Por Diego Espíritu / @deliriumdixit
Fotografía: Luis Manuel Rivera
Un nombre, Valeria Luiselli, se repite en diversas notas y artículos. Ganadora del Los Angeles Times Book Prize este año y también en 2014 en la categoría First Fiction, el National Book Foundation Award, así como finalista del National Book Critics Circle y Best translated book of the year, Valeria se ha consolidado como una de las voces más importantes de la nueva narrativa hispanoamericana. Poco a poco, sus cuatro libros —Papeles Falsos, Los ingrávidos, La historia de mis dientes y el recién publicado Los niños perdidos (todos editados en español por Sexto Piso)— han configurado una poética que funge como el cimiento de su trabajo.
Julián Herbert, poeta y novelista autor de Canción de tumba y Álbum Iscariote, dijo recientemente sobre Luiselli a El País: «A mí es una autora que me encanta, pero he leído muy poca crítica sobre ella. Hay periodismo y academia, pero no crítica. Y ahí viene entonces el problema de cómo se está construyendo el nuevo canon de la novela hispanoamericana.» La obra de Luiselli se mueve en diversos espacios y a través de distintas aristas y es en esas fluctuaciones donde la crítica podría demorarse.
Los niños perdidos (2016), ensayo escrito desde la perspectiva de quien pasó tiempo en la corte norteamericana trabajando con las 40 preguntas que deciden el destino de la población migrante infantil y cuyo título es la atinada casualidad de su hija al buscar una forma de nombrar a estos niños, es una muestra de este mapeo retórico en el cual Luiselli inscribe su escritura: desde el bilingüismo e itinerancia como un vaivén complicado del lenguaje, hasta el corto aliento que atraviesa episódicamente, tanto a sus novelas como sus ensayos, a través de una concatenación de imágenes muy concretas; un principio no-consciente de escritura desprovista de una categoría nacionalista caracteriza su obra: «El espacio desde donde enuncio todo lo que enuncio sin siquiera ser consciente siempre de ello». A propósito de lo anterior, platicamos con la autora.
Literatura engagée o ficción
Luiselli escribe Los niños perdidos con la intención de incidir aunque sea mínimamente en la realidad: «Llevaba un par de años, ahora son ya tres años, escribiendo una novela que en parte habla de la migración infantil y me había atorado en esa novela por completo, porque entré en el dilema, no siempre fértil, de la escritura engagée o no.» Y es que para Valeria, desde la ficción es más complicado poder intervenir de manera fáctica y efectiva en el vocabulario de la discusión pública, que con un texto-documento que funja de forma más directa como pivote de una problemática tan complicada como lo es la migración infantil: «La ficción no puede hacer eso y no debe un escritor de ficción tener la arrogantísima aspiración de incidir en la realidad política. A veces resulta que una novela así lo hace y qué chingón, pero no creo que es una aspiración con la que se pueda escribir bien, bien ficción, pues. Creo que se acaba escribiendo novelas panfletarias, novelas moralistas, novelas que pretenden dar un mensaje, y yo estaba atorada ahí y no podía seguir escribiendo desde ahí, entonces guardé un rato la novela en un cajón y me dediqué a escribir este ensayo».
Miedo creíble
En 2014, la administración de Barack Obama comenzaría a implementar el Priority Docket, el grupo de casos prioritarios y «en este caso nadie quiere ser prioritario porque significa que te deportan antes y no después, y lo que eso significó en términos concretos fue que en vez de que los niños que antes tenían un año para conseguir un abogado de migración para ayudarles a armar un caso, ahora sólo tenían un mes. Tú dime qué niño de qué familia, ilegales e indocumentados, tiene los recursos, la manera de conseguir un abogado». A partir de esto un grupo de abogados comienza a trabajar en la elaboración de un cuestionario que considere de forma puntual la problemática.
Los niños perdidos también alude al hecho de que «la migración sostenida a lo largo de tantos años ha roto sobre todo el sistema comunitario básico, que son los núcleos familiares […] la mayoría viene huyendo precisamente del intento de reclutamiento de las gangas como le dicen a las pandillas, entonces naturalmente son todos adolescentes. También supongo —y esto no es científico, es una suposición horrible que tengo— que muchos de los niños no la hacen; que es más fácil que un jovencito adolescente, que tiene más fuerza, corre más rápido, se puede montar a La Bestia, más ágil, ya tiene más destreza, llegue hasta la frontera gringa y que un niño de cinco años no tenga tantas chances de llegar».
La cuestión, sin embargo, con la migración mexicana cambia radicalmente, pues «ninguno de los niños que yo he entrevistado jamás en la corte, son mexicanos, porque a los niños mexicanos casi siempre los deportan ipso facto, a menos de que un Border Patrol, con un mediano sentido de humanidad, escriba ahí en el formulario inicial, credible fear (miedo creíble); este niño tiene miedo creíble y entonces puede ingresar al sistema legal que finalmente podría protegerlo o no. Pero es muy raro que suceda. A la gran mayoría los deportan de inmediato, bajo el hermosísimo eufemismo de retorno voluntario […] Programa frontera Sur no es menos cruel que el muro de Trump».
El infierno
Los niños perdidos fue publicado primero en Estados Unidos siguiendo la directriz de transformar toda esa impotencia que sentía en capital político, pero después, dice Valeria, «se empezaron a añadir capas al libro que no están en el ensayo original en inglés, que es la participación de México en este asunto. Ahora, desafortunadamente mi acercamiento a los casos concretos en México fue un acercamiento más de archivo, leyendo la ley migratoria, las enmiendas a la ley, testimonios, archivos, los detalles del Programa frontera sur, asqueroso de Peña Nieto […] no es un libro sobre eso, no es un libro sobre La Bestia, no es un libro sobe los albergues, es un libro sobre la corte en Estados Unidos».
De tal forma que esta misma escaramuza inevitable del flujo migratorio deja su rastro de muerte en nuestros caminos, pues «en México no tenemos el aparato o la transparencia, lo que se requiere para tener un conteo, una visión más clara de lo que sucede. [….] sería algo muy importante que cartógrafos pudieran hacer algo similar, un grupo de voluntarios, dar cuenta de todas las muertes, no sólo de las muertes sumadas, sino de individuos […] Pero más allá de ese infierno muy particular en Estados Unidos, el infierno real es México: en más de un año hubo un registro de 11 mil 333 secuestros (esos son los registrados). Hay más de 200 mil centroamericanos desaparecidos. Encontramos todos los meses fosas y fosas comunes. Entonces no se sabe cuántos de los que salen llegan». Valeria comenta entonces que, en efecto, México está deportando mucho más gente en este último año de lo que lo ha hecho Estados Unidos, por lo cual un libro como Los niños perdidos, es uno «muy urgente que ojalá alguien escriba en México. Sería un libro sobre la participación o no de las instituciones mexicanas en esto: el silencio».
Los bárbaros del sur
Valeria Luiselli nació en la Ciudad de México en 1983, pero vivió la mayor parte de su vida fuera del país, recorriendo Sudáfrica, Corea del sur, Costa Rica, India y ahora en Nueva York. Esta itinerancia tanto física como, por consecuencia ontológica, ha afectado su escritura irremediablemente, al obligarla al ir-y-venir de un bilingüismo en su lenguaje. Eso ha hecho que cada trabajo suyo y, por lo tanto Los niños perdidos, pase directamente por una labor de reescritura y traducción, ya sea directa o indirectamente: «El bilingüismo y moverse entre dos idiomas. En este ensayo en particular, era como materia misma del ensayo, porque finalmente es un ensayo sobre traducir historias de niños en el sentido más ramplón del español al inglés para que un abogado pueda hacerse cargo, pero también en otros niveles traducir del lenguaje de los niños a un lenguaje más de jerga legal, y también creo en un nivel más sutil y más difícil: traducir realidades que parecen muy ajenas».
Y es que para Valeria uno de los problemas más importantes en la hechura del libro fue el cómo traducir historias que en apariencia son tan distantes de la cotidianidad, de esa parte de la población, tanto en Estados Unidos como en México, que no lidia directamente con una realidad tan recalcitrante: «lo que yo me preguntaba es, ¿cómo traduzco estas historias que parecen tan ajenas, que le importan a poca gente porque son ‘los bárbaros del sur’? Cuando el New York Times publica un artículo sobre este tema y las palabras que se utilizan son from poor nation, devastated communitty; barbarizan los contextos, entonces es muy difícil que las personas tengan una empatía profunda con las historias reales si parecen tan ajenas a su contexto. Entonces, parte de la labor era, ¿cómo traduzco esto a términos que parezcan menos extranjeros, cómo domestico la historia? Es un problema doméstico en Estados Unidos como es aquí en otros sentidos; cómo lo traduzco a esos términos que la gente entienda que no es un problema de leyes migratorias, de las fronteras allá afuera, sino un problema de sus comunidades allá adentro. Esa fue la labor de traducción más fina».
Este complicado vaivén del lenguaje embonó además con la preocupación estructural que antecede a sus otros trabajos: «La parte formal es también un vehículo y este podría ser un ensayo político, pero si no hubiera el trabajo formal que hay detrás de él, no sería tal vez legible. Sin duda el ensayo es escrito con mucha conciencia de que estoy traduciendo una realidad para alguien por un lado, sin simplificarla, tratando de tener como muy visibles todas las capas de la situación, pero que también al fin y al cabo es un texto literario, es un texto que si es efectivo lo es por la manera en que entra a la conciencia de un lector; que no es el amarillismo de la prensa cotidiana, todo esto que nos horroriza, que nos deja ahí en el horror y ya, tampoco es una crónica periodística que informa. Está más entre la novela y la crónica. Es una cosa más híbrida.» Con todo, para Valeria el armado de Los niños perdidos alude a un problema propio de nuestra época de crisis: «creo que no tiene que ver con mi historia de vida particular —efectivamente he viajado por varios países—, tiene que ver más con nuestro tiempo».
Mapear itinerancia
En sus novelas Los ingrávidos (2011) y La historia de mis dientes (2013) hay una cuestión interesante con el fragmento como unidad creativa. O digámoslo de otra forma, con una suerte de corto aliento como Luiselli se ha referido al mismo en otras ocasiones. Este ímpetu episódico se nota de una u otra forma también en su ensayos Papeles Falsos (2010) y, por supuesto, Los niños perdidos, su cuarto libro y segundo del género: «Será mi respiración. El pulso de mi pensamiento. Uno tarda tiempo para escuchar, entender, pero una vez entendido y escuchado, digamos que sí hay un pensamiento formal, literario —no quiero decir doctrina— que me sirvió como sustento de Los ingrávidos, que fue mi primer libro donde comencé a desarrollar más conscientemente esto que tú ves bien. Como una serie de episodios concatenados, imágenes cortas concretas muy condensadas».
Es en esta hilación donde Valeria hace memoria al (re)construir espacios: «Cualquier documento, formas de documentar, finalmente lo que hace un ensayista, lo que hace la escritura de ficción, es ir generando un archivo mediante el cual va documentando una serie de cosas y a partir del cual puede escribir un libro. Mi manera de producir ese archivo que sustenta todo lo que escribo está muy relacionado con los mapas y con mapear itinerancia, realidades y no es distinto en este libro. Todos mis libros salen un poco de ese esfuerzo. Cuando digo hacer mapas (mapear) no me refiero a necesariamente sólo pensar en mapas concretos; finalmente, un mapa es una agrupación de cosas que al ser agrupadas se vuelven visibles y he trabajado en ese sentido con muchos mapas, algunos más conceptuales y otros muy reales». Pero. ¿qué es lo que busca hacer visible Valeria? «Este libro documenta, por ejemplo, el mapa muy concreto de la ruta migratoria a partir del triángulo del norte a través de México en las tres rutas distintas de la Bestia, los puntos fronterizos a donde llegan esos niños».
Papeles Inconclusos
El mapeo de la escritura de Valeria Luiselli es una suerte vaivén itinerante de espacios, una constante construcción de lugares dónde arraigar desde la disyuntiva constante del idioma: Valeria escribe no sólo para reconocerse en estos trayectos del lenguaje, sino para reconocer una forma auténtica y propia de la literatura, tal como ella la entiende. Y es en su nueva novela donde, comenta, espera se consoliden de otra forma esos elementos que constituyen su manera de abordar la escritura: «La novela ahí va. De hecho ya imprimí una primera versión, con muchas secciones ya en español, que las traduje simultáneamente. Hay como 20 páginas en medio de la novela que en términos técnicos no he logrado resolver. Si salen bien va a ser una gran novela y si no salen…va a ser una novela».