Por Leo Lozano
Nietzsche sostenía que la tesis sobre la igualdad era una falacia, puesto que física, intelectual y socialmente existen muchas barreras que nos separan. Esta postura fue objeto de muchas malinterpretaciones, y si bien, a la luz de los ojos modernos su contenido llama a la discriminación, al clasismo o a cualquier otro valor contrario al de nuestra época, lo cierto es que la idea cala porque es verdadera, pese a cualquier deseo noble de inclusión social.
En días recientes se cacareó mucho en medios el estreno de la ópera prima del regiomontano Andrés Clariond, Hilda, que narra los desencuentros de dos mujeres en las antípodas de sus respectivas escalas sociales. Susana Lemarchand (Verónica Langer) como la esposa advenediza de un empresario xenófobo y clasista de origen francés, e Hilda (Adriana Paz) esposa del ex jardinero de la casa. La primera de perfil europeo y la segunda de características indígenas. Entre los clichés de la pigmentación y la heráldica, la mesa está servida para un drama de humor negro medianamente bien hecho.
Y es que hay algo en Hilda que no termina de convencerme. El filme me dejó con un sentimiento ambivalente y con lo que me quedo es con la tesis dura de este, cuya lectura muy personal, desarrollo a continuación.
Sin el afán de ser aguafiestas, y otorgándole al lector el beneficio de la duda con relación a la cinta en cuestión, no ahondaré demasiado en el hilo dramático. Así que retomando lo dicho en el primer párrafo, quisiera tocar un tema harto incómodo y manoseado en nuestro país, el de la culpa del burgués; el acaudalado con conciencia, aquel que cree en las causas sociales y en la idea de una sociedad más justa, mejor. En algún momento de su vida, la protagonista de Hilda, fue una activista política, sin embargo algo sucedió en el ínterin y el sistema terminó por adherírsela.
La llegada de una nueva empleada doméstica (Hilda), revive en Lemarchand su noción de equidad, y emprende un proyecto de inclusión social en el que el objeto de experimentación se encarna en la esposa de su ex jardinero. Hasta ahí vamos bien. El problema, y aquí está el planteamiento central de la obra de Clariond ―que, como comentario al hilo, resulta ser el vástago de un influyente empresario de Monterrey― es que, aunque sea políticamente incorrecto decirlo, existen muchas diferencias entre nosotros, Algunas de ellas, desafortunadamente son infranqueables, y las razones dependen de muchos factores, los cuales sinceramente desconozco.
Susana enfrenta una crisis por la pérdida de sus ideales y un choque emocional por la vacuidad de su vida como madre y ama de casa. El proyecto con su sirvienta es una forma de expiar sus culpas de burguesa arrepentida. Sin embargo, la ex activista yerra en el método, puesto que hace de su nueva sirvienta una esclava al servicio de su empresa de justicia, olvidando un regla elemental; la libertad del individuo, y aquí nos detenemos, porque vale la pena.
La señora Lemarchand, en un ataque de neurosis, convierte a su empleada en una homóloga, pero lo hace a la fuerza. Su ideal rancio y caduco de igualdad social, con citas de Marx leídas a Hilda, no provocan el mínimo interés en la susodicha, quien ve en su jefa a la representación de una mujer que está perdiendo los cabales.
Susana fuerza la convivencia entre ella y su empleada. La obliga a sentirse en igualdad de circunstancias, cuando por simples razones jerárquicas ―nos guste o no― una está por encima de la otra. Ahora, si rascamos más, ¿cuál es la verdadera motivación de Susana por igualarse a Hilda? En términos más amplios ¿no es el valor intrínseco de cualquier lucha social, cambiar a una clase por otra?, porque siendo francos, la Historia nos ha demostrado que toda revolución sustituye a una élite dominante por otra, y no olvidemos que los cambios en el engranaje social que permiten la movilidad del individuo, por lo general vienen de esa clase burguesa con culpa.
No nos desgarremos las vestiduras. Es verdad que siempre es deseable que la repartición de la riqueza sea efectiva y que llegue a todos, pero ello lleva un proceso que no puede estar en manos de un solo individuo. Y mucha atención, una división equitativa de los bienes materiales, no significa en absoluto que seamos iguales. La especie humana es tan diversa en idiosincrasia, lenguaje y formas de percibir el mundo y su realidad inmediata, que pretender que todos vivamos en una aldea como hermanos, descansa en el más absurdo de los idealismos.
Tan sólo en nuestro país, el trauma de la conquista, el clasismo y la enajenación por lo extranjero, tópicos que abundan en la película de Clariond, nos arrojan luz sobre la naturaleza de la complejidad de la convivencia humana en nuestro entorno más inmediato.
Si apelamos a un acto de contrición, y somos honestos con nosotros mismos, nos daremos cuenta que en lo personal, también nos hace falta mucho para sortear esas barreras que nos separan del otro, en cualquier término, social, económico, intelectual, de empatía etc.
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