Por René Soltero
2015 vio el arribo de dos documentos infaltables de la literatura mexicana del siglo XX: Diarios: 1945-1985 (Fondo de Cultura Económica), y Farabeuf o la crónica de un instante. 50 años (El Colegio Nacional). El autor, Salvador Elizondo. El primero es un documento meticuloso en el que gracias a Paulina Lavista, viuda del mítico escritor, conocemos la cotidianidad de Elizondo: sus tardes de filmación, sus lecturas y comentarios de primera mano acerca de Borges o Paz («Borges estuvo muy afable y muy deferencial conmigo. Octavio está muy decaído. Atribuye sus males al mal de ojo que le echó Elena»), lo que piensa de la poesía («…la forma mas acusada y más rigurosa del Arte»), sus engaños, sus relecturas de Joyce, de Valéry, sus comentarios acerca de los movimientos estudiantiles del 68. El escritor apunta a varias direcciones, tantas que muchas de ellas son reveladoras acerca del hombre. Como dice el mismo Elizondo en una nota fechada en marzo de 1967: «Vivimos varias vidas diferentes. Para saberlo me basta con echar una ojeada a esa enorme pila de cuadernos. Su apariencia misma delata ese proceso que invariablemente tiende a organizar la vida, clasificándola». Somos testigos del cambio en la mentalidad del escritor: de los cuadernos individuales al «mamotreto».
El segundo es una celebración adecuada, pulida, de la primera edición del clásico de Elizondo. «Una caja-objeto», la ha llamado Carlos Velázquez no sin razón. La cuidada selección de textos críticos (ahí desfilan Emiliano Monge, el mencionado Paz, Gabriel Zaid, entre otros) que engrosan su carácter de obra de culto. Mística e impenetrable como hace 50 años, Elizondo nos sigue llevando años luz.