Por Dagoberto Espinoza Jr.
No es tan recurrente hoy hablar de una corriente de cine de terror nacional. No es que en el país no exista una tradición ajena a temas de corte fantástico y/o sobrenatural, pero en recientes fechas la cartelera comercial ha privilegiado un cierto tipo de cine —el de comedia a la gringa—, que hace que otros géneros se opaquen un poco. Fuera del éxito de Kilómetro 31 (Rigoberto Castañeda, 2007), las salas mexicanas han dado mínimos reflectores al cine de terror. Guillermo del Toro se cuece aparte. Sin embargo, existen nombres, películas, que alguna vez sirvieron de ejemplo entre lo mejor del cine del siglo pasado. No me refiero al surrealismo involuntario de los filmes del Santo o el terror de tres pesos de René Cardona, sino a directores como Carlos Enrique Taboada, Juan López Moctezuma, Fernando Fuentes o Juan Bustillo Oro, quienes colocaron al terror como una categoría con posibilidades narrativas variadas. De entre todos ellos, Bustillo Oro (1904-1989) especialmente, supo adoptar con calidad, el complejo imaginario del expresionismo alemán, y con sus barroquismos de por medio, logró una obra que si bien no puede catalogarse de «original», sí brindó nuevos alcances al celuloide.
Este año, el Festival Internacional de Cine de Horror Macabro le dedica una más que justificada retrospectiva al mejor alumno mexicano del cine de Murnau y demás formas de lo siniestro. En el marco de la XV edición del festival, que se llevará a cabo del 23 al 31 de agosto, se proyectarán algunos de sus filmes, todos ellos inscritos en el género del terror y de lo fantástico. Se trata de cuatro cintas: El hombre sin rostro, El misterio del rostro pálido, Dos monjes y El asesino X. Estupenda oportunidad para ver el género de terror no como un simple divertimento de espectadores deseosos de sangre falsa o jumpscares, sino como una bisagra en la que se canalizan los traumas y miedos de un determinado tiempo empírico de una sociedad. En cada país, el terror opera bajo sus propias reglas y monstruos: lo que en la tradición europea antigua se tradujo en hombres lobo y brujas del bosque, en Inglaterra lo representó Jack el Destripador. Medio siglo después, en Estados Unidos, la plaga zombi (¿la plaga comunista?) ha recibido múltiples adaptaciones. En México, la Colonia, la Iglesia y la Revolución fueron los temas que aglutinaron las pesadillas de los cineastas y escritores del siglo pasado. La llorona, la prostituta, el monje, el charro negro, son nuestros representantes.
1920. El gabinete del Doctor Caligari se mete en los ojos de un incrédulo público teutón. El virus llega a México una década después no mediante el miedo a la tecnología y la modernidad —Octavio Paz ha sugerido incluso que México tiene características premodernas— , empero, las preocupaciones por el totalitarismo del expresionismo alemán (también presentes en filmes como Metrópolis) permiten que directores como Juan Bustillo Oro lo traduzcan a su contexto. En un contexto como el siglo XX, las tradiciones y el llamado México profundo son perfectos para que el expresionismo pueda florecer. El cine de Bustillo Oro adapta la oscuridad del gótico a un tejido de tintes coloniales, en donde la Iglesia es la principal responsable de la oscuridad de las sociedades y del alma. Ciertamente, para el director, la religión es parte esa trampa que lleva a los individuos a perderse en lugar de lograr la libertad.
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No es disparatado afirmar que Dos monjes (1934) es una de las joyas del gótico mexicano y del cine fantástico latinoamericano. Deudora de El monje (1796), aquella novela pionera de Matthew Gregory Lewis en la que un inocente religioso se deja subsumir por un delicioso súcubo, el filme de Bustillo Oro se desarrolla en monasterio del siglo XIX, en donde (of course) dos célibes muchachos ceden a los placeres del cuerpo. Más que una historia destacada, lo verdaderamente sublime son los escenarios lóbregos dignos de la escuela alemana. El viejo tema de nuestras pulsiones escondidas recobradas en un cariz oscuro. Pero, ¿qué hay de horroroso en el largometraje de Bustillo Oro? Habrá que hacer una breve pausa en el territorio de lo teórico. En su clásico Territorios de la ficción. Lo fantástico (2008), Rosalba Campra, define al horror como el choque y superposición de dos órdenes de realidad irreconciliables. Ahora bien, los dos órdenes irreconciliables en Los monjes se encuentran en dos partes, la primera en lo formal, gracias a su fotografía de ángulos ampulosos —¿recuerdan las estructuras puntiagudas y góticas de Nosferatu?— y sus decorados y altos contrastes, así como sus modos exagerados y el maquillaje recargadísmo de sus personajes; el otro orden se da en el cuestionamiento de la realidad: se pone en tela de juicio la bondad del mundo mediante las presencias demoniacas, la creencia de mitos.
Bustillo Oro, como dijimos, bebió del expresionismo alemán tanto como pudo, al grado de que la historia se ve directamente influenciada por este estilo. La narración es contada a través de la visión de cada uno de los monjes, con lo cual el guiño a El gabinete del Dr. Caligari (1924) se hace más que evidente. Si hacemos memoria, en el largometraje de Robert Wiene también se encuentra seccionado: la primera parte incluye a un tipo (Francis) que se encuentra en un sanatorio mental y quien le narra a un visitante la historia de un sabio demoníaco, que hipnotiza a un sonámbulo de la feria de espectáculos en la que ambos laboran, para hacerle cometer crímenes en su nombre. En el segundo apartado, nuestro protagonista señala al director del manicomio como el misterioso Dr. Caligari.
El relato de algo que nunca ocurrió, cabe mencionarlo, hermana al filme de Bustillo Oro con el de Wiene en su tono fantástico, lo cual, por sí solo, es un logro para el cine mexicano de la época, y marcaría una influencia importante en la forma de hacer un relato a través de imágenes en movimiento: Desde el tono siniestro y envolvente de Macario (Roberto Gavaldón, 1960) a El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), el tema de la subjetividad en el plano de lo fantástico ha sido un motivo más que recurrente en el cine de terror. Claro está que Bustillo Oro no poseía la maestría de aquellos herederos mencionados, pero su parquedad y sencillez sentaron una veta que otros cruzarían después con maestría, como Luis Buñuel. Por ello, es menester colocar el legado de Bustillo Oro en el cine nacional y de horror.