Por Miguel Ángel Morales / @mickeymetal
Foto: Víctor Morales
Hay una certeza en la música más que en cualquier otro lenguaje: se trata de un virus que transforma el cuerpo casi inmediatamente. Une a extraños en espacios aleatorios: gente baila y se mezcla como agua en el agua alrededor de un músico que entona un par de acordes. Urde amistades a través de las convergencias: él se enamora de ella por lo que ella escucha en el elevador en el que coinciden. Lleva a la mente a lugares del pasado o incluso futuros: le da sonidos a momentos climáticos de nuestras vidas. Trasciende el tiempo: la partitura es el registro de una voluntad creadora que busca el infinito. Empalma latitudes lejanas: alguien canta una serenata a su amad@ en skype. Inicia reinos de terror: las manos machacadas de un cantautor antecedieron al silencio de una dictadura.
Luz de Riada es una utopía. Ha sobrevivido a sus múltiples encarnaciones desde su formación en 2011. Ahora, con la publicación del tercer volumen de Cuentos y fábulas, Ramsés Luna se propone convertir al proyecto en tres células con sede en México, Estados Unidos y Chile. Doce músicos fungirán como un gran colectivo en el que él será la única constante. Antes de su partida al cono sur, el (por ahora) quinteto dará su último concierto del año en el Centro Nacional de las Artes este jueves 24 de noviembre. A propósito de ello surgió esta charla con el saxofonista, flautista y compositor.
Me interesa saber qué es lo que pasó entre la segunda parte de Cuentos y fábulas y esta tercera. En el camino se fueron Hugo Santos y René Flores, y posteriormente lo hizo Gustavo Jacob. Ahora, hay una banda totalmente diferente…
Esto tiene que ver con una idea acerca de un inicio. En la conformación de una banda, todo tiene que ver con un proyecto. No solamente es la música sino todo lo que conlleva poner en funcionamiento una agrupación que esté activa en la producción de discos, de música y de conciertos. Yo venía casado con una idea sobre las bandas. Así empezó Luz de Riada. Provino del proyecto de Cabezas de Cera, que logró ser una gran familia de esas características. De cierta manera, era una banda en la que todos jalábamos más o menos parejo. Lo que ocurrió con Luz de Riada no tuvo la misma suerte. La gente se fue quedando en el camino por intereses diferentes que no estaban contemplados en el proyecto inicial. Yo siento que había mucha inocencia en el sentido de que a veces se piensa que una banda es asistir a los ensayos y tocar. Sin embargo, implica algo más. Todo esto fue generando una cuestión complicada para funcionar. Así hicimos el primer disco y el segundo. Después de esto, fue complicándose cada vez más; los integrantes se fueron cambiando por una cuestión no buscada. Con el tiempo he aceptado que Luz de Riada no es una banda; más bien se fue conformando a partir de mis alcances como músico, como productor, como promotor, generador de conciertos, etc. Todo esto siempre con el apoyo de Edgar Arrellín, a cargo de la ingeniería de audio. Él y yo tenemos cerca de 16 años produciendo música. Desde el 99 con Cabezas de Cera y de ahí en adelante.
Pensé en lo del proyecto tripartita de Luz de Riada a partir de ver que había muchos huecos. El año pasado tuvimos cerca de ocho conciertos pagados. Resulta que no se pudieron concretar todos, porque alguno de los integrantes tuvo otros proyectos o muchos proyectos. En el fondo, Luz de Riada no era su prioridad. Fue un poco dentro de mi mesura, dije «si así se está dando el proyecto, pues que así sea». El asunto nunca fue forzar a la gente a trabajar. De tal suerte, las cosas cayeron por su propio peso, gracias al interés de seguir haciendo nueva música bajo el nombre de Luz de Riada. Así, se fue tornando en un colectivo de muchos músicos. En ese entonces, te decía que frustradamente se vinieron abajo varias fechas. Yo las continué bajo el proyecto en conjunto con Marcos Miranda, y otros. Como tal, Luz de Riada se quedó en puntos suspensivos, aun teniendo ya la grabación hecha. Yo me encargué de producir con Edgar todo el material. A final de cuentas logramos concluirlo peor con la expectativa de qué iba a pasar. Era: o hacemos otra cosa con otro nombre o seguir así. Yo había peleado mucho por tener un espacio en el imaginario de los medios y de la gente. Para mí era frustrante dejar el nombre de lado, y a final de cuentas decidí defenderlo a capa y espada.
Entonces, me llamó Luis Nasser, bajista que vive en Chicago, para integrarme a un proyecto que se llama Fractals. Él trabaja en la Universidad de Columbia y le dieron el apoyo para llevar a cabo este proyecto con varios músicos. Acepté. Me preguntó cómo iba Luz de Riada y le dije que tenía una invitación para tocar en Estados Unidos, pero que no era nada seguro. «¿Qué necesitas?», me preguntó. «Músicos, porque no hay», le dije. Entonces él me propuso que estaría encantado de colaborar en Luz de Riada. «No te preocupes; tengo a la gente indicada», me respondió.
Teníamos un baterista muy bueno, pero con muchos compromisos. Enseguida, llegó Brandon Cameron, baterista con el que hicimos la gira con la que empezamos este nuevo concepto que tendrá tres sedes de la banda a lo largo del continente: la base de Norteamérica en Chicago, con músicos de Maryland y de la misma ciudad. En agosto, tocamos en Chicago, en la Costa Este, en Baltimore, Washington y Carolina del Norte, todos estupendos conciertos. En septiembre armamos la siguiente célula con músicos mexicanos más un bajista argentino, Lucas di Giuseppe. En guitarra y stick está Emmanuel Pina, en la batería Erik Milton, en la trompeta y bugle Issai Amador. Con este quinteto estamos casi por concluir las actividades en México en un par de semanas. En Chile se conformará la siguiente célula. Será una mezcla entre músicos gringos, mexicanos y chilenos. Allá estarán Emmanuel y Luis Nasser. En enero tomaremos carretera y haremos conciertos en toda la región hasta el Sur. Estaremos en Valdivia, luego al otro lado de Los Andes, en Mendoza, y otros lugares. Con eso cerramos la gira de Cuentos y fábulas volumen 3, con lo que se cierra ese capítulo. A la vez estamos trabajando en nueva música, la cual se estará registrando en vivo.
A la distancia veo que Luz de Riada ha tomado nueva sangre. Las decisiones correctas se han tomado. Ya no es un proyecto con un cierto número de músicos, sino un proyecto de células.
Me recuerda un poco a la idea de Robert Fripp que es la de ver a King Crimson como si fuera un taller musical, en el que el cuerpo musical adquiere distintas facetas, todas ellas válidas y diferentes. No es muy recurrente en general en las bandas de rock. Es más cercano a los músicos de jazz. ¿Será así un poco con Luz de Riada?
Creo que aquí más bien fue una circunstancia, no algo maquinado. Más bien la misma vida nos fue orillando a eso. Yo me mudé a Chile con la familia en mayo pasado a partir de las circunstancias en las que vivimos. Por la violencia, entre otras dificultades. Chile no está exento de eso, pero es más amable. Esta decisión la tomamos entre mi esposa y yo. A partir de eso quedamos en que yo venga a trabajar a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México por un lapso de diez semanas cada semestre. Entonces, Luz de Riada será un proyecto momentáneo en cada espacio: en Estados Unidos es a lo máximo un mes, en México diez semanas y en Chile será el resto del año; un proyecto movible, a final de cuentas. No es un capricho. También hay que decirlo: este tipo de música no da para vivir, no es un negocio. Es una forma de ser felices haciendo lo que más nos gusta y ser honestos. Eso es lo importante: que no se pierda la honestidad en lo que estamos generando. Entonces, Luz de Riada toma un camino diferente pero bienaventurado, ya que tenemos el apoyo de aicaacia, una asociación civil, que apoya a los artistas. Ellos solventaron todos los gastos de la gira en video y audio. Gracias a eso se está presentando esta oportunidad de movilidad de la banda.
En este último disco hay ciertas particularidades. Lo encuentro más pesado a diferencia del primero, que tiene una vena marcadamente progresiva, incluso politizada en el nombre de las letras. En su presentación de la Fonoteca Nacional de hace unas semanas fue notorio esto.
Sí, tiene más fuerza por la instrumentación. Al dejar de ser un cuarteto, Luz de Riada ganó en sonido. Este quinteto tiene ahora una sección de alientos entre metales y maderas, una sección cuerdística que antes no había, que es el bajo. El bajo es un instrumento robusto en sonoridad que le da más potencia. Los temas en vivo son más potentes con el bajista. A mí siempre me ha pasado una cosa muy particular: siempre he tocado con no bajistas. Con Mauricio Sotelo él era stickista y hacía los graves del bajo; en algún momento Paco, el baterista, tomaba las líneas graves desde el pad. Pero nunca había un bajista. Con Hugo Santos pasó el mismo caso: él era guitarrista; tomó por primera vez el stick en los 80 y era una guitarrota. Por ende, sus figuras resultaban totalmente pianísticas, no de bajo. Si algo me llenó ahora en una cuestión sonora en la paleta de colores son los graves del bajo, que son potentísimos. Es un cambio radical.
El ciclo de Cuentos y fábulas lleva cinco años sonando. ¿Qué radicalidad o continuidad habrá respecto a esto?
Será una aventura totalmente diferente, enriquecedora. La forma de trabajo cambiará necesariamente: ya no son cuatro o cinco músicos, son doce. En diciembre empezaremos con la dinámica de aventar chamba a la distancia. ¿Qué quiere decir esto? Que las células estarán activas en Estados Unidos y México. Yo desde Chile las estaré coordinando. Será algo muy entretenido y creativo porque se vivirá un enfoque de poder hacer una fusión cultural continental. Cambiará mucho. Cuentos y fábulas tenía que haberse terminado hace muchos años, pero se fue postergando con la salida de cada producción. No es algo que me dé de topes, pero ahora entiendo que así es la creación: hay que dejarla fluir y darle su tiempo.
Dices que un proyecto como este no deja dinero, sino que se trata de buscar una identidad. Me gusta esa idea de dar una música más allá de lo comercial…
El objetivo real es la felicidad. En el momento que yo empiece a hacer música a partir de un trabajo mandado a hacer toma índoles de otra naturaleza. A Cabezas de Cera le pasó un poco eso con la invitación a Vientos y Lugares, un proyecto catalán de músicos de América. Empezó primero con Inmigración, con músicos catalanes y sudamericanos. Se acercó el productor y estuvo padre la aventura en el sentido de compartir, pero ya en los hechos concretos de las cosas que se pretendían me sentí un poco ajeno en el proceso. No es algo que haya disfrutado tanto. Me di la oportunidad de conocer otro tipo de proyecto. Pero creo que no hay que perder la vena principal que es la felicidad, plasmar de la manera más sincera tu percepción de la vida por medio de los sonidos. Lo tengo claro desde hace tiempo: hay dos tipos de músicos: el que vive de la música y el que vive para la música. Por fortuna, tengo la oportunidad de hacer lo segundo, ya que mi vida económica se solventa desde otro lado, desde le trabajo en los talleres. La Orquesta de Música Experimental que tenemos me da ese gran privilegio de tener resuelto eso; es un trabajo muy noble como enseñar y producir conciertos. La composición en tiempo real es un trabajo muy diferente al de Luz de Riada. Estoy en un momento de mi vida muy privilegiado. Estoy aprovechando al máximo mi estancia aquí. Yo entiendo a mis amigos músicos que de repente no pueden hacer conciertos de esta manera, que le tengan que entrar al hueso, haciendo música que no les gusta, música horrible, para solventar la vida.
En Luz de Riada todos llevamos una doble vida. Luis Nasser, por ejemplo, es catedrático de Física en Chicago. La vida es más amable así. Aaron Geller (guitarra) está sacando el doctorado también.
¿Es imposible hacer este tipo de música en estos tiempos y recibir un buen sueldo de ello?
Totalmente. Es algo que se tiene planificado. Los gobiernos lo diseñan. La gente no siempre está donde más le gusta estar. Por algo el sistema está mal: el artista plástico debe estar haciendo una doble vida, el actor tiene que hacer una doble vida. Los músicos. Todos los artistas que se dedican a la cultura se aferran a hacer lo que menos les gusta con tal de costear su arte. Se aferran a hacer, pero es complicado. ¿Qué ha pasado con los festivales? El Festival del Centro Histórico se ha reducido. Las programaciones cultural como la del Zócalo programan covers [una semana antes de esta entrevista hubo un concierto con canciones de los Beatles]. Qué bueno que existan bandas de covers, pero para eso está el bar. Por ello es importante generar nueva música. Lo real es que ese tipo de cosas están ganando la batalla. ¿Qué pasa con los presupuestos económicos para el apoyo al arte y la cultura? Los músicos que pretenden tener una beca están ahí peleando lo poco que hay. ¿Qué te deja esto como joven creador? Dedicarte a otra cosa o hacer música comercial. Pero eso es culpa de nosotros.
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¿Son tiempos difíciles para la disidencia? Creo que estamos en un momento en el que las políticas neoliberales se están alineando perfectamente en el mundo: la caída de las izquierdas en Latinoamérica, la crisis económica que se avecina derivada de la llegada de medidas impopulares de los gobiernos, la privatización de espacios públicos. A la luz de esto, parece ser que se avecinan tiempos de contraste…
Me pasó algo curioso en Estados Unidos el año pasado: se acercó un fan a comentarme que conocía muy bien mi trabajo. «Tienes una orquesta. ¿De qué se trata?», me preguntó. Le dije que se trataba de un proyecto nacido en una universidad de izquierda como lo es la UACM. De cierta manera, la escuela es productora de un espacio creativo diferente que da la versión de otro tipo de música, no la que tienes a la mano, y que también ha producido un espacio de creación de instrumentos. Con esto les quitas la idea a los chavos de que forzosamente un instrumento tiene que salir de un aparador, una tienda, y que con la inventiva puedes generar los tuyos reciclando materiales. La pareja de este fan dijo: «sería maravilloso implementarlo en nuestra universidad». El fan se empieza a reír. «¿Estás loca? En el momento en que se enteren de que alguien esté haciendo algo este tipo de cosas está atentando contra la lógica del capitalismo». Contra lo que atenta este pensamiento no es a un sector sino a una forma de entender el mundo. Nos queda mucho por hacer, pero sin duda se van a recrudecer los tiempos en contra de este tipo de música.
En realidad sabemos de donde venimos. México es un país muy bonito, con mucho potencial cultural, pero pareciera que está reinando un solo gusto. Ahora lo chido es la cumbia.
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O el rock comercial. Ya ves que Los Ángeles Azules grabaron un disco con varios personajes de la farándula roquera y popera.
Lo que sí hay que aceptar es que México no es un país roquero, sino un país tropical. En los 70 la posibilidad del rock se vio truncada con la represión. A chaleco nos metieron toda la cultura popular, desde la cumbia hasta las baladas.
¿Entonces por qué hacer cosas roqueras? Yo sé que tú eres gran seguidor de bandas como The Who. Roger Daltrey dijo hace poco que el rock ya no dice cosas propositivas, que el rock llegó a su fin mortal.
Es que aquí el rock nunca ha funcionado como allá. Se creó el “rock en tu idioma” como una cuestión mercadológica. Existió, pero en los hoyos fonquis, en el underground, no en lo que creó Televisa, con los Amantes de Lola, los Caifanes, Fobia. Todas esas bandas en el fondo no eran rock, sino canción popular que adoptó cosas de rock. Ni siquiera Café Tacuba; es una buena banda de covers; sus inicios fueron muy buenos. Muchas de esas bandas tuvieron sus inicios de empuje. Pero a final de cuentas, ellos abrieron la caja de Pandora. El rock, como todas las músicas auténticas, tiene que ver con una actitud. No es estar adoptando modas sino simplemente ser tal cual. La propuesta musical que venga de ahí necesariamente será no complaciente. Pero en sí el rock se murió hace muchos años. Por ello hay que buscar siempre nuevos sonidos.
Hay mucho por hacer. Mientras el músico no se dedique a la música a fondo, a vivir para la música, difícilmente vamos a escuchar música diferente, creativa.