Slowdive: El regreso de los hijos feos del shoegaze

Por Israel Colunga Cisneros / @crustaceus

Foto: Adrián Ávila / @nicolaiwebster

En el marco del que quizá sea el mejor escaparate de música independiente en México actualmente, la noche del 13 de marzo fuimos testigos de un evento que nunca va a repetirse en nuestro país: Slowdive encabezando un festival. Los hijos feos del shoegaze, «los que no hicieron Loveless», los que en 1995 se desintegraron y de puro milagro no fueron olvidados por el mundo entero, como sí sucedió con otro montón de bandas que no corrieron con la misma suerte. Contrario a ese dicho popular de que el shoegaze era «la escena que se celebra a sí misma», la gente estaba ahí de verdad para escucharlos, para celebrar junto a ellos.

En ese contexto, la existencia de una banda como Slowdive se antoja siempre necesaria, y el hecho de que se les reconozca poniéndolos a encabezar un festival como el Nrmal confirma el estatus que se han ganado dentro de la música indie a lo largo de los años, como una lenta pero constante bola de nieve, aquellos que crecieron escuchando sus discos pudieron revivir sus recuerdos y aquellos que tomamos esa melancolía prestada, pudimos ver a nuestros ídolos por única vez, con más canas y uno que otro dolor en el nervio ciático.

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Ni el calor, ni el viento, ni las fallas técnicas impidieron que la presentación de Slowdive nos mandara a todos a las nubes, el accidentado inicio fue un poco frustrante pero a partir de «Crazy for you» y con los problemas solucionados la magia comenzó de verdad y no se detendría durante los próximos 50 minutos. Todo estuvo ahí en un concierto donde recorrieron gran parte de Souvlaki y que tuvo pinceladas de Just for a Day y Pygmalion: el reverb, las paredes de sonido, los pedales, la combinación de las voces de Rachel Goswell y de Neil Halstead, los coqueteos con la electrónica en «40 days», el imponente space rock de «Souvlaki Space Station», los guiños al britpop en «Alison» con sus versos vampirescos (‘Allison i’ll drink your wine / I wear your clothes when we’re both high’), la metamorfosis al folk en «Dagger», la vida antes de Mojave 3 y finalmente ese homenaje a la psicodelia sesentera (pero yo diría también a la locura) con su ya clásico cover a «Golden hair» de Syd Barrett (extraído originalmente de una Peel Session) confirmaron que Slowdive bien podría ser la mejor banda de shoegaze, pero afortunadamente para todos son mucho más que eso, demuestran en vivo que sus horizontes musicales van más allá que los de varios contemporáneos suyos y que no necesitan gran cosa para reafirmar su calidad y su leyenda de ser una banda cada vez más influyente y que todo eso lo lograron siempre con lo que tenían a la mano.

Un concierto de Slowdive, leí alguna vez, es como cuando miras por la ventanilla de un avión, aterrado por la distancia entre el cielo y el suelo, por la velocidad y por la imposibilidad de sostener la mirada sobre un solo punto, integrando dimensiones de velocidad y quietud, entonces sabes que la densidad de esta banda se compara con solo dos momentos de un vuelo: el despegue y el aterrizaje, sin nada en medio. Pero creo que esta definición aplica para todo el shoegaze y que nuestras plegarias sean escuchadas: que ese avión nunca se apague.

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