Bob Dylan alguna vez dijo que él conocía algo de sí mismo que nadie más sabía: su propio destino. Sabía que había de desvanecer las fronteras de la canción y el poema. Caminó por donde Woody Guthrie y Pete Seeger, hacia el mismo escenario que lo crucificaría por el suave sonido de mercurio salvaje que brotó de su guitarra eléctrica.