Por Leo Lozano
La escena es esta: una mujer camina por la calle mientras una ventisca le pega de frente. Mientras avanza, el vendaval arrecia a tal grado que ya no puede continuar el paso; para no caer, se inclina en un ángulo de casi noventa grados. De fondo se escucha el aria Ombra mai fui de Händel. Se trata de una clara metáfora del duelo que enfrenta esta mujer y del camino a contracorriente que supone ser ella misma. Es esta quizá una de las escenas más bellas y potentes de la cinta chilena Una mujer fantástica, escrita y dirigida por Sebastián Lelio, la cual ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera y el Oso de Oro al Mejor Guión en la Berlinale.
En el filme, Marina, la protagonista (interpretada por Daniela Vega), una mujer transgénero, pierde a su pareja, un hombre maduro, de buena posición económica y con una familia, que poco a poco se verá, no la estima en lo absoluto. El duelo, los enfrentamientos, a veces violentos, con la familia de su ex cónyuge y la lenta resignación frente a la pérdida son los ejes centrales de la trama. Pero eso no es todo. Una mujer fantástica también es una cruda, y por momentos entusiasta crónica del rechazo y odio que una sociedad puede ejercer sobre una clase de individuos y como éstos resisten.
Desde que Marina tiene que llevar a su moribundo novio al hospital, hasta los encuentros incómodos que sostiene con la ex esposa de Orlando, el novio en cuestión, el hijo, los amigos de éste y los trabajadores de servicios sociales, las muestras de rechazo o el prejuicio, sino el asco, predominan. Sin embargo, esto no convierte a la película en un drama insufrible sobre la discriminación. Lelio, sorteando los clichés propios del tema, apela por una narrativa que juega con el suspenso y el humor. Con ello logra un relato alejado de las obviedades o los caminos fáciles que un guión como ese podría tomar. En ese sentido la música, el ángulo de la cámara y ciertos recursos estilísticos en las tomas y la iluminación, hacen que la historia se sostenga, no por su temática sino por la forma en que está contada.
Más allá de los premios y laureles, que no hacen que una película sea buena o perdure en la memoria colectiva, creo que el mayor acierto de la cinta de Lelio es que se permite, simple y sencillamente, el lujo de contar una historia, que trasciende cualquier posicionamiento político, y ello, en estos días de tanta corrección política, se agradece. Sí, Una mujer fantástica, es la historia de una chica trans y su enfrentamiento con la sociedad, pero ese no es, creo yo, el pretexto o la anécdota que le da vida a la historia.
Aquí, el verdadero hilo conductor es el sufrimiento por la pérdida de un ser querido. La consecuente soledad y vacío que eso conlleva y la resignación final frente a la muerte, en el entendido de que para los que nos quedamos aquí en la tierra, pese a todo, la vida sigue.
Ahora, si me permiten una pequeña sugerencia, cuando vean esta película, olvídense un poco de la retórica activista, siéntense y disfruten, con dolor, con rabia, con indignación, con llanto, con risa, con melancolía, con cualquier emoción al hilo que Una mujer fantástica les despierte, que, al fin de cuentas, para eso es el arte, para sentir.