Por Jesús Martínez
De las insatisfacciones del alma, la corrupción del cuerpo al frenarse evolutivamente por la manufactura y uso de herramientas y de los acercamientos y repulsiones artísticas escribe Italo Svevo. Sabemos que, en efecto, no se puede enseñar a entender el arte, ya que el fin de éste no es la comprensión, pero cuando el autor dicta «No se puede enseñar a SENTIR el arte…. se sabe por naturaleza o nunca se aprende» con cierta tristeza asentimos, pues algo de condena y algo de esperanza hay en esas pocas palabras.
Para comulgar del arte es necesario un encuentro con la obra correcta que provoque el despertar L´estasi, como Santa Teresa en la famosa escultura de Bernini, quien, según se cuenta, alcanzó ese estado mediante los versos de San Juan de la Cruz (lectura habitual de Jorge Luis Borges y de Alfonso Reyes) y que no sólo improntará momentáneamente, será una guía para que fluyan futuras aproximaciones.
Se necesita también algo de (in)genio para ser uno con la manifestación artística. Ya lo dice mucho mejor que nadie Monsieur Proust: «Queremos buscar en las cosas, que por eso nos son preciosas, el reflejo que sobre ellas lanza nuestra alma, y es grande nuestra decepción al ver que en la Naturaleza no tienen aquel encanto que en nuestro pensamiento les prestaba la proximidad de ciertas ideas; y muchas veces convertimos todas las fuerzas del alma en destreza y en esplendor, destinados a accionar sobre unos seres que sentimos perfectamente que están fuera de nosotros y que no alcanzaremos nunca».
Svevo menciona categorías para una mejor inteligencia de lo que quiere probar: el inculto o ignorante no puede ser juzgado, únicamente es separado del indiferente, quien posee un alma seca y disoluta y maldecida por el libro profético del Nuevo Testamento (Apocalipsis 3:16). Es justo esa apatía la enfermedad más corriente en nuestro tiempo, de cuya prole violenta y pródiga nos advierte Svevo desde su siglo. El autor triestino traduce las insatisfacciones de esa bestia magnífica y horrorosa que somos nosotros: «Cuando está harto o fastidiado, su alma lo arrastra a romper los contratos, a olvidar los beneficios, a odiar lo que ayer amó. Destruye, asesina, traiciona. Desde entonces esa fue la regla de toda revolución.»
Rodrigo Jardón Herrera y Diego Mejía Estevez*, hombres a los que les debemos el traslado inédito de los ensayos del italiano a la lengua castellana, creen muy necesaria la obra que refleja la crisis del inicio del siglo XX, y la importancia capital de los textos como precedente de la novela más importante del triestino, La conciencia de Zeno.
* Ambos presentarán en forma de traducción conjunta el libro La corrupción del alma del mencionado autor el próximo sábado al mediodía en la Fiesta del Libro y la Rosa 2017 en Ciudad Universitaria.