Black mirror: La humanidad a través del oscuro espejo digital

Por Leo Lozano

La especie humana suele ser bastante despreciable. La forma en que reaccionamos frente a los diversos fenómenos que suceden a nuestro alrededor nunca dejará de ser un misterio, por los niveles de sordidez y absurdo que ésta puede llegar a tener.

Una de las más recientes tragedias de nuestro tiempo parece ser la tecnología y su efecto de codependencia en la sociedad. Por un lado, están los satanizadores, por otro, los entusiastas. Apocalípticos e integrados. Unos consideran que cada novedad, por mínima que sea, es un paso de gigante para la humanidad; otros piensan que todo es parte de un proceso de degradación.

Pero si la humanidad ha logrado un progreso en el uso y aplicación de la tecnología, no lo ha hecho tanto en el de la discusión intelectual, puesto que sigue atorado en esta dicotomía de lo bueno y lo malo sin estudiar los puntos de unión y de tensión que pueden traer. Lejos de estos maniqueísmos y más cercana a exponer los cismas de nuestro mundo hipertecnologizado, la serie británica Black mirror aborda precisamente el panorama de esta sociedad mediática. Sí, el drama asume una postura con respecto a los vicios que la tecnología ha desarrollado en las personas. Sí, existe una dura y frontal crítica social.

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Sin embargo, más allá de esa impronta en la que en algunos episodios la sátira y las situaciones límite son llevadas al extremo en función de la crítica, no es eso lo más cautivante de la serie de Charlie Brooker. Son motivo de análisis las interminables innovaciones tecnológicas y la llamada «democratización» de los medios, así como la fuerte dependencia que todo esto en conjunto genera en los individuos. Pero hacía allá no va este texto.

Existe algo que a menudo pasamos por alto en toda esta fiebre digital: los objetos y la relación que tenemos con ellos más allá de todo juicio ético o moral. Hablo de esa relación que existe entre la cosa material, diseñada, fabricada e ideada por un ser humano para otro ser humano: la característica todos estos objetos radica en que fueron creados por nosotros mismos. Se han vuelto una extensión de nuestros órganos y sentidos, potenciando o cegandonos. Ahí descansa la fuerza emocional que estos ejercen sobre nosotros, puesto que las creaciones humanas siempre han sido proyecciones de nuestros más profundos deseos y anhelos.

A la usanza de los seriales británicos de corta extensión y gran densidad (Prey, Sherlock, Exile), Black mirror tiene sólo siete capítulos distribuidos en dos temporadas, cada uno con una historia distinta pero engranados en un universo en común. Episodios como «The Entire History Of You», «Be Right Back» y «White Chrsitmas» —en mi opinión los más entrañables)— son el ejemplo perfecto de que, ante todo, objetos como un teléfono celular, un televisor o cualquier gadget generan lazos emocionales con quienes los poseen.

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Así ha sido siempre, los objetos han sido creados para llenar ciertos huecos emocionales o psicológicos o para satisfacer necesidades básicas o superfluas. Éstos nos complementan y nos facilitan o nos hacen creer que nos facilitan algunas de nuestras actividades. O incluso la vida. Son parte de nosotros y se convierten en agentes determinantes para nuestras vidas, como en el episodio «The Entire History Of You» en el que, mediante un chip instalado cerca del cerebro, los individuos almacenan de manera digital todos sus recuerdos con la ventaja de poder acceder a ellos cuando quieran. Así y a través de la minuciosa revisión de sus memorias, el protagonista del capítulo descubre la infidelidad de su esposa, como el detective que tiene que hurgar con lupa en documentos dejados a simple vista. La invasión a la intimidad y el hecho de poder escudriñar en cada detalle de nuestra vida, tiene la cualidad ambivalente de ser magnifico y aterrador. Tener la facilidad de acceder a todos nuestros recuerdos no siempre puede ser benigno, sin embargo, podríamos señalar nuestro error o el error del otro con gran facilidad.

Mientras tanto, en «Be Right Back» la posibilidad de traer a la vida a una reproducción de un ser querido que ha muerto nos revela lo frágil y fugaz de la existencia humana y del poder que tendría el avance de la técnica para sopesar esa fragilidad. Es un episodio brutal, quizá el más ilustrativo en el sentido de cómo la tecnología llena huecos emocionales en los individuos aunque éstos sean ilusiones. Después de la pérdida de su esposo, la protagonista (vía el consejo de una amiga) acude a una aplicación con la que puede hablar con la recreación de su difunto marido. Para ello, lo único que tiene que hacer es enviar toda la información de las redes sociales del susodicho para que el software pueda trabajar en la simulación. La cosa pasa a un segundo nivel cuando la esposa se entera de la posibilidad de tener a su esposo en carne viva una vez más.

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La cereza en el pastel es el especial navideño «White Christmas». Con un soberbio Jon Hamm como personaje principal, la manipulación de la mente llega a niveles terroríficos cuando un asesino y un «coach» de vida ultramoderno son puestos en un escenario creado digitalmente para que estos revelen sus pecados. Matt Trent, el personaje de Hamm, es contratado por la Policía para crear el ambiente propicio a fin de que su interlocutor confiase en él; para ello, Trent también tendrá que revelar sus pecados. Su habilidad para convencer a la gente, cualidad de su antigua profesión, orilla a su compañero a revelar los motivos por los que asesinó a su suegro.

La serie roza otros temas, sin embargo, estos capítulos conservan un hilo temático que nos hace replantearnos lo que es propiamente humano y las consecuencias de la techné en el cuerpo. Desde política hasta relaciones interpersonales, Black mirror escudriña en esta nueva realidad que nos ha tomado por sorpresa y que sólo el tiempo revelará cómo la estamos digiriendo.

Con un elenco de primer orden que incluye a actores como Bryce Dallas Howard, Kelly MacDonald o Michael Kelly, la tercera temporada llega el 21 de octubre a través de Netflix.

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