Por Guillermo Núñez Jáuregui
Este 2018 se cumplirán cincuenta años de la primera publicación de un relato breve, pero significativo, del escritor norteamericano Philip K. Dick, autor clave para comprender uno de los imaginarios más duraderos de la ciencia ficción, marcado por la paranoia y una constante indagación sobre lo que significa ser humano. El relato, que puede leerse como una astilla profundamente satírica y ácida en la obra del autor estadounidense, es original de 1968 y se titula “La historia que pondrá fin a todas las historias para la antología de Harlan Ellison Visiones peligrosas”. Ayuda, además, como una introducción al misticismo tan singular que se encuentra en su obra.
El humor ácido de Dick ya puede percibirse desde el título, tan largo, del cuento que, en contraste, es corto: consta apenas de un párrafo. Podríamos argumentar que con este relato Dick se suma a la tradición del microrrelato, y aún más, del cuento brevísimo fantástico en el que podemos ubicar el archiconocido texto de Monterroso y su perseverante dinosaurio; o bien, la famosa premisa para un relato planteada por Thomas Bailey Aldrich a inicios del siglo pasado, que dice: «Imagina que todos los humanos de pronto han sido erradicados de la Tierra, excepto por un hombre. Imaginemos que este hombre se encuentra en una gran ciudad, como Trípoli o París. Imagínalo ahora en el tercer o cuarto día de su soledad, cuando está sentado en el interior de una casa y de pronto escucha el timbre de la puerta». Famosamente, el mismo escenario fue usado posteriormente por Frederic Brown para el inicio de su relato “Knock” o “Golpe”, que dice: «El último hombre en la Tierra se sienta a solas en una habitación. Hubo un golpe en la puerta…».
A pesar de la fama de esas dos oraciones, hay que precisar: el ejercicio de Brown (publicado originalmente en el número decembrino de 1948 de la revista pulp Thrilling Wonder Stories) no culmina allí. En unos cuantos párrafos más desarrolla un escenario de invasión extraterrestre, con alcances apocalípticos, que explica la desolación de la Tierra: una raza superior, los Zan, ha diezmado a la población terrestre para sumar especies exóticas a su zoológico intergaláctico.
De esa hebra del relato de ciencia ficción, que plantea un escenario apocalíptico a causa de la idea más bien absurda y cómica de que otra raza estaría interesada en mantener a los humanos en cautiverio (o mejor, que una sociedad auténticamente inteligente privaría a seres vivos complejos de su libertad…) es de donde Philip K. Dick jaló para desarrollar su relato, de apenas un párrafo. El cuento de Dick, de acuerdo a la traducción de Manuel Mata incluida en el quinto volumen de sus Cuentos completos:
En una sociedad futura, arrasada por una guerra nuclear, las mujeres jóvenes son enjauladas en zoológicos, donde tienen encuentros sexuales con diversas formas de vida deformes y no humanas. Una de ellas, una mujer hecha con los restos de varias mujeres muertas, copula con una hembra alienígena en su jaula y más tarde, gracias a la tecnología del futuro, queda encinta. Al nacer el niño, la mujer y la alienígena luchan para decidir quién se lo queda. La joven humana sale victoriosa y devora al niño entero, con pelo, dientes y todo. Sólo después de haber terminado descubre que el retoño es Dios.
El relato se inserta en un imaginario más o menos clásico de la ficción especulativa, el cuento apocalíptico que, encima, plantea una sociedad abominable, extraterrestre o futura (en todo caso, ¿distinta a la nuestra?) capaz de encerrar a seres inteligentes para su disfrute. El cuento destaca por unir varios elementos chocantes en pocas líneas: una guerra nuclear, el sometimiento de mujeres jóvenes, obligadas a copular con seres abyectos; o bien, a ser transformadas ellas mismas en criaturas repugnantes (una de ellas, leemos, está hecha a partir de «los restos de varias mujeres muertas», como si se tratara de una figura prometeica). Pero el golpe final es lo que distingue al relato de Dick y, al mismo tiempo, lo enlaza con otro de sus relatos importantes. Uno de los retoños que han nacido de este escenario infernal, y que ha sido comido por su propia madre, es Dios.
Para seguir debo llamar la atención al socarrón y largo título del relato. Por supuesto, “La historia que pondrá fin a todas las historias para la antología de Harlan Ellison, Visiones peligrosas” no fue incluido en la rompedora antología de 1967. En cambio, apareció en el fanzine de ciencia ficción Niekas. Con todo, tiene varios puntos en común con el relato con el que Dick sí contribuyó a la antología editada por Ellison, titulado “La fe de nuestros padres”. Hablemos primero de las diferencias: es un relato breve pero no es cortísimo; cuenta con algo de humor, pero en general ha sido escrito con un tono y preocupación mucho más serios que “La historia que pondrá fin…”. Las similitudes: ambos imaginan una realidad futura en la que la población vive bajo un régimen singular. En el caso de “La fe de nuestros padres”, se trata de una ucronía en el que la Cortina de Hierro ha ganado y Occidente vive bajo el peso de una sociedad comunista de espíritu oriental (el protagonista es un burócrata vietnamita llamado Tung Chien que trabaja para el aparato cultural y censor del estado, regido por el Gran Benefactor, un líder supremo que mantiene a la población a raya bajo un estricto sistema de distribución de alucinógenos; es tan estricto, que los anti-alucinógenos están prohibidos). Aquí, claro, volvemos a unos los temas predilectos de la obra de Dick, la capacidad que tenemos, o no, para distinguir lo que es real de lo que no.
Pero más allá de que “La fe de nuestros padres” vuelva a los tópicos dickianos o que imagine un futuro distópico, lo más interesante es su vínculo con “La historia que pondrá fin…” desde un aspecto teológico. Como el relato satírico que le siguió, “La fe de nuestros padres” tiene en su corazón una preocupación por lo divino. Tung Chien, el burócrata vietnamita, es tocado por un grupo radical para que se infiltre en las altas esferas del Partido y desenmascare al Supremo Líder y muestre lo que realmente es. El grupo rebelde sospecha que se trata de una inteligencia extraterrestre que ha dominado al mundo. Pero Chien, armado con un potente anti-alucinógeno, descubre lo real, la verdad, y es algo mucho peor que una inteligencia alienígena u hostil. El Supremo Líder es, en realidad, un Dios indiferente, como descubre Chien: «Sé quien eres –pensó Tung Chien-. Tú, el jefe supremo de la estructura mundial del Partido. Tú, que destruyes cada objetivo viviente que tocas […] Te veo en la planicie que para ti es la Tierra, una extensión chata sin colinas ni valles. Vas a cualquier parte, apareces en cualquier momento, devoras cualquier cosa; modelas la vida y la engulles, y disfrutas con ello. Eres Dios».
Hay un toque de horror cósmico en estas revelaciones: lo real puede ser algo tan terrible y poderoso que a los humanos les conviene ignorarlo. En el imaginario de Dick lo divino puede ser el retoño repugnante de lo cruel, o un dios personal pero sádico en su indiferencia. Al margen del documentado interés de Dick por las sustancias psicotrópicas como mediadoras para las experiencias religiosas (Ellison sugirió en su antología que el relato fue escrito bajo la influencia del LSD), es interesante que sus pensamientos teológicos casaran no sólo con elementos budistas sino con el de algunos pensadores de la iglesia católica: «Es posible que la última palabra sobre Dios ya se haya dicho», señaló Dick a propósito de su relato, «En el año 840 d.C., en la corte de Carlos el Calvo, Juan Escoto Erígena escribió: “No sabemos lo que es Dios. El propio Dios no sabe qué es porque no es nada. Literalmente, Dios no es, porque Él trasciende el ser”. Esta visión mística tan penetrante… y zen, alumbrada hace tanto tiempo, sería muy difícil de superar. En mis propias experiencias con las drogas psicodélicas he alcanzado una iluminación minúscula, comparada con la de Erigena.»
Aunque los lectores de Dick conocen bien su interés por el ámbito místico, es interesante que su imaginario, en el paso hacia la cultura de masas o popular, se haya demorado tanto en otros aspectos clave de su obra. Ya sean ucronías totalitarias (como la de El hombre en el castillo, adaptada ahora a una serie de televisión) o preocupaciones sobre lo que significa ser humano en tiempos de simulacros (como Blade Runner y su secuela). Pero este imaginario, parece, no puede estar completo sin una atención más cuidadosa a las ideas religiosas de Dick, una tarea por delante.