Eduardo Rabasa (Ciudad de México, 1976), autor de La suma de los ceros (SUR+/ Pepitas de Calabaza) y editor de Sexto Piso, acaba de publicar su segunda novela, Cinta negra. Se trata de una parodia satírica, o bien, sátira paródica (según se le vea desde la silla afelpada de su oficina), un fisgoneo irónico por los cubículos de unos gutierritos arquetípicos de la voracidad empresarial, esa fuerza invisible que tuerce a los hoy llamados despectivamente godínez con un tupper bajo el brazo. ¿Cuál será la condena de una cotidianidad ideal que constantemente lleva a Retencio y Dromundo —suerte de mal comediante de humor negro despreciable y su patiño vilipendiado, ambos con dinámicas muy a la Buster Keaton en esta novela de la que son protagonistas—?, ¿sería acaso posible lindar así en las orillas de lo absurdo sin que los personajes se tornen una mera deformación de lo imposible al perseguir una cinta que no se sabe bien a bien qué es? El reto es pues complejo, pero a Rabasa lo respaldan las lecturas sesudas de Orwell, DeLillo, entre otras. Él responde:
ABC
«La novela pasada fue algo completamente inesperado. No era lo que yo tenía planeado. Ocurrió a partir de una crisis. Empecé a escribir más como una cuestión personal e íntima, de autoexploración: lo hacía en las mañanas porque trabajo y me levanto muy temprano a escribir; casi nadie sabía, era una cosa secreta, sólo mi novia y yo.» Incluso, dice: «Sin gran idea de si iba a terminar o no y luego de si sí terminaba, que no lo viera nadie. En ese sentido sí estaba completamente desvinculado de mi oficio. Ahí me tocó vivir el otro lado del oficio editorial como autor». Y es que Eduardo ha recibido críticas por su inclusión en las compilaciones de narrativa México 20 y hace unas semanas en Bogotá 39:
«Ha sido una experiencia muy curiosa, por muchas cosas muy buenas, ha habido mucha gente buena onda, pero también hubo una parte muy complicada, sobre todo en mi entorno laboral como con mis propios autores —no con todos—. A muchos les cagó que publicara un libro; me generó problemas con ellos, digo, nunca me lo han dicho, pero sí me lo dicen de otras formas». El mundo editorial, nos dice Eduardo, es algo muy vertical donde el autor se encuentra hasta arriba y «en estas cosas el más puteado siempre soy yo y digo está bien ser el más puteado pero por razones literarias, que digan las novelas son malas por A por B o por C, pero lo que molesta es que yo sea editor de Sexto Piso y eso sí me parece que no tiene nada que ver. Si el libro es malo que se diga, pero no es eso: lo que molesta es mi figura, el hecho de que yo sea editor y que luego escriba.»
plop!
Cuando Francisco Haghenbeck presentó la novela en la pasada FILU dijo, y parafraseo, «La obra narra la creación de un universo con una vigencia muy latente no sólo en México sino en el mundo; podría considerarse a la farsa como el personaje principal del texto.» El humor y la ironía destilan como elementos y bisagras del registro narrativo, así como la farsa: «Para mí son elementos muy importantes. Creo que ya estaban presentes en la primera novela, con mucha más claridad, porque la primera tiene un toque más teórico y aquí no, es una narración más en forma y creo que se apoya en el humor, la parodia, la sátira y la farsa. Es una elección de alguna manera y no sé si en mi caso se logra o no se logra. A mí lo que me atrae de este registro es que no te ata a ningún aspecto específico de la realidad». La cuestión, pues, es esta: «con un personaje nos identificamos, empatizamos, lo odiamos (fue el caso de este protagonista), pero si se vuelve caricatura perdemos ese interés e incluso se cae en el chiste fácil; y no me siento exento de haberme salvado de ello todo el tiempo. Creo que es un equilibrio delicado.»
Cuando el suelo es lo chusco, no hay que trastabillar con la ocurrencia más pinche: la anti-poética del plop!, el kabooom de la onomatopeya mal hecho: los aplausos mentira de la sitcom gringa que nadie recuerda: «el reto acá es que dentro del humor, la parodia, la sátira y la farsa, sea verosímil, que el lector pueda empatizar con una situación descabellada, pues al final los personajes son humanos: frente a lo descabellado que difícilmente ocurriría en la realidad, ¿cómo reaccionaría una persona con una complejidad mayor? En los casos en los que se logra bien hay muchas posibilidades, porque incluso, a veces, al distorsionar la realidad, al llevarla al límite o parodiarla, terminas arrojando mucha más luz sobre lo cotidiano que por lo mismo ya no lo vemos en su demencia.» ¿De dónde viene el absurdo y hacia dónde va? El miserable Retencio pugna por el Vo. Bo. del Sr. Sonrisa: «toda esta demencia viene de aquí ¿no? Si estuviera bien hecho, eso es algo con lo que el lector fácilmente puede conectar, entonces luego vuelve más verosímil.»
Soluciones Inc.
En La suma de los ceros, Rabasa hila el lenguaje desde lugares como Villa Miserias, donde Max, su protagonista, puja en contra del candidato a presidente de esta misma comunidad impostada, un régimen donde Foucault y Nietzsche podrían fácilmente verter sus filosofemas más picudos sobre el poder: suena al fondo «Master of Puppets» mientras Truman se da cuenta que está siendo filmado por el Big Brother. En Cinta Negra, más que los referentes distópicos obligados de Orwell, al que ha traducido y el Bartebly de Melville, las texturas de su prosa recuerdan a una suerte The office mexa, donde la condena kafkiana parece narrar las aventuras de una adaptación negra de Dwight y Michael Scott: Retencio y Dromundo rompen la cuarta pared en Soluciones Inc. La elección de la temática, dice Diego, se debe a un momento particular de las sociedades actuales, que es la ideología heredada de cierto pensamiento instrumental y de eficientismo que tiene sus mayores reflectores en Sillicon Valley:
«Entre el punto de partida de la novela y el final hubo un período largo. Al principio era el arquetipo de esta gente imbuida en este credo corporativo del management, que es una cosa como de sectas. Hubo un libro que me impresionó mucho, del director de recursos humanos de Google. Un libro donde explica la filosofía de Google y es uno muy siniestro. En una encuesta en que la gente año con año dice cuál es la mejor empresa en la que le gustaría trabajar, siempre gana Google, pero fuera de que puedes ir de chanclas y nadar en la alberca de pelotas, califican a sus trabajadores con décimas: demencia institucionalizada, culto a la personalidad bajo un manto new age buena onda. A mí me parece siniestro. Ese era un poco el punto de partida de la novela: alguien que tenga eso en la cabeza, que ese fuera su credo, su religión ¿cómo sería?, ¿a qué se dedicaría? Estuve un buen tiempo atorado ahí. Pensé que sería publicista [el arquetipo del personaje], pero no me convencía la idea hasta que surgió esta de la empresa donde te solucionan problemas. Ahí creo podría trasladarse a ese espacio un poco demencial donde pudiera pasar cualquier cosa, por la propia naturaleza de la empresa.»
zig-zag
Más que girar en torno a un imaginario muy a la Madmen, Cinta negra está emparentado a la locura demencial de Dunder Mifflin; además, su estructura episódica pretende esbozar un escenario distópico propio del humor negro de un capítulo de Black Mirror pero sin los me-encanta, ni favs o insta-stories. Con todo, se vislumbra un espectro noventero de características igual de sofocantes. Sin embargo, asegura Eduardo, la influencia de la novela no proviene de la ficción televisiva, de la cual se declara ignorante: «te voy a decir algo que va a sonar de una pedantería espantosa: nunca he visto en mi vida una serie. Ni The Sopranos, ni The Wire; quiero perder mi virginidad con Twin Peaks. Así que no puedo decir que es algo que estaba en mi mente de alguna manera.»
«Yo lo que trataba con los capítulos es que, dentro de lo posible, fueran episodios contenidos en sí mismos de tal manera que si leías el siete, probablemente haría falta contexto y referencias, pero que pudiera ser una especia de unidad y cierre como tal.» Era mirar sin ver la forma completa, pero sí atisbarla en un zig-zag de reminiscencias y soluciones rotuladas: «traté de evitar que fuera: uno en la oficina, uno en la casa: evitar la simetría; aunque sí era consciente de ofrecerle al lector algo que le permitiera distintos registros y respiros. Lo de la oficina tiene una lógica como de demencia corporativa, pero tampoco se presta para un arco de emociones o de complejidad de relaciones humanas. Traté de no hacerlo de una manera simétrica. Intenté de que fuera un ritmo más armónico.»
B39
Por último, regresamos a Bogotá 39: «Esas listas siempre generan polémica, siempre son subjetivas, siempre son arbitrarias siempre podría estar A, B o C. Yo creo que en el caso de México habría dos indiscutibles, en mi opinión, Valeria Luiselli y Emiliano Monge. Los demás como podían haber sido unos, podrían haber sido otros. Con esa parte yo no tengo ningún problema, incluso con quien diga Eduardo no debe de estar porque sus libros son malísimos. Creo que es justo si alguien piensa eso: es a lo que te expone el publicar.
«Lo que pasa tanto con México 20 como con Bogotá 39, es que la crítica está dirigida a la persona: quiénes son como individuos, por su profesión o teorías conspiratorias donde Salinas de Gortari le pasó la lista a Peña Nieto y Peña Nieto a Conaculta. Creo que eso sí no se sostiene en ningún sentido; no me molesta la crítica, pero debería estar enfocada en los libros, hasta sería deseable un debate por razones literarias, donde si alguien escribe un texto y demuestra que algunos de los que estamos ahí no debemos de estar si no otros, yo creo que eso es bueno para todos, no me parece mal, pero hay mucho enojo, violencia y paranoia que sólo emponzoña: esta estrategia medio trumpiana de ‘aviento mierda a ver a alguien le cae’».