Por Alejandro González Castillo
«¿Qué te crees?, ¿te crees muy chingón?», le dice Parménides a Jim Morrison; y luego le suelta: «¿Te crees Cristo, te crees Dios? You´re a mother fucker!». Ahí el encuentro fugaz y abrupto entre el vocalista de The Doors y Parménides García Saldaña según lo cuenta Edmundo, hermano del autor de Pasto verde. El asunto tuvo lugar en 1969, luego de que el grupo angelino ofreciera un concierto en la Ciudad de México, en un centro nocturno llamado Forum, un lugar muy pequeño y muy caro, refiere Edmundo; un sitio al cual llegó acompañando a su hermano mayor, para entonces toda una figura de la literatura juvenil, apodada «de la onda», o como el propio Edmundo prefiere denominarla, «literatura urbana y moderna que confrontaba a las mafias». ¿Cómo fue que, según las propias palabras de Edmundo, ese literato güerillo, chaparro y de barba roja se atrevió a increpar a un rockstar gabacho y alto, poeta y manipulador de masas? La historia comienza años antes del 69.
Un güerillo de ojos verdes, simpático y ocurrente
Pese a haber nacido en Orizaba, Edmundo y Parménides vivieron toda su vida en la Ciudad de México, específicamente en la colonia Narvarte. «Crecimos con una educación del siglo XIX, muy rígida, tradicionalista y hasta analfabeta, ajena a las artes», comenta Edmundo; «Parménides era güerillo y de ojos verdes, le decían el gachupín y era simpático, gracioso y ocurrente. Siempre brillaba». Diez años menor que su hermano, Edmundo recuerda bien la popularidad de la cual gozaba Parménides: «yo tenía cinco años de edad cuando él ya iba en la secundaria 3, y entonces descubrí que tenía un hermano famoso, adorado, querido por sus amigos de la escuela. Iba yo a las fiestas y todos me atendían bien porque yo era El Hermano de Parménides». A esas alturas, aquel adolescente estaba cerca de sufrir un ataque salvaje gracias a las bocinas de su tornamesa. El rock and roll lo sujetaría del cuello para no soltarlo jamás, y tras él llegaría su padrino de fechorías, el blues. Un par de rufianes sin escrúpulos que terminarían de moldear su naciente personalidad.
«De pronto, como si en la familia sobrara el dinero, dijo que quería estudiar Letras Inglesas; y mi mamá, ‘ah, sí, cómo no’». Así fue como Parménides terminó estudiando en Baton Rouge, muy cerca de Nueva Orleans, donde presenciaría un acto en directo de Loving Spoonful. La experiencia de estar frente a los autores de «Do You Believe in Magic» haría que el flamante universitario moviera la mira de su futuro; «un día llegó una carta a la casa donde nos decía que se había salido ya de la escuela y que andaba en Chicago, que le mandaran dinero para regresarse. Al volver a México platicó con mi papá, le contó que ya no quería ir a la escuela porque lo que quería ser era escritor». Aunque entonces lucía arrebatada, la decisión de Parménides fue tomada en el momento preciso, como Edmundo argumenta: «bajita la mano teníamos a Pasolini y a Fellini, a los Rolling Stones y a toda la invasión inglesa, además de la psicodelia. Vivíamos una era fabulosa. Entonces todo era a go go, las chicas, las minifaldas. Lo moderno era estar en onda, así que también estaba naciendo una literatura nueva, proveniente de los chavos, de quienes estaban en la onda».
Forajido, disidente, rebelde
Refiriéndose a su dimensión terrenal, La Onda es definida por Parménides con puntualidad en su libro En la ruta de la onda (1972): estar en onda es estar al margen, convertirse en outsider, forajido, disidente, rebelde; en un ser humano fuera de las leyes que rigen el orden de la sociedad; es oponer la imaginación a la no-imaginación, es parodiar la disipación que se oculta detrás de la solemnidad del mundo square, cuadrado, chato, plano y fresa. Ese planeta anticuado y aburrido al que el escritor se refiere en aquella obra seminal, estaba dominado en aquellos días a nivel literario por personajes con apellidos tan célebres como Paz, Monsiváis o Fuentes. Así que de alguna manera ellos representaban al enemigo. Fue Margo Glantz quien se sacó de la manga el término de «literatura de la onda» para referirse a la nueva generación de escritores que barruntaban un cambio en las letras del país, y entre ellos se encontraban Gustavo Sainz, René Avilés Fabila, Margarita Dalton, José Agustín y el propio García Saldaña. Edmundo comenta que a «Agustín no le gustó el término y Avilés le mentó la madre a Margo durante una presentación. Por su parte, Parménides estaba tan inmerso en su escritura, en su mundo literario, que no hizo caso a todo aquel alboroto; los demás sí, se molestaron y se sintieron muy ofendidos». Sin embargo, el hecho de que Parménides no pusiera demasiada atención en el modo en que se etiquetaba su estilo no significaba que sus instintos se mantuvieran sosegados. Y eso lo iban a saber todos muy pronto.
La onda son los excesos. Vivir la vida en exceso. Los excesos pueden estar en la diversión que incluye risas, lágrimas y amor, entre alcohol, cocaína, morfina, heroína, mota, ácido; según los tiempos. La onda requiere de un desgaste anormal de energía, si no, no es onda. La onda tiene que ser irracional, si no pierde su nivel de trascendencia. El exceso de alcohol en el cuerpo, de mota en el cuerpo, de sexo en el cuerpo, de ácido en el cuerpo, conducen a Dios y al Diablo: los constituyentes de las leyes del misticismo y la onda. Ahí las palabras de Parménides, quien es directo al describir el modo en el cual se conducía un ondero en regla durante esa era; justo como él lo hacía. Tomando esto como antecedente, torpe hubiese sido esperar de él charlas relajadas cuando el demonio se le subía a la espalda. Edmundo al habla: «Yo no puedo decir que Parménides fuera un santo, como mucha gente ha hecho. Era inteligente, culto y muy talentoso; pero se mentía mucho entonces. Alcohol, benzedrina. Llegábamos con el Three Souls in my Mind a la farmacia de la esquina y pedíamos cien pesos de anfetaminas. Y órales. Entonces esa pastilla se usaba para adelgazar y se compraba fácil, así fue hasta que se empezó a morir la gente».
Las cosas las arreglaba a guamazos
«Él se las cobraba, se creía Elvis y las cosas las arreglaba a guamazos. Aterrorizaba, no se andaba con medias tintas», avisa Edmundo si de hablar de los puños de su hermano se trata. «Una vez fue al Excélsior a reclamar que no le publicaron un artículo sobre Elmore James, y le reventó a alguien la máquina de escribir en la cabeza; a Octavio Paz lo tuvo escondido bajo un escritorio porque le reclamó que en la revista Plural no lo incluyó en un listado de escritores modernos». Grandes anécdotas de fuerza bruta las descritas; sin embargo, quizá sea Jim Morrison el rockstar más célebre que recibió los embates de Parménides cuando éste se encontraba «en onda», y Edmundo estuvo ahí para atestiguarlo: «El rock and roll estaba prohibido en México después de Avándaro, por eso se fue a los hoyos fonquis —¿Parménides los bautizó así, hoyos fonquis? Que sí, que no, ¿importa?— y bajo estas condiciones llegaron los Doors acá, con Morrison borrachote, panzón y barbudo, para tocar en el centro nocturno de los hermanos Castro, en Insurgentes, por el Eje 5. La entrada costaba doscientos pesos, bastante dinero, y no se vendía alcohol, pura limonada y coca cola. Además, había que ir de traje y corbata».
Edmundo continúa: «Esa vez Parménides andaba hasta atrás, y yo con él. Queríamos ver a los Doors, pero en la entrada que nos detienen; alguien chismorreó que iba a ir Parménides o no sé qué, pero no nos dejaron entrar mientras los «artistas» de la tele pasaban sin problemas. Así que nos quedamos en la calle, viendo una pared donde pintaron a Morrison. Y Parménides de pronto comenzó a alucinar. Que Cristo, que esto y aquello. Y no sé bien cómo pasó, pero unos gabachos traían un Chevrolet Camaro, del 69, al que nos subimos para perseguir a los Castro y su limusina, un Cadillac negro donde iban con los Doors. Había un hotel por Santa Fe, muy agabachado, y ahí estaban hospedados los Doors, quienes se dieron cuenta de que los íbamos siguiendo y dieron vueltas y vueltas hasta que se cansaron y se bajaron. Y órale, que nos bajamos todos. Parménides detonado grueso, muy loco; Jim Morrison con unas chavas. «¿Qué te crees?, ¿te crees muy chingón?», le dice Parménides a Morrison; y luego le suelta: «¿Te crees Cristo, te crees Dios? You´re a mother fucker!». ¿Y sabes qué? Morrison no dijo ni come on baby light my fire. Se quedó callado, sacado de onda al lado de Ray Manzarek. Al otro día yo me fui con mis cuates al Forum, otra vez. Nos metimos por la cocina y por fin vi a los Doors. Ya no supe si Parménides lo logró».
El diablo, la locura y la frustración
La realidad era que Parménides estaba fuera de control, así que inició un periplo por diversas clínicas de rehabilitación. Dicen que sus problemas se desencadenaron cuando le dieron a probar un ácido. Los rumores indican que a raíz del suceso su mente no soportó más y estalló. Sin embargo, existe la versión de que en la supuesta ocasión en que extravió la cordura, a Parménides no le dieron más que una aspirina. «Se le ingresó porque ya se ponía muy loco, iba contra todos», explica Edmundo. «Estuvo fácil en cinco, seis clínicas. Ahí comía y salía gordito y feliz; pero en dos meses ya estaba otra vez bien loco. Una vez fui a Tlalpan, a una casa inmensa convertida en clínica psiquiátrica donde él estaba y lo encontré feliz; descubrí que todos lo amaban, hasta parecía que estaba en el patio de la escuela, cantando y todo. Le gustaba ir ahí, eso creo, porque le bajaban el acelere un rato, aunque ya luego afuera otro nuevo capítulo de locura se venía. Pero vaya, fue en esa clínicas donde lo tronaron. Nunca tuvo un diagnóstico certero. Le daban electroshocks».
Sin embargo, Edmundo sugiere que en el caos mental de su hermano no fue únicamente por culpa del alcohol y las pastillas. «Su locura y frustración crecieron a raíz de que fue ninguneado, de que sus libros no se vendían. Todavía hay gente a quien le mencionas a Parménides y parece que le hablas del diablo, hasta tiembla. En realidad él se encontraba frustrado, se sentía rechazado». José Agustín lo decía: Parménides estaba consciente de su extraordinaria inteligencia, sabía que su talento rayaba en la genialidad. Fuera de sí, se cuenta que en uno de sus trances intentó asesinar a su propia madre y bueno, tenía que suceder, con el descontrol como aliado en la cotidianidad finalmente el hombre pasó una temporada encerrado en la cárcel. «En algún momento él y yo nos separamos», sostiene Edmundo. «Tuve que elegir y decidí hacer una vida. Casarme. Además, sí estaba muy grueso aguantarlo y pues yo protegí a mi familia. Mis padres le compraron un cuarto y fue ahí donde murió, en 1982, luego de comprarse una botella de tequila y un litro de leche. La cosa es que sí, sí sufrió al final», dice.
Siempre yendo pa´bajo
Edmundo comenta que a menudo le arrojan la sentencia de que su hermano, ese tipo que descendió a la tierra de los hoyos, yendo siempre hacia abajo hasta toparse con el blues, es un hito; sin embargo, él cuenta con sus propias conclusiones: «Los héroes mueren jóvenes, los dioses deciden llevárselos. Comparado con Parménides, antes yo era el chavo; ahora soy el viejo, un viejo que, mírame, se la pasa hablando de su hermano, un tipo que sigue siendo joven, que ha trascendido así». Y ciertamente, la obra del escritor (en la cual también se cuentan los libros El rey criollo, Mediodía y El callejón del blues) ha alcanzado un grado de proyección antes inimaginable, tanto como las leyendas sobre su rebelde existencia. Esto sucede sobre todo entre los jóvenes, quienes recurren a sus enunciados cuando los asalta la pregunta más importante de toda existencia: ¿qué onda con la vida? Una interrogante que Parménides resolvió, como bien apunta su hermano, cuando «estaba con sus ojos verdes viendo el techo de la pobre habitación que lo acogió para ese sublime momento en que se vio morir»; a la hora en que «tomó un trago de leche y otro de tequila. Y ya no volvió a moverse».
Para estar en onda hay que disipar todo, para estar cerca del momento más trascendente y metafísico: la muerte. El gran momento místico está al filo de la muerte porque estamos ante la resolución del Gran Misterio, explica el Parme, como lo apodan sus allegados lectores. Y al leer esto casi puede vérsele empinándose un whisky de a soldado mientras los Stones infectan de blues su tocadiscos. Sí, ahí están, los rufianes en plena ceremonia, orando por ese amor en vano que los aferrados buscan mientras excavan, rezando con fervor:
Blues es funky
Blues es lo grasiento
Para tener el blues
Hay que ir pa´bajo
Pa´bajo pa´bajo
Lenta lentamente
Y ya que hayas descendido
Hasta la tierra de los hoyos
Encontrarás el blues
El sentido de lo funky
El sentido de lo groovy
El sentido de lo wild
El sentido de lo underground
Así que
Goin´ down goin´ down
Show show show…
Muy cabrón este texto, el Parme, el blues, el rock, la onda loca. Alejandro, rifado.