Por Guadalupe Gómez Rosas
No me importa estar sola, sólo no quiero ser insignificante. Pequeños aforismos como este componen la tempestuosa serie ganadora de los Globos de Oro 2018, The Marvelous Mrs. Maisel, una muestra burlesca de un feminismo eficaz y de tonos vibrantes.
De todas las series feministas que desfilan en diferentes canales y consorcios, tal vez ésta sea de las pocas que logra ser hilarante de verdad. Es posible que Fleabag (2016) fuera una de sus precursoras, no sólo porque comparten fortín en Amazon, sino porque Fleabag incurre en un guión cómico con veces de nostalgia y un final estremecedor y errático para su protagonista, pero como The Marvelous Mrs. Maisel… ninguna.
“No sabes lo que es la vida de una mujer que no ha triunfado”, escribió Simone de Beauvoir en Los Mandarines. Y en los años 50 triunfar era más o menos tener un perro, dos hijos y un esposo con un trabajo pródigo. Cánones del tiempo. Pero ¿qué pasa cuando no puedes permitirte fracasar? ¿Qué pasa cuando lo tienes todo?
Desmitificando estereotipos y aterrizando en calle nos preguntamos: ¿Qué hace especial a una judía acomodada del Upper West Side de los años 50? No sólo el caudal del dinero o la educación programada, sino que la llaga de ser “perfecta” hormiguea en ella. Cómodo y fácil seguramente no es, porque caer desde lo alto atormenta mucho más.
La tempestad que viene a partir la perfecta vida de la familia Maisel no tiene que ser grandilocuente, sólo tiene que ser posible. Por eso el anodino esposo se lía con la secretaria y desde ahí la lengua suelta de Midge Maisel —nuestra protagonista— no tiene retorno. Una sagacidad mental deslumbrante, una sonrisa de oro y una manager primeriza lo pueden todo.
—¿Sabes qué quiero?
—Espero que no sea una virgen.
Midge no sólo rompe los estereotipos con los que cargan las chicas, se muestra carnal en los momentos idóneos y visceral cuando fluye… Parece que en su personaje se revelan cientos de mujeres brillantes que no quisieron ser la sombra o el paladino del dicho “detrás de cada hombre hay una gran mujer”.
En una apología de sororidad aparece el personaje interpretado por Alex Borstein (Suside Myerson). Una interlocutora criada en el barrio bajo pero con una perspicacia impar, materializando la perseverancia con un humor genuino, que ayudará a Midge a descubrir las vidrieras de la comedia neoyorquina.
Además de un vestuario impecable y una fotografía vívida, The Marvelous Mrs. Maisel conserva en las entrañas un feminismo brutal, sin complicaciones, ni batallas varias. El guión es sagaz y resuelto, producto de la creadora de Gilmore Girls, Amy Sherman-Palladino. Muestra de ello es el tercer capítulo, donde Midge, ante una audiencia risueña, improvisa un sketch:
¿Qué tal si no estoy destinada a ser madre? ¿Habré elegido la profesión equivocada? Si te da asco la sangre no eres cirujano, si no te gusta volar no trabajas en un avión (…) Se supone que las mujeres son madres, se supone que sea natural, ¿viene con las tetas, no? (mientras se agarra los senos) Viene con el equipo. ¿Hay excepciones? Quizá algunos de nosotros solo debemos viajar mucho…
Se trata de una bocanada de aire nuevo contra un sistema binario y reinante, donde eres una sacrificada mujer o una vulgar puta, donde eres una madre excelsa o una solterona frígida.
A diferencia de las nuevas series feministas, de Girls y la celulitis de Lena Dunham, o de las históricas, como Good Girls Revolt, esta serie cómica no sólo recuerda a una temprana Joan Rivers, sino que visibiliza los actos pedestres, las acciones ingenuas como solicitar trabajo, cobrar por algo que no sabías que era redituable, darse que cuenta que tal vez no querías ser lo que siempre te dijeron.
Fragmentar una y otra vez hasta convertir la vida en cataclismos y compartirlos a través de sketches que no guardan la compostura, que no temen por lo políticamente correcto, esa es la apuesta de The Marvelous Mrs. Maisel.
Al final te das cuenta que tiene mucha gracia porque es real, porque no nos queda de otra más que reír ante la adversidad personal, porque todo pasa y vuelve a iniciar. Porque podemos reírnos del esposo y de los padres, incluso de nuestros hijos. Porque no todo tiene que ser políticamente correcto para ser feminista, porque nos aclara que hay que ser personas antes que otro adjetivo, porque podemos ser subversivos con toneladas de humor.