esforcé muchísimo, pero corrí con suerte. Yo no sé si voy a tener la suerte de mi lado en mi siguiente película. Tengo que arriesgarme a fracasar otra vez, como cualquiera que está comenzando, como si yo no supiera nada. El éxito a veces te impide jugártela.
* Presunto culpable forma parte de la sección ‘Por la justicia’ de la doceava gira de documentales Ambulante.