Por Andrea Mireille
Pasé días sin éxito buscando a la persona encargada de coordinar los pagos en una de las revistas en que colaboro. El día de la entrega de papeles el sistema se cayó, por lo que había que ponerse en contacto, pues de no hacerlo, no se comprometían a pagar y sería culpa mía. Llamé a la editora para quejarme. Nada. Imposible localizar a alguien de la empresa. En otro portal curiosamente renovaron tanto su sistema como su nómina de empleados. Piden «paciencia para el cobro».
Lo anterior son situaciones habituales que cientos de periodistas viven para recibir las ganancias monetarias correspondientes a su trabajo: pasar por trámites engorrosos que trastornarían al más paciente de los monjes; siempre con la sensación de que uno debe humillarse, rogar por la remuneración. Y esperar. Como si el hambre pudiera hacer lo mismo.
Sin contrato, sin prestaciones. Sueldos miserables, atrasados (en el mejor de los casos). Inestabilidad. Ningún mecanismo de protección efectivo que garantice su seguridad. Si bien alcanza su máximo nivel con el secuestro y el asesinato —que ocurren con una frecuencia e impunidad pasmosas— la violencia hacia los periodistas es cotidiana, sistemática y totalmente normalizada, fomentada por los mismos dueños de los medios y aceptada por el gremio con una mezcla de mansedumbre, apatía y resignación.
Lo cierto es que pocos medios se preocupan por sus colaboradores: ¿Cómo van a protegerlos si ni siquiera les interesa pagarles a tiempo? En el periodismo nadie tiene dinero, al menos no para salarios, sólo para rentar oficinas en las zonas más lujosas o trendy de la ciudad; en el caso de los pocos impresos que quedan, el dinero apenas rinde para imprimir todas las páginas a color en un excelente couché. Para lo demás están los becarios que cubren más de un puesto de trabajo. Si es complicado estar en una redacción, fuera de ella puede ser mucho peor. Cuando te independizas lo haces con la idea romántica de huir del infierno que es la oficina, pero la precariedad laboral termina convirtiéndolo en una extensión de lo que escapas.
¡Pero este es el mejor oficio del mundo! y todos estamos unidos, somos hermanos ¿no? No, el peor enemigo de un periodista es otro: pagan poco y alguien decide cobrar aún más barato, o no cobrar nada. El mal se ha extendido por todos lados: ahí están los casos de The Guardian o The Atlantic. Este último paga 100 dólares por texto y pidió al periodista Nate Thayer replicar gratuitamente su contenido porque llegaría a sus «13 millones de lectores». No olvidemos a The Huffington Post, que en 2011 recibió y desechó una demanda multimillonaria sin precedentes por parte del colaborador John Tasini, quien definió a Arianna Huffington como una traficante de esclavos en una plantación de blogueros, ya que su sitio nunca ha pagado colaboraciones externas.
En México, a todos los que trabajamos en medios nos han pedido colaborar gratuitamente en algún momento, pero muchos quieren exprimir el becariado hasta lo imposible y convertir la profesión en un voluntariado. Además están el amiguismo, el influyentismo, el acoso laboral y sexual, más toda clase de vicios que, cabe aclarar, no son exclusivos del medio.
Respecto a los organismos de protección, a lo que sea que se dediquen son un fracaso rotundo. ¿Qué hace el PEN México además de actualizar sus redes sociales?, ¿qué hizo el Comité de Protección a Periodistas en Español (CPJ) sobre el caso de los militares que atacaron a la corresponsal venezolana de Univisión Noticias, Elyangélica González? Ah, sí, dijo «que estaba sumamente preocupado».
¿Hicieron algo los medios en los que colaboraba Miroslava Breach para proteger su integridad?, ¿y las autoridades? Todo apunta a que no, a que como nosotros, estaba sola. Es más fácil —y da más prestigio—guardar un minuto de silencio, emitir un desplegado en el que se condena enérgicamente lo sucedido, que cumplir con los deberes correspondientes.
La solución más obvia la sé de antemano: si lo paso tan mal y es tan horrible debería dejarlo. ¿En serio con eso basta?, con rendirse y callarse. Ojalá fuera tan simple, no sólo se trata de abandonar un sueño de juventud para «ser adulto y tener un trabajo de verdad». La información y las historias son necesarias para intentar comprender lo que sucede, especialmente en estos tiempos de noticias falsas, corrección política hasta la náusea y linchamiento en redes. Mucho se ha hablado de la organización que urge para luchar por nuestros derechos laborales, pero ni siquiera hablamos abiertamente del tema, ya sea por temor a perder las pocas fuentes de empleo que quedan o porque se acepta como parte de la profesión.
¿Cómo resolver la apatía de los periodistas y las nulas posibilidades de diálogo con los dueños de medios? Intento dilucidarlo mientras reclamo otro de mis pagos.
*Al cierre de este texto, mi pago no había procedido y Esteban Arce se había levantado con el Premio Nacional de Periodismo.