Por Luis Manuel Rivera
Dice el lugar común que lo único seguro en la vida es la muerte. Es válido agregar algo más, y es que absolutamente nadie tiene la verdad, no existe una sola persona en este mundo que la posea, acerca de nada y respecto a nada. La verdad es un concepto tan utópico como la objetividad. No nos engañemos, ninguno de los dos existen tangiblemente, o al menos nadie puede acceder a ellos. Esos dos términos viven permanentemente empantanados por los matices y llenos de vacíos que mientras nos ocupamos en llenarlos ya se han abierto más por otro lado.
De ahí el atrevimiento de James Vanderbilt (Nueva York, 1975) de llamar a su debut en la dirección cinematográfica Truth. Seguramente el gesto tiene toda esa intencionalidad irreverente que suele generar morbo y atraer al público, mismo que se pregunta, ¿acaso este tipo ha dado con la verdad?, y aunque en el fondo sabemos que no es algo posible, nos gusta engañarnos y descubrir cómo nos intentan vender algo autentificado como verdadero.
Sin embargo, toda esa búsqueda sí que puede resultar reveladora de muchos aspectos y darnos ciertas certezas, así como también puede inundarnos de más preguntas de las que ya teníamos. De cualquier forma el camino no deja de ser enriquecedor, nos activa el pensamiento, la duda y no nos deja indiferentes. Ahí está lo valioso de las cintas que presumen de haber dado con lo que nadie más aunque no sea verdad la presunción. Y es que aunque no queramos, uno termina usando el término y decretando cosas porque nuestra necesidad de claridad nos obliga inconscientemente –y conscientemente– a hacerlo. Maldita incertidumbre, tan molesta como atractiva.
Cate Blanchett y Robert Redford –vaya dupla de actorazos– encarnan a Mary Mapes y Dan Rather, dos periodistas de la cadena norteamericana CBS que en 2005, previo a las elecciones en las que George W. Bush se reelegiría, revelaron documentos que comprometían el pasado del ahora expresidente norteamericano.
La cinta no deja de lanzarnos preguntas a la cara y nos incita a dudar de cualquiera de los personajes durante las más de dos horas que dura. Abre una brecha de la política norteamericana que no se había explorado en el cine y que la cadena y los tribunales en Nueva York habían borrado de un plumazo. La realidad nos entregó un mandato de Bush en el poder durante ocho años y el alejamiento de los periodistas de la cadena junto con su equipo de colaboradores. La ficción nos incita a tener una razón más para siempre dudar de las versiones oficiales y ponerles una zancadilla antes de otorgarles el paso.
Al final Vanderbilt sí nos entrega una certeza: que es posible debutar en la dirección de manera más que honorosa y no con ensayos plagados de errores neófitos, si antes de hacerlo tienes una trayectoria ataviada de guiones de alto calibre en el mundo de la ciencia ficción incluido el de cintas como Zodiac de David Fincher.
¿Verdades? Ninguna. ¿Razones para verla? Más de una sin problema alguno.