Por Adrián Ávila / @nicolaiwebster
Fotografías por Carolina de Luna, Jeannette Escamilla y Eme Ce
Comenzaré de forma directa: el festival Ceremonia es más que un festival musical, una construcción discursiva. Desde que se toma la carretera México-Toluca, existe un aura de misticismo. Pasar a través de ese túnel compuesto por el cielo y los bosques, da una sensación de que algo diferente está por suceder, un intento de transición hacia lo natural, o bien, el Centro Dinámico Pegaso.
Cuando Thundercat tocó «Hmmhmmh», canción en la que colaboró con Flying Lotus, fue un gesto de unión entre mi primera visita al festival en 2014. Dos años después, recordé y comparé la experiencia que tuve en aquel entonces, y es un hecho que la ideología del evento ha cambiado mucho.¿A qué me refiero con esto?
Durante los años 50, un joven Roland Barthes se dedicó a deconstruir eventos y actividades que la sociedad francesa asimilaba como algo natural. La lucha libre, la publicidad, la moda, la comida e incluso el cerebro de Einstein son mitologías para el pensador francés, pues todas son construcciones discursivas que buscan representar algo que no está allí. A partir de esto, es curioso observar un evento de tal magnitud, con el patrocinio de tantas marcas, como un mero evento de entretenimiento.
Desde la llegada al lugar te sientes apartado de la sociedad, de las leyes; los límites se pierden por momentos. Incluso alcanzar la puerta del Centro Dinámico Pegaso requiere una larga caminata lejos de la carretera. El dinero convencional ni siquiera sirve, pues se requiere recargar tarjetas de prepago. Las jovencitas se ven desesperadas por desprenderse de sus padres y forjar torpemente cigarros de marihuana sin purgar la hierba. Los muchachos observan la ropa entallada de las mujeres y viceversa.
Resulta curiosa la elección de cambiar la fecha del evento a algo más primaveral. Pero todo tuvo sentido; el calor es intenso, la primavera es motivo de sensualidad, las personas se visten de forma más provocativa y, bueno, por algo una marca se la pasó regalando condones de la mano de mujeres en minifalda. Pero la manera de evocar esta sensualidad estuvo en la música.
Entre las primeras presentaciones de cada escenario se podía apreciar un ritmo que incitaba al baile pegadito, bajos pronunciados, ritmos avalsados, electrónicos, pero caribeños. Hablo de Salón Acapulco en el escenario Corona, C. Tangana en el Vans y Svntv Mverte en el Absolute Camp Rosswell. Aunque no tenían mucho público, su música se escuchaba por el recinto y era como escuchar una agradable serie de melodías en una recepción.
Cuando se traspasa la puerta de acceso, el festival cobra sentido. Ceremonia es una palabra referente a un rito, llevar a cabo una actividad para alcanzar cierto estatus social. Aquí simplemente es un carnaval en honor a la diversión de quienes pueden permitírselo. El mapa recuerda a Reino Aventura o Disneyland, porque la música no es suficiente, sino una serie de actividades para el mayor entretenimiento, por no llamarlo consumo. De esto se encargaron las marcas como Virgin, Pepsi, Prudence, Vans y Corona, con actividades desde carros chocones hasta juegos mecánicos y tatuajes. No me malinterpreten, no es una crítica las corporaciones ni nada por el estilo, pero creo que es bueno distinguir de un festival los motivos comerciales de los artísticos. Porque en lo artístico es donde pisa duro el Ceremonia.
Por ello Thundercat fue la transición de la recepción del festival hacia lo sustancial de un evento musical: la MÚSICA. Con su escuela de jazz, influido por Herbie Hancock, su equipo y su manera de extraer toda clase de sonidos de su bajo, convirtió el Ceremonia en todo un rito. Por un momento toda aquella parafernalia en torno al festival se perdió entre sus armonías graves, su voz dulce y su carisma. Era el Charro Negro porque apareció con un vestido de Charro azul y prometió beber mezcal más tarde.
Su presentación fue una forma de observar en qué destaca el festival, pues traen músicos poco conocidos, pero de enorme calidad. Thundercat, aunque poco conocido, es el genio detrás de mucho del trabajo de Kendrick Lamar, además vino acompañado de Justin Brown en la batería que con sus solos logró abstraer al público en un momento meramente musical, y Dennis Hamm en los teclados simplemente demostró lo necesario que es para acompañar las armonías del bajista californiano.
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Después, Gesaffelstein llenó el escenario Corona de una atmósfera sombría con su electrónica. Ligando canción tras canción, recordando Enter the void (2009) utilizando parte de LFO, «Freak». La audiencia bailaba como podía, apretujada por el exceso de personas, pues el músico francés atrajo con su música al público sacando a algunos de su estado de pasividad e invitándolos a dar sus mejores pasos. En la parte de hasta atrás se veía toda clase de bailes extravagantes: un hombre moviendo sus extremidades como trapos mojados de un lugar a otro, o bien un par de muchachas dando meros brincos apretujando su manos contra su estómago.
Con la noche llegó el exceso y el descontrol. Muchos tenían la cara perdida en espacios inalcanzables para personas no drogadas. Algunos se tropezaban sobre el pasto, otros más se quedaban dormidos recargados sobre las tarimas de los VIP, y quienes permanecían conscientes se balanceaban entre el público. El Ceremonia puede ir desde las escenas más bellas, como las sonrisas de mujeres caminando al atardecer, hasta los patéticos beodos.
Titán es un ejemplo de esta versatilidad. La banda mexicana puede tocar desde lo mejor hasta lo peor y aun así sonar bien. Son capaces de tomar canciones de Mozart, de Bach y mezclarlas con ritmos de cumbia sin sonar forzado. Es una de las joyas nacionales liderada por Emilio Acevedo en colaboración con Julián Lede (sí, el mismísimo Silverio) y Jay de la Cueva (sí, el de Moderatto). Acevedo demuestra que para hacer una buena banda, es necesario romper algunos límites.
Sin embargo, aunque su retorno fue muy esperado, muchas personas ignoraban a la banda mexicana. Sólo los mayores de 25 parecían haber conocido a la banda. A pesar de ello, lograron demostrar cómo se regresa al escenario con una propuesta vieja, pero que, en 2005 me parecía bastante adelantada a su época. Titán suena fresco, y ojalá se vea nuevo material, pero por lo mientras es necesario revisitar esa etapa de la música nacional organizada por el sello Nuevos Ricos.
Pero el plato fuerte fue el rapero de la Costa Este, Nas. Es aquí cuando se agradece el gesto del Ceremonia de dar tanta apertura al hip-hop. En sus ediciones ha traído a Snoop Dog, Tyler The Creator, A$AP FERGE y Flying Lotus, que tiene su lado con Captain Murphy. Hace casi un mes vimos a Wu Tang Clan gracias a House of Vans y ahora Nas representó un viaje a la vieja escuela.
Apenas comenzó su concierto, llegó con el álbum que lo puso en el mapa y uno de los más influyentes de la escena, Illmatic. «N.Y. State of mind» comenzó por abrir el setlist seguido de las primeras canciones de su LP legendario de 1994. «Life’s a bitch», «The world is yours» y «Halftime» nos llevaron a un recorrido por una de las últimas etapas del hip-hop de la vieja escuela.
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Pero el rapero de Queens no venía solo. Acompañado de DJ Khaled, la audiencia del Ceremonia pudo apreciar el arte de pinchar discos en vivo. Este sujeto tiene en su currículum una canción donde colaboran Nas, DJ Premiere y Scarface, Se trata de «Hip-hop», incluida en su álbum Kiss the ring (2012), en el cual también colaboran Kendrick Lamar y Kanye West. La fórmula entre él y Nas hizo que la noche cobrara una fuerza musical que tuvieron al público a merced de sus coros todo el tiempo.
Las rimas, la música y el carisma de Nas se vieron en la ejecución misma. El rapero movía sus canciones como quería, cortaba unas, aumentaba otras, e incluso introdujo una versión de «Sweet Dreams (Are made of this)», de Eurythmics, una canción de la que, por lo menos, la mayoría conoce el estribillo. Esto me pareció muy inteligente de su parte, pues logró establecer un vínculo con el público en general para poder introducir su música, pues parecía consciente de que no era el más conocido del festival, pero sí de que era su primera vez en México.
Tanto Nas como Thundercat fueron las presentaciones más sólidas porque no les faltó ni sobró nada. Por ello Disclosure no me sorprendió como esperaba, pues les sobró demasiado. Forzaron al público a escuchar canciones de su segundo álbum muy por debajo del primero. Además a esa hora muchos se iban y otros buscaban a sus amigos perdidos, entonces no se podía disfrutar la función sin la interrupción de un “con permiso”.
El dúo británico de música electrónica logró prender al público, sí, pero por lapsos. Aunque cuando los espectadores se prendían, se sentía toda la energía en sus movimientos y saltos. «White Noise», «F For You» o «When a fire stars to burn» demostraron la calidad del grupo, pero a veces alargaban tanto algunas canciones que el público terminaba por desesperarse. La última media hora parecía un rave, pero interrumpido de esta manera, se perdían las pocas energías que quedaban después de todo un día de conciertos.
Aunque más austero que en 2014, el festival nunca fue tan asfixiante como ahora. Hace dos años los escenarios no estaban tan llenos, las filas no eran tan largas, no había tanta venta de productos ni de comida. El festival fue maravilloso pero asusta la idea de que se convierta en un mini Corona Capital, porque repite muchos de los aspectos malos de este último. Y ver que un festival que nos ha brindado bandas como Suuns, Unknown Mortal Orchestra y que ha abierto un lugar para la escena del hip-hop, se convierta en un lugar de mero estatus donde los machos alfa se identifican por cuantos vasos de cerveza llevan cargando, uno dentro de otro, da temor.