Por Luis Manuel Rivera
Hace tiempo que creo que a Isabelle Huppert deberíamos blindarla de alguna forma para no correr el riesgo (sí, nosotros) de que se convierta en una Robert De Niro o cualquier otro personaje que de estar en lo más valorado del histrionismo cinematográfico, haya pasado a ser un instrumento de comedia fácil y taquillera. Aunque dudo que esto suceda, algo debemos hacer con ella y con Juliette Binoche -quizá las dos mejores actrices francesas de los últimos 30 años- para que no nos abandonen en bastante tiempo.
Huppert ha firmado este año dos películas monumentales, Elle de -¿quién lo hubiera imaginado?, no por la calidad de sus cintas sino por el perfil de ellas- Paul Verhoeven y L’avenir de la prometedora Mia Hansen-Løve. En adelante, ambas bien podrían permanecer por muchos años como sus mejores cartas de presentación, ahí, en lo más alto de ese curriculum vitae que seguramente no utiliza para conseguir papeles, con la única concesión de dejarle un espacio de privilegio a La Pianiste de Michael Haneke.
Empecemos por lo más elemental, Elle no es una película feminista y tampoco una que normalice la violencia hacia las mujeres, dos percepciones que a bote pronto pudieran surgir. Si uno se libera de esas dos etiquetas, la cinta de Verhoeven tiene cabida en cualquier debate de igualdad de género o de convenciones sociales que todavía una mayoría cree como las correctas, y funciona cual abanico de modos de vida a los que muchas veces no se recurre por temor al rechazo. Afortunadamente cada vez menos.
Tampoco es que el filme apueste por un estereotipo ideal de mujer, cínico y de enorme temple, como el del personaje de Huppert. En evidencia no todas las mujeres, aunque quisieran, están hechas para cargar con esa personalidad. Verhoeven traza un punto alto que no roza, sino que se planta en lo radical, para a partir de ahí explorar personajes femeninos de todo tipo, desde el de su protagonista hasta el de una mujer que sigue en estricto orden las costumbres de la iglesia católica. Lo valioso, que ni siquiera al más conservador de ellos lo ridiculiza. Pone a todos en el mismo espacio, también con los hombres pero en menor medida, y apuesta porque convivan de tú a tú.
Esto por supuesto que deja espacio a que la cinta vaya de lo cómico a lo trhilleresco en cuestión de minutos. Ese ida y vuelta le da al filme un ritmo que combina al Verhoeven más puro de ciencia ficción con el drama francés más recurrente. Como se puede intuir apenas uno ve el avance, el factor de cambio es casi siempre Huppert, ya sea por un comentario de lo más sincero (y a la vez hiriente) hacia su madre o por su capacidad para sobreponerse a situaciones que si visualmente resultan de sobresalto para el espectador, emocionalmente lo deben ser aún más.
Si quisiéramos definir a la película con un sólo calificativo resulta imposible, pero si ponemos sobre la mesa el más cercano a ello quizá ‘perverso’ funciona bien. De hecho es lo más provocador de Elle, esa capacidad de incomodarnos y a la vez atraernos a salir un poco de los estándares que por costumbre o herencia hemos adquirido. De nuevo, no se trata de perder la personalidad que por años se ha formado en nosotros, pero sí de cuestionar menos las diferencias y apostar por una tolerancia mayor en muchos sentidos.
Las aristas y razones que ofrece Verhoeven para sustentar la personalidad de su protagonista van desde un padre encarcelado por asesinato hasta una exitosa empresa que ella dirige. Lo mismo muestra a un hijo que resulta su completa antítesis, que la debilidad que aún guarda por su exmarido pero que devela con cautela para no perder ese temple que tanto se esfuerza por conservar.
Polemizar en cuestiones morales resulta inútil sobre todo en este caso, porque en una cinta que va desde el egoísmo más puro hasta la ineptitud más criticable, todo tipo de percepciones pueden existir. Habrá muchos que se escandalicen por el tono de los personajes y otros tantos que en su andante progresismo, aplaudan a ciegas una película que no intenta dar cátedra de absolutamente nada, sino de narrar y explorar fenómenos sociales a los que por supuesto el mundo está expuesto y por cierto cada vez más.
Diez años tuvieron que pasar para que el neerlandés dirigiera una cinta luego de la nada despreciable Black Book (2006) -sin contar Steekspel que hizo en exclusiva para televisión-. Si es el tiempo que hay que esperar para ver esta clase de trabajos, estamos dispuestos a hacerlo, aunque reconozcámoslo, a sus 78 años quizá Paul debería apretar el paso si es que quiere ver estrenada más de una película en el tiempo que le resta de carrera.