Por Karen Fabián
Obertura
Hace apenas unos meses Carlos me dijo: «escucha a esta mujer, se llama Silvana Estrada, te va a gustar». (Él sospecha que yo nunca escucho lo que me manda, pero la realidad es que valoro mucho sus recomendaciones.) El 27 de junio, la Orquesta Nacional de Jazz de México la invitó a abrir la jam session que organizan todos los martes en la Casa de Coahuila y, como quedé fascinada con su música, antes de que se fuera le pedí una entrevista. Ella se mostró encantada y acordamos ponernos de acuerdo a través de Facebook; un par de días después me puse en contacto con ella; le comenté que saldría de viaje y que mis horarios estarían apretados, así que ella propuso: mañana en la noche.
Quedé de verla a las 7 p.m. en la Cineteca. Llegué corriendo y luego de sortear algunas dificultades de localización, por fin nos encontramos en el foro al aire libre. Yo quería encontrar un lugar cómodo y pensé en las mesitas del fondo. Silvana quería un café. Mientras caminábamos hacia allá hablamos poco, hasta que entramos al café La vie e hicimos algunos chistes sobre chicos, ordenamos, pagamos y salimos.
El origen
Pues, mmmm, creo que no hubo un punto exacto, me dice Silvana cuando le pregunto cómo comenzó a hacer música. Incluso hubo una etapa en la que no quería saber nada de tan presente que estaba en su casa. «Se me hacía un poco de hueva, obvio no me voy a dedicar a esto».
Sus papás –contrabajista y clarinetista– se dedican al oficio de la laudería. Creció cantando y tocando porque en su casa la influencia musical estuvo siempre muy presente, pero no recuerda cuando se dijo a sí misma «esto es música y esto es mi vida y ahora están juntos», y aunque de niña nunca pensó ser músico profesional, simplemente un día entró a la escuela y lo formalizó. Para sus padres fue como si dijera «quiero entrar a jugar voleibol, como cualquier cosa». De todos modos ya hacía música y era mala para los deportes. Así empezó a tocar y a pasar la tarde.
La inspiración
Tú música es muy honesta, le comento, me interesa conocer un poco más de tu creación. Aunque estudió dos años de jazz en la universidad y puede tocar decentemente los standards, de un tiempo a la fecha se siente más compositora que músico y está concentrada en su proceso creativo porque, aunque podría aprenderse una canción un día antes para llegar y tocar, lo que le importa ahora es crear «ese lenguaje que tú muy amablemente dices que es honesto; trato de que sea honesto».
Silvana ha colaborado con músicos de alto calibre. Con David Aguilar ha tocado a dueto y me dice que él de verdad tiene una escuela de la creación, es un ingeniero de la canción y se ha inventado un método para crear de la nada. Ella, en cambio, todavía se siente atada a los «flashazos» de la inspiración, pues pasa el tiempo y se le terminan los temas, pero se obliga a sí misma a hacer otras cosas que es como tumbar barreritas y avanzar, «que además lo ves muy claro cuando haces tú tu propia música», a diferencia de la escuela en donde todo es claro porque se ve reflejado al termino de los semestres.
Por cuenta propia, es que un día te pares y tengas una inspiración increíble de tal tema y te pares y lo desarrolles y hagas una canción y al otro día no puedas y seis meses después te puedas parar cruda o enferma o lo que sea, y tengas que hacer una canción para una obra de teatro o una canción para lo que sea y lo puedas hacer y te guste y te sientas bien con esa.
A Silvana le encanta escribir y le encanta la música, no puede negarse a dedicarle su día. Para ella la escritura y la lectura son sinónimos de liberación. Es por eso que su proceso viene más de la poesía, de una búsqueda sonora que representa lo que trae en la cabeza y lo que puede hacer, que consiste en una armonía mucho más asequible, a partir de las limitantes que el mismo cuatro venezolano le plantea, que en realidad se convierten en una especie de ayuda que la guía para no perderse en algo que no es, «o sea para no perderme en el virtuosismo que te enseñan en las escuelas por ejemplo. Para no perderme en los intercambios tonales y las sustituciones tritonales, ¿sabes? Porque eso lo puede hacer quien sea pero haz una canción con tres acordes».
El camino: creación como catarsis, como necesidad
Silvana creció escuchando música que la representó toda su vida: Violeta Parra, Soledad Bravo o Silvio Rodríguez, por lo que no trata nada distinto de decir lo que piensa de la manera más sanadora posible, todo surge por una necesidad: «creo que trato de sublimar las cosas; no digo que lo pueda hacer o que lo haga sabiendo que voy a sublimarlo».
Por otro lado, no le importa agradar ni el qué dirán pues piensa que ahí es cuando no pasa nada y sugiere «si quieres hacer algo que le agrade a alguien por el hecho de agradarle, la música no es el camino, podrías invitarlos a comer, el camino es más fácil» y entre risas agrega: no hagas canciones, sé Shakira, apréndete los standards, improvisa bien y marca los cambios y ya está; no te hagas ruido mental. «Si se te olvida respirar te mueres, si se te olvida el tema no pasa nada».
Pero ese no es su camino, el suyo es el de la honestidad con ella misma, con su propia voz, y aunque en ocasiones intenta ser distinta, lo cierto es que le nace ser así, no le da miedo ser cursi. Me da la impresión de que es precisamente esa honestidad la que permitió que Charlie Hunter se interesara por su música. Justamente el verano del año pasado, por estas fechas, Silvana viajó a Guadalajara para tomar clases de ensamble con él.
El disco: la honestidad
Charlie estaba en un plan de no querer tocar jazz y pidió a los asistentes que pudieran, una composición. Como ella no sabía qué llevar, un amigo le dijo «hay que llevar esta rola, que es tuya y está bien chida y a nosotros nos gusta»; al día siguiente el guitarrista y compositor de Rhode Island quedó maravillado con lo que escuchó, tanto, que de inmediato le propuso grabar un disco. «Pues claro, o sea, no voy a decir que no», pensó Silvana.
Primero Charlie viajó a Coatepec, a casa de Silvana, y ahí grabaron algunas cosas, algo muy casero, para conocer más la música. Luego, a principios de este año, ella se fue a Nueva York para grabar en el estudio de Ground Up Music, que es la disquera de Michael League, líder de la legendaria banda Snarky Puppy.
La alineación es brutal: Silvana en la voz y el cuatro venezolano, Charlie Hunter en el bajo y «su guitarra esa rara» de ocho cuerdas y Carter McLean, «que toca la batería como si tocaran diez cabrones». Las composiciones y los arreglos son mega sencillos, hechos al momento. El disco sale en diciembre y la gira comienza en la costa oeste, de ahí a NY y otras zonas de Estados Unidos y después Europa.
Como al final el tiempo en México se prolongó más de lo que ella esperaba, empezó a grabar un disco en el estudio de su mejor amigo, el baterista Daniel Zepeda. El enfoque es totalmente indie y pop y «Yo estoy muy contenta. Finalmente es música que me gusta, que yo hago, que es como la visión que yo tengo de mí, que no es el arreglo de alguien más y justo no estoy tratando de que suene a algo que no quiera que suene».
El jazz
Le pregunto a Silvana qué opina del gremio del jazz en México, personalmente (y por algunas pláticas con Carlos) me parece que hay mucha competencia y confusión; le digo que todas las cantantes me suenan igual y ella ríe a carcajadas.
«No le dedicaría mucho tiempo a pensar en el ámbito del jazz, creo que sí es muy cerrado, sí es mezquino en varias cosas, creo que la actitud no es la correcta porque hay un sector que está tirando cátedras sin tener realmente la autoridad, pero lo cierto es que la autoridad la damos nosotros. La autoridad la da el gremio. Si tú, chavo, te quejas porque fulanito es jazz police, pues tú le diste la autoridad. Eso creo yo pero tampoco sé mucho de la escena».
En Xalapa es peor, ahí no pasa nada más allá de la escuela, no existe el free jazz, no existe la música moderna, no existe la música contemporánea, no existe el folk como tal. En Xalapa, como en la CDMX, hay mucho talento pero gracias a la mezquindad y a la competencia que corroe al gremio, la escena está muy enferma. Hay mucho jazz police pero lo cierto es que hay poco jazz y aunque hay músicos por los que Silvana se mata, que están tocando increíble, la mezquindad prevalece.
Pero es normal, responde, es música de hace 60 años, de otro país, «no me ofendo si alguien no tiene swing. En Estados Unidos estudian tres horas y ya está»; acá hay que ponerse las pilas, pero si no quieren hacer swing no pasa nada, «y si quieres tocar swing y eres malo no pasa nada, te va a ir mal, no vas a tener trabajo pero tampoco pasa nada, no sé si me explico, no pasa nada nunca con nada».
Al final, no está chido hacer las cosas en la visión guerrera que enseñan en las escuelas, eso de «estudia ocho horas, sufre, sangra; ese pedo Whiplash no es verdad. Nada es así; nada que valga la pena es así».
Colofón
Luego de una hora de conversación, recuerdo la impresión que dejó en mí el día de la jam session del 27 de junio; yo le decía a Carlos que ella me parecía muy honesta, que reconocía en todo momento el talento de su acompañante, el baterista Alex Lozano, para quien pedía aplausos en todo momento. Decido ir cerrando pues temo que esté cansada. Me pregunta cuándo sale la entrevista y le comento los pormenores. Volvemos a hacer algunos chistes, le agradezco por todo, nos despedimos y le doy un abrazo. De regreso voy cantando «Brindo por este afán de libertad/ por la firme esperanza de cambiar/ brindo por esta fuerza al caminar/ por la vida y por el mar».