Por Miguel Ángel Morales
Foto: Luis Manuel Rivera
Hubo un tiempo en que el lobo encarnaba los miedos más profundos de las sociedades. Su imagen causaba terror y desconfianza lo mismo a Aristóteles que a San Agustín. Hoy lo sabemos: el lobo somos nosotros. Jorge Fondebrider (Buenos Aires, 1956) tiene una explicación más concisa: «Son una idea monstruosa, son el fruto de la imaginación, del miedo, de la noche y la ignorancia.» Pocos investigadores como él han documentado hasta el punto de la obsesión a una de las especies que más han llenado de tinta durante milenios el imaginario de la otredad. Su Historia de los hombres lobo (Sexto Piso, 2017) se inmiscuye en todas las formas filosóficas, religiosas, literarias, científicas, antropológicas, legales y periodísticas que se han escrito y dicho sobre los licántropos. Del hombre lobo grecolatino a los peludos metrosexuales de Hollywood. El libro se escabulle en cada orificio de las creencias, mitos o literatura lobesca: se los ve en los manuales de zoología fantástica como poderosos seres devoradores de humanos y causantes de pavor en poblaciones de los bosques bálticos, hasta inspiración de poemas y cantos tristes («Gorlagon»). Ii potencial licántropo es casi infinito. Pasan por Livonia, Eslovenia y Croacia. En Portugal se los llama lobishomen. En España, durante los años más crudos de la Inquisición, la tradición folklórica ibérica habla de home llobu, lobos hechaizos o gizotos. En la Inglaterra del siglo XII se los designaba como «Bisclavret». Incluso, acá hablamos de nahuales. Guardando las diferencias entre cada representación, el lobo tuvo la mala suerte de canalizar los prejuicios de poblaciones hiperreligiosas que le endilgaron todo lo relacionado a lo diabólico. Gracias a la selección de textos de Fondebrider —muchos de ellos, por primera vez en castellano— podemos advertir el cambio de tonalidades. Porque no es lo mismo el lobito de Crepúsculo que el temido Fenrir de tierras nórdicas o el lobo caníbal pedófilo de Caperucita Roja. Seguramente habrás escuchado de estos relatos, pero no de una forma cohesionada. Por ello, la narración de Jorge representa una versión necesaria sobre el lobo.
Han pasado dos años después de escucharte hablar sobre hombres lobo. Aquella ocasión el pretexto fue un coloquio de literatura fantástica organizado por Vicente Quirarte, en la UNAM. ¿Qué significa la publicación de esta nueva edición para ti?
De alguna manera esta nueva edición viene de eso. En aquel momento, el libro estaba agotado. Lo había publicado una editorial argentina, Adriana Hidalgo. Yo me peleé con la editorial y saqué el libro del catálogo. Después, una editorial chilena (Lom) me pidió hacer una edición nueva. Lo que hice fue ordenar algunas cosas cuya presentación y orden habían sido responsabilidad del editor anterior y no lo que yo quería. También sumé un capítulo, que es ahora el primer capítulo, y que está dedicado a los lobos. Me parecía que antes de los hombres lobo había que hablar de los lobos un poco. Lo publicó Lom para Argentina, Chile, Uruguay, Perú, etc. En paralelo, Sexto Piso me lo pidió para España y México, y Luna Libros me lo pidió para Colombia, Venezuela y Ecuador. Así que se transformó en un bestseller.
El coloquio fue muy importante para mí por varias razones. Primero, el coloquio fue un éxito enorme para Vicente. Hubo 800 inscritos, lo cual ninguno de los que fuimos invitados lo podía creer. Cambiaron tres veces la sala. Como dije, en ese tiempo mi libro prácticamente no se podía conseguir; había gente que lo había comprado en su momento, entonces, vos tenías a la salida una fila de personas que venían a que les firmara un libro y, como el libro de los hombres lobo no estaba, me traía libros de poesía míos que habían comprado. Una cosa absolutamente demencial. Eso reveló una cosa importante: que había un público de gente muy joven, de entre 20 y 35 años, familiarizado con el cine, la televisión y las historias de esos medios, pero que no tenían toda la información clásica, todo lo que tenía que ver con los libros, con los mitos, con el folklore y demás. Y es ahí donde (me parece a mí) los editores terminan de convencerse de que había un público ávido de una información que no sabía dónde buscar, y que a través del libro —al fin y al cabo, una especie de resumen bajo la forma de una gran investigación— la podrían encontrar. Yo me imagino que es eso lo que funcionó principalmente. Quiero decir: la gente joven no es ajena al hombre lobo, ya sea porque están los juegos de rol, todas esas películas malas tipo Inframundo o Crepúsculo, o todas esas películas ridículas tipo El hombre lobo adolescente y qué sé yo, que bastardearon todo. Cuando estos chicos, ya formados en ese tipo de cosas, se encuentran con historias mucho más ricas y mucho más antiguas, les vuela la cabeza, quieren ir más atrás, quieren leer los libros donde estaba esa información. Para mí fue muy satisfactorio porque me dio la sensación de que la gente había mantenido vivo el interés por otros medios y volvía a la cuestión por los medios por los cuales la gente de mi generación sí había llegado.
En el coloquio hablaste del trabajo riguroso que hiciste durante varios años en bibliotecas europeas, en Inglaterra y Francia, si mal no recuerdo. ¿Podrías explicar un poco más cómo fue ese trabajo de archivo y la rutina de investigación que hiciste para llegar a fuentes tan antiguas?
Fue en Francia. En Inglaterra llegué a muchas bibliotecas virtuales a través de Internet. Por cierto, ese es el primer libro que yo escribo un 80% gracias a Internet. Por ejemplo, vos entras a la Biblioteca Nacional de Francia y buscás tratados medievales sobre el Renacimiento u hombres lobos y te aparecen en dos segundos. Lo único que tenés que hacer es bajarlos en tu computadora para tener un material que en otras épocas era difícil de acceder. En la Universidad de Edimburgo hay un programa dedicado a la brujería, la historia de la brujería. Todos los casos de brujería del siglo IV al siglo XIX documentados con todos los procesos, todos los intervinientes, país por país; con programas estadísticos podés saber dónde eran hombres, dónde mujeres y los porcentajes país por país; dónde eran de clase alta y dónde, de baja. Todo. Como herramienta es absolutamente fabulosa. Buscar en una revista que tiene cien años de circulación la palabra «Hombre lobo» y que te aparezcan todas las entradas es genial. ¿Cuánto tiempo hubiera pasado yo en una biblioteca con otros instrumentos? Una vida. Para mí fue un descubrimiento magnífico poder hacer todo ese trabajo a través del Internet. Y luego están todas las lecturas que había yo recopilado por mi cuenta desde chico, leyendo a Jack London, montones de cosas en donde aparecían lobos y donde me permitía un poco estudiar ese tipo de cosas. Yo vengo de la poesía y durante mucho tiempo me dediqué a dar cursos, por ejemplo sobre historia de Romanticismo, y una de las claves en la historia del Romanticismo es el momento en que se empieza a hacer un culto del miedo, porque el miedo es la emoción más cercana que todos los seres humanos podemos experimentar. Entonces, como un ejercicio de introspección el miedo aparece cuando se tocan los resortes apropiados. Esa idea dio origen a fines del siglo XVIII y principios del XIX a todas las historias de castillos, que empiezan a llenarse de fantasmas, a la creación de un monstruo como Frankenstein, a la creación y recreación de montones de historias, algunas tradicionales, otras debidas a la imaginación, que van confluyendo en la literatura.
Que captan cierta moralidad de una época. Toda esta compilación que haces da cuenta ciertamente de la historia de los lobos y de los hombres lobo, pero también de una historia de los miedos, de las pulsiones humanas y de la desmesura humana…
Me alegra mucho que lo veas así porque en última instancia la sensación que yo tengo es haber querido tomar una historia así de pequeñita que viajó durante muchos siglos de historia humana y ver la cantidad de formas que asumió y cómo, de alguna manera, en cada momento revela algo de nuestra naturaleza como especie. Estamos hablando de una cosa insignificante que se fue transformando en cosas cada vez más complejas donde interviene la religión, la fe, la política, la estética e incluso la ciencia. ¿Cómo es posible que algo tan ridículo como los hombres lobo hayan tenido ocupadas a tantas personas a través de tantos siglos, que hayan producido tanto papel?
Pienso en alguno de los capítulos del libro que aluden al Siglo de las Luces, a la Ilustración. Puede verse que a partir de una época que confía ciegamente en una idea de razón hasta la actualidad, el lobo como aglutinador de los miedos, de la desmesura e incluso odio, se ha difuminado un poco. Por contraste, dos siglos antes era muy evidente que su presencia se manifestaba con cualquier pretexto moralista. Me vienen a la memoria dos historias que plasmas, la del Hombre lobo de Colonia (Stubbe Peeter), o el canto del rey Arturo con Gorlagon. Asombra y da un poco de tristeza que el lobo haya sido el representante de una serie de pulsiones extremas.
Justamente estas dando ejemplos de distintas cuestiones. En un caso como el de Gorlagon o el del lay de Marie de France vos sentís una cierta piedad frente a esos hombres lobo. Son personas que fueron traicionadas, que sufrieron un castigo innecesario por parte de gente muy pérfida. Luego, tenés que tener que pensar otra cosa más: ¿cómo se explicaba a los asesinos seriales antiguamente?¿Cómo se explicaban en la antigüedad los excesos a los que llevaba la locura?¿Y las drogas? ¿La melancolía? Son montones de cosas que, como todo aquello que no tiene una explicación racional, inmediatamente se asimilan a un mito, a una superstición… Mirá, yo no soy creyente. Mejor dicho, soy no creyente practicante, por lo tanto, cuando la gente me habla de dios, éste, para mí, cumple la misma función que el hombre lobo, pero en razón de otras necesidades. Nuevamente, ¿cuál es la diferencia entre una secta y una religión? La religión tiene un ejército atrás. La secta no, por lo tanto, es menos dañina, tiene menos alcance, etc, etc. Pero en todos los casos se busca explicar algo que aparentemente no tiene explicación y la solución que se le suele dar desde la religión culmina en la fe, un acto del todo irracional. Acá, al hablar de hombres lobo, no hay razones de fe ni nada por el estilo, aquí lo que hay es miedo y ausencia de miedo; dicho de otro modo, no hay aparato ni pretensiones lógicas: la superstición es más evidente. Es mucho más fácil de desarmar este concepto que, por ejemplo, el concepto de creación a partir de lo divino.
Hablas sobre una forma de explicar las cosas que se inserta en un pensamiento secular, pero sabemos que en algunos lugares de América, en México específicamente, estos temas del lobo, de los monstruos o asuntos ligados a una explicación metafísica del mundo siguen teniendo mucha aceptación, y que incluso se vinculan de forma tremendamente absurda en áreas aparentemente serias como la política. El tema del hombre lobo en realidad está muy presente en el país: desde la tradición de los nahuales hasta ese rumor estúpido del chupacabras, que coincidió con las elecciones presidenciales de 1994.
Todas estas historias sirven para explicar justamente este tipo de problemas. ¿Cuándo empieza a aparecer una serie de mierda como El hombre lobo adolescente? Cuando la disfuncionalidad en las escuelas transformada en bullying obliga a que el diferente se logre alguna forma de compensación al hostigamiento que sufre. Los monstruos que nosotros creamos, los monstruos de nuestra imaginación, se van adaptando a las necesidades de nuestra vida para no ver otro tipo de cosas. Yo detesto profundamente Game of Thrones. Detesto profundamente la saga de La Guerra de las Galaxias. Para mí con las mitologías griega, escandinava y eslava, que todavía no conozco tan bien, tengo para dos o tres vidas. ¿Para qué necesito agregar una mitología inventada por Hollywood, la cual me va a vender muñequitos? Lo que quiero decir es que la evolución misma del cine ha vinculado al hombre lobo con aspectos insospechados de la política. Curt Siodmak, emigrante austríaco escapado del nazismo, hace el guión de la película de terror más importante de los años cuarenta en plena Guerra Mundial [The Wolf Man, 1941]. Y añadamos que, fue justamente durante la Segunda Guerra mundial cuando se hacen algunas de las más populares películas de Frankenstein y de Drácula. Entonces, ¿de qué monstruo nos estaban protegiendo esos monstruos inventados en la ficción del cine? Hoy en día hay un monstruo hijo de mil putas que se llama Trump, que aprieta un botón y vuela todo el planeta (México, claro, primero que nosotros). La proliferación de películas de terror de monstruos, de series y programas en la televisión, de Ligas de la Justicia y de los Marvel Cómics es gigantesca. ¿Por qué ocurre justamente en un momento en que nuestras vidas penden de un hilo? Porque existen poderes reales que podrían destruirnos. Creo que tu pregunta se responde sola. Luego hay una cuestión que también está vinculada a otro tipo de evolución. Fíjate por ejemplo de las muchas películas que se hicieron de hombres lobos, hay algunas pocas, cinco o seis, que son buenas. Cada una fue agregando algún rasgo distinto. La de Mike Nichols (Wolf, 1994) es la que por primera vez introduce una dimensión sexual cuando el hombre lobo ya no es esa criatura exclusivamente brutal que muerde y arranca una cabeza, sino también hay una energía sexual que se pone en juego por primera vez. Probablemente en la década del cuarenta esa energía sexual no se iba a poner en primer plano porque la sociedad no la hubiera tolerado, pero hoy en día ello está muy presente en la vida diaria. Pasando por un kiosko de revistas simplemente ves el culo de medio planeta. Yo te diría: no hay que dejar esa idea cristalizada, sino hay que pensar que esa idea que va atravesando toda la historia de la humanidad también va cambiando en función de las necesidades que tiene la humanidad a cada momento. No es lo mismo un hombre lobo grecolatino que un hombre lobo nórdico o un hombre lobo eslavo. No es lo mismo cómo viaja el mito entre Europa y América. No es lo mismo la idea de hombre lobo en un país como México, donde por otro lado existían los nahuales y los lobos, que en Argentina o en Uruguay donde nunca existieron los lobos. Yo tengo la sensación de que los monstruos son chivos expiatorios que nosotros inventamos para hacer más tolerable la vida cuando ésta se vuelve totalmente intolerable.
El monstruo sirve para entender la otredad, la diferencia, pero, ¿qué pasa en una época como esta, en donde la diferencia se celebra? ¿Acaso queda algo del miedo sobrenatural por el monstruo clásico? Lo pienso a partir del desdén que a un escritor (Leonardo tarifeño) le causa advertir que la cultura de la celebridad está llevando cierta noción de la diferencia hacia una exaltación de lo banal. Tarifeño pone como ejemplo una noticia reciente: el chimpancé de Michael Jackson es pintor y tendrá una exhibición de su trabajo en una galería exclusiva de Miami. Si en la antigüedad un hecho similar —por ejemplo, la elección del caballo Incitus a una senaduría, gracias al emperador Calígula— representaba la estupidez y la locura humanas, ahora, sin duda, la idea de la diferencia ha cambiado. Incluso en Poe, vemos a un orangután que causa terror. Hoy en día el animal es otra cosa. ¿En qué sentido ha cambiado el tópico del monstruo en términos de diferencia?
A mí no me cabe ninguna duda de que los yankees son muy imbéciles. Que quede bien claro y si podés subrayarlo mejor. No tengo ningún respeto por los norteamericanos. ¿Qué gente es esa que votó por alguien como Donald Trump?¿Qué tiene en la cabeza? ¿Mierda? Luego, estamos tan preocupados por la diferencia que lo que antes se llamaba normalidad empieza a ser lo diferente, entonces, la corrección política no modifica la realidad, sino que se limita a modificar las palabras. Por ejemplo, los que llamamos pueblos originarios. Yo a estas alturas del partido formo parte de un pueblo originario, el pueblo originario de Buenos Aires. Yo soy argentino, soy originario de Argentina, entonces estoy en igualdad de condiciones. Nada me hace mejor ni peor que la gente que ocupó antes el lugar. Por otro lado hay también una cantidad enorme de milenarismos a los que vale la pena examinar de cerca. ¿Cuánto tiempo te parece que duró a voz el milenario imperio inca? Setenta años. Los incas vinieron a sojuzgar a pueblos que sojuzgaron a otros pueblos, que sojuzgaron a otros pueblos, que sojuzgaron a otros pueblos. Así, se fue armando una especie de pirámide de informaciones, de datos culturales, etc. Entonces, se romantiza. Es como el buen salvaje en la época de la Ilustración. Los salvajes no son ni buenos ni malos, son lo mismo que los otros, pero con otro tipo de valores, que no necesariamente son mejores ni peores que los que nosotros tenemos… Para decirlo con todas las letras, estás en contra de un enemigo mayúsculo de Las enseñanzas de Don Juan. Para mí todo eso es una estupidez. No soporto ese tipo de pensamiento mágico como tampoco soporto la atribución de superioridad que se arrogan ciertos grupos humanos sobre otros sobre otra. Ni los alemanes son mejores que el resto de los europeos, ni los indios más buenos que los que no son indios. En todos lados hay buenos y malos. En todos lados hay imbéciles que arman para sacar algún provecho de los otros.
Lo que es cierto es que hay una ideología, un pensamiento, el capitalista, que ha hecho creer que ya no hay otra posibilidad de salida…
Claro. Esa es una idea que hay que combatir, pero no hay que combatirla con estupideces, sino con realidades. Pensar que una manzana toda arrugadita va a ser mejor que una roja única y exclusivamente porque a una no le pusieron tal o cual pesticida y a la otra sí es una estupidez tan grande como imaginar que la única solución son los pesticidas. El concepto de pureza conduce siempre a alguna suerte de nazismo.
Ya dije anteriormente que soy no creyente practicante. No tengo ningún problema en que vos creas lo que quieras creer siempre y cuando no quieras tratar de convencerme de que tengo que creer en lo mismo que vos. Yo no trato de convencerte a vos de nada. Vos no vengas a convencerme a mí de nada. No pensés que tenés una verdad que revelar y que, llegado el caso, tu verdad me va a hacer mejor. Por mi parte, prometo no pensar –o, al menos, no decir– que la verdad que venís a revelarme es una estupidez. Y luego, no recurras a esa especie de tinglado con funcionarios vaticanos, musulmanes o judíos para tratar de decirme cómo me tengo que comportar y cómo tengo que dejar de comportarme. Dicho de otro modo, no me des el opio que significa la religión para consolarme por no tener la panza llena, por tener frío y por el mal trato que recibo. No es por ahí.
En el nuevo capítulo de Historia de los hombres lobo, das cifras duras sobre cuántos lobos quedan actualmente: quedan unos 400 mil ejemplares. Con su desaparición, el mito forzosamente también se transforma. ¿Crees que esta merma en la especie implique una nueva transformación o baja en la popularidad del mito del hombre lobo? Digo esto porque hoy en día hay otros monstruos resonando de forma paralela al hombre lobo, como lo son el mutante, el androide, el zombi, el extraterrestre…
En Inglaterra desaparecieron los lobos en el siglo XIV y, con ellos, desaparecieron los hombres lobo. La paradoja aquí es, por ejemplo, después del exterminio masivo de lobos, sobre todo en los Estados Unidos, hayan tenido que reinsertarlos vía Canadá, porque descubrieron que, por caso, en el Parque de Yellowstone, con la ausencia de lobos, los ciervos, los venados, habían crecido desproporcionadamente y habían comido los terrenos de tal forma que muchas regiones del parque estaban transformándose en desierto. Entonces, descubrieron que lo que supuestamente era malo, ya no era tan malo, y en última instancia ayudaba a que la tierra pudiera vivir mejor. Se desplazó el foco: muchas comunidades empezaron a protegerlos; de hecho, tanto en Europa como en los Estados Unidos muchos rancheros, sobre todo en Montana, crearon leyes muy rigurosas: si vos matas a un lobo tenés que pagar una multa muy grande, y de la misma manera si un lobo mata una oveja o una res, el Estado le paga al granjero para, de alguna manera, compensarlo. Entonces, está dándose una situación totalmente distinta. Ahora, el punto es que esta idiotez hace que se desplace el eje, como decís vos. Volvemos así al problema de la otredad, siempre. De alguna forma, lo que se cuestiona aquí es lo que usualmente llamamos “normalidad”. Si queremos es divertirnos teniendo miedo, me parece perfectamente lícito y valioso. Eso forma parte de nuestra condición, pero no pongamos más que miedo en el miedo. No lo cambiemos apelando al racismo y a la discriminación, o con expresiones que sean eugenistas u homofóbicas; que la diferencia del miedo sea una diferencia en sí misma y que no esté teñida de otro tipo de diferencias.
¿Qué opinas de la gente que caza animales escudándose en la idea de que estar en un terreno agreste, salvaje, nos devuelve a esa experiencia vital que se ha perdido con el auge de la urbanización, o aquellos que asisten a reservas para matar animales y piensan que con su pago protegerán a miles de especies futuras?
Para mí son hijos de puta. Tienen la mentalidad de un hijo de puta. ¿Sabes cuántos tigres quedan en todo el mundo? Hay dos mil. Es una cifra ridícula. Cuando una cifra llega a ese nivel el peligro de extinción de un animal depredador ya es muy grande. Estamos yendo hacia un mundo sin tigres, sin muchas otras cosas también… pero sin tigres. No me cabe imaginarlo.
Vamos a pensar las cosas en otros términos. ¿A vos te gusta la música? ¿Bajás música? Yo compro discos. Por principio, no bajo música. Justamente el día que no haya quien pague, eso llevará a una catástrofe. Por otro lado, la gente que baja música baja el éxito, no un disco entero, y si baja un disco entero lo hace porque ya está muy probado, porque es una súper banda, yo qué sé. Si no, bajan la canción que está en la radio y nada más. Eso antes se llamaba un disco single. Un long play era otra cosa, permitía imaginarte una obra conceptual. Dark Side of The Moon. Sgt. Pepper. Pet Sounds. Lo que quiero decir con esto es que hay ciertas materialidades que vale la pena conservar, y la materialidad que implica el miedo vinculado con lo fantástico, lo extraño y todo lo demás me parece que es interesante, pero por otro lado es uno de los pocos momentos en donde las emociones todavía están vivas en los seres humanos.
Por ejemplo existen estas experiencias extremas, como el black tourism o la realidad virtual, que simulan escenarios límite: pasarse la frontera, «experimentar un secuestro», convivir con un asesino serial escondido entre el público… Crean escenarios complejos en donde lo que se privilegia es la ficción. Y sí, nadie muere. Sin embargo, habrá quien diga (que los hay) que eso es pura posmodernidad, ya que no se tiene una experiencia directa con las cosas, que ya no existen consecuencias reales, que es puro divertimento…
La adrenalina produce determinado tipo de síntomas en nuestro cuerpo que hace que en ciertas circunstancias nos guste o nos moleste. No tengo nada ni a favor o ni contra. Creo que forma parte de lo que necesita cada sociedad. Nada más estúpido para mí que ver una carrera de autos o emocionarse frente a un motor en una exposición de automóviles. Simplemente no lo entiendo. Pero hay gente que disfruta enormemente. ¿Quién soy yo para decirles «no lo hagan»? El problema empieza, como en el caso de la religión, cuando esa gente quiere que lo haga yo también. No quiero saber nada con los motores. O sea: mientras nadie salga herido, mientras no te vaya a joder, adelante. Es como si yo te dijera «No podés hacer esto».
Por otro lado hay otra cuestión más. Cuando mi hermano era chico (yo soy siete años mayor que él), yo descubrí que le gustaban las revistitas ésas de monstruos, llamadas pulp, que vendían en los kioskos. A mí me preocupaba mucho que mi hermano no fuera a leer. Él estaba en el jardín de infantes y estaba empezando. Entonces yo, cuando volvía del colegio le compraba esos pulp. Cuando mi hermano se aficionó a leerlos, le empecé a dar Edgar Allan Poe. Cuando se fascinó con Poe, le pasé a Lovecraft. Cuando se aficionó con Lovecraft, le pasé a Hemingway, Sartre… los grandes escritores del mundo. Mi hermano ya era un lector. Hoy en día, mi hermano es presidente del Equipo de Antropología Forense, del grupo argentino de antropología forense que trabajó acá en las fosas en busca de los estudiantes desaparecidos [Ayotzinapa]. Mirá en qué terminó ese chico al que le gustaba el miedo y el terror. Quiero decir que vale la pena permitirle a la gente que acceda a algo a través de una muy sutil inducción y no necesariamente de la obligación. No tengo que decirte «emocionate», cuando no te vas a emocionar.
Pero por otro lado, no todas las cosas nos hablan. Te mencioné a Pink Floyd. Yo no soy de la tribu de Pink Floyd. Nunca me interesó. Escuché todos sus discos, creo que los tengo todavía, pero había otros grupos que me interesaban más. Estaban Procol Harum, Traffic, Cream… Esos grupos me gustaban más, me hablaban a mí. Pink Floyd nunca me habló. Salvando las distancias, si vos me decís: «¿Qué le veo a U2?» Nada. Para mí, no existe U2. Es una música de la que no puedo tararear una sola canción, pero entiendo que hay gente que explota con U2. A mí dame McCartney. Puedo recomendarte que vayas a verlo en octubre cuando toque acá; ahí veras a uno de los dioses contemporáneos importantes. Si a un tipo le gustan los Rolling Stones, te va a decir que McCartney es suave, que es una cosa totalmente vieja. Cada quien puede encontrar lo que sienta que mejor lo representa y, en la medida de lo posible, no pretender que ese algo tenga que representarnos a todos. Lo que yo te diría, y la base de todo el asunto es que uno tiene que educarse para saber reconocer cuáles son las cosas que necesita. Dentro de esta educación el miedo también tiene una parte fundamental; para que lo experimentes o para que dejes de experimentarlo. Por otro lado, dentro del miedo están todos estos personajes. Algunos te gustarán más, otros menos. A mí me resultan más simpáticos el hombre lobo y Drácula que los zombis. Nunca me interesaron los zombis, que, por otro lado, son mucho más modernos como construcción. Entonces, te diría que hay para todos, lo que no hay es todo para todos. Eso no funciona. Todos tenemos derecho a acceder a las mismas cosas, pero todos tenemos derecho a decidir con qué cosas queremos quedarnos, ese es el punto. Yo resumiría diciéndote la diferencia entre que exista o no el hombre lobo es la educación que tengas.
¿Cómo asumirías el papel del miedo desde el horror en lugares o países como México, en donde el horror está demasiado normalizado, en donde es algo real?¿Qué función tendrían el horror, los mitos?
Justamente son una válvula de escape. Quise ser delicado y no usar un ejemplo de México hace rato cuando te hablé de Trump. La violencia en México está tan institucionalizada, está tan presente en todas las capas de la sociedad, que el miedo fantástico es una válvula de escape frente a todo el resto de la porquería que les toca vivir a los mexicanos. Me acuerdo de que un día estaba charlando con una amiga mexicana que me decía «Si el Estado no se hace cargo de vos, si no tenés ningún tipo de esperanza de la vida, si quedás totalmente fuera de la sociedad, y si no hay nada que te pueda salvar, quizás es mejor vivir un tiempo como narco, con autos, mujeres, dinero y todo lo demás, que hacer el esfuerzo, que nadie te va a compensar ni nada por el estilo». Es una monstruosidad, eso sí es una monstruosidad mucho peor que todas las amoralidades que pueden aparecer en una historia legendaria. Comparados con esto, las historias de los hombres lobo acaban siendo un cuento de perritos chihuahua. Adoro México, he venido muchas veces, algunos de mis mejores amigos son mexicanos, pero me produce un repudio tan grande y una violencia tan grande ver una sociedad que se desprecia tanto desde arriba hacia abajo, la impunidad manifiesta de los ricos –mucho más impune que en un país como la Argentina, que también tiene lo suyo–, que no puedo si no indignarme. Por ejemplo, de la falta de consideración de la clase media hacia abajo, y a su vez de su servilismo hacia arriba. Algunos de mis mejores diálogos han sido con taxistas, con mozos, con señoras que te venden tortillas. Esas personas son, en última instancia, parte de lo que hace valioso a este lugar. La operada llena de bótox que vive en Las Lomas no es muy distinta de la operada que vive en Los Ángeles o de la que vive en Chicago. En cambio, la señora que está preparando sus cosas, que te da de comer en la calle, es totalmente diferente. Si la encontrás en el norte es porque emigró, no porque existiera. Frente a ese tipo de cosas te diría, el miedo es una válvula de escape, porque es un miedo frente al cual sabés en un principio que no te va a matar, es totalmente consciente. El otro miedo es el que realmente lastima, es el que viene por la calle cuando no te lo imaginás y te pega un tiro.
Por último: ya me dijiste qué tipo de obras no consumes, ahora quisiera saber cuáles obras sí lees, escuchas o ves…
En primer lugar, no leo novelas. No me gusta la forma de la novela. Creo que la forma de la novela está agotada. Por eso, prácticamente no leo novelas posteriores a 1950. En general, trato de ir para atrás. Lo que más me atrae es leer ensayo y lo que llaman normalmente no ficción. Ahí no me importa el tema, lo que me importa es que esté bien escrito. Puedo leer a un paleontólogo como Stephen Jay Gould contando la historia de la evolución y contando la historia de ciertos museos o determinado tipo de falsas creencias en ensayos chiquitos escritos maravillosamente bien de la misma manera que puedo leer libros insólitos, por ejemplo a John McPhee. John McPhee escribió un libro sobre las canoas de corteza. También escribió ediciones sobre el cultivo de la naranja, sobre la tela de los paracaídas. Son fascinantes y están maravillosamente escritos. Cuando busco leer, lo hago sobre eso. Leo mucha biografía, mucha historia. Voy por mi tercera o cuarta historia de México. Cada vez que vengo repaso. Es un compromiso. Después de haber venido tantas veces, tengo que saber si tal calle que se llama Juárez o Hidalgo a quiénes se refiere. Es lo mínimo que tengo que hacer. Te diría que en este tipo de cuestiones, ya con la poesía y la no ficción tengo suficiente. Lo que me importa es que la escritura sea buena, que el estudio sea riguroso, o que el que lo escribió esté lo suficientemente loco para que sea divertido.