Yo soy el otro. ¿Cuántas veces no hemos escuchado tal frase? Sin embargo, su fuerza sigue incólume. Y sí: estamos hechos de fragmentos de experiencias ajenas, ojos que han visto otros lugares y nos los muestran, sonidos que articulan una historia. Reafirmo, reformulo: el otro también soy yo. En el cine, esta idea nos lo recuerda constantemente. Se trata de un proceso colaborativo en donde intervienen muchas voluntades, todas firmadas bajo el nombre de un(a) director(a). Es algo injusto a veces, pero la idea prevalece: el cine es multitud.
Un ejemplo de ello es Bastidores, filme en donde diez directores dialogan con diez artistas plásticos a en una pieza que explora los materiales, entornos y procesos de algunos de los exponentes destacados del arte contemporáneo de nuestro país. El resultado es un crisol de subjetividades que se han ido hilvanando para dar forma a un documento cinematográfico que transita entre lo poético, lo ensayístico, lo testimonial y la experimentación. La imagen plástica es el punto de partida para hablar de la imagen plástica, cómo se puede pensar a través de ella, qué define su existencia y cómo es o puede llegar a ser un motivo de inspiración para el cine e incluso, artes escénicas como la danza. En estas exploraciones cinematográficas sobre la plástica mexicana y su conexión con otras disciplinas, el arte es leitmotiv del arte.
Ya lo dijo el poeta: «I am he as you are he as you are me and we are all together». En Bastidores, la figura del otro se entremezcla con el yo. Veamos. Anaïs Huerta acompaña a Itzamna Reyes en sus recorridos del campo hacia la urbe y observa, junto con él, cómo los paraderos se convierten en escenografías al llegar a su estudio; Carlos Mignon hace del silencio en el trabajo de Daniel Pérez Coronel una conversación evocadora entre objetos; Bruno Bancalari presta sus ojos para verbalizar junto a Daniel Lezama el poder de las imágenes del subconsciente en oposición a las que juzgamos como reales; Paulina del Paso hace de la obra de Álvaro Verduzco un recital con la fuerza poética de la palabra en conjugación con la de la imagen audiovisual para adentrarnos en el funcionamiento de la memoria.
A propósito de su proyección en el marco de DocsMX, platicamos con Carlos Mignon y Daniel Pérez Coronel.
Hace casi dos siglos, Niépce vino a replantear la función del pintor y el artista visual: se consideraba que la pintura, cuando era hecha por un artista sensible y de gran técnica, era la forma más cercana de expresar la realidad. Sin embargo, llegó la fotografía y los artistas empezaron a ser contratados en menor medida por la gente. La fotografía replanteó la noción de lo real y las maneras en cómo lo representamos: era más barato, más rápido y más fiel a cierta realidad captar un rostro o un paisaje. A la par, la pintura pensó en otras formas de retratar la realidad: surgieron las vanguardias. En el siglo XXI estamos en otra cuestión: la fotografía, el cine documental, también mienten: existe una edición de por medio, fragmentos, correcciones que se acomodan según la visión de alguien. ¿Cómo entiendes estas problemáticas a la luz de la publicación de Bastidores?
DPC: Me encanta hablar de pintura porque es una onda super nerd. Yo lo único que le pido a una pintura es que se sienta viva, y hay algo de la pintura que va más alla de la imagen de la pantalla del iphone, es un lugar donde poner la mirada cuando la vida se pone demasiado incomprensible.
CM: Atravesando el alba del siglo XXI esta sociedad arrastra obsesiones de la noche de los siglos anteriores. Una de ellas, sin duda, la antigua relación entre visualidad y verdad, imagen y realidad, mentira y verdad. En esta breve mención histórica de la representación y sus técnicas que enmarca tu pregunta, también el cine la comparte. Actualmente «padece», en ese mismo sentido, por otro tipo de experiencias, por ejemplo ante la presencia-ausencia holográfica, ante la experiencia 360 y la inmanente realidad virtual. Sin embargo, hay que entender que ninguna de las formas sustituye a la otra. No se dejó de pintar, ni fotografiar, por el contrario cada técnica comenzó a liberarse de esa carga y revelarse para encontrar otros fines estéticos.
En definitiva, es el ímpetu de la angustia humana por ser capaz de re-crear y reproducir su entorno, al tiempo, desafortunadamente, que destruye su mundo físico, a través de las guerras, la explotación de recursos y la reubicación de todo el mundo sociocultural y geopolítico hacia lo económico – virtual.
Por otra parte, hoy en día los espectadores consumen a diario imágenes de forma intempestiva, además bajo la demanda de contenidos de carácter «real». El documental, en gran medida por su propio nombre, carga con ese peso, cuando en esencia, como todo cine, es pensamiento, una deconstrucción de lo real, una experiencia del tiempo. Más allá de la fragmentación, selección, subjetividad, posicionamiento o cualquier técnica para la elaboración de un tiempo-espacio cinematográfico, sigue y seguirá siendo un espacio de representación, no imitación, para posicionar ideas, emociones, sensaciones, pensamientos subyacentes a la hegemonía del ojo y por qué no de la oreja.
Este mundo se ha convertido en imagen por su sobre representación. Pero este mundo-imagen tan sólo es una superficie plana. Es el mapa de un vasto territorio que aún no terminamos de comprender, por el simple hecho de ser un territorio conformado de cientos de realidades.
Bastidores, a través de binomios artista-cineasta, pretende seguir el proceso de creación de una obra plástica a través del filtro conceptual, referencial, creativo y subjetivo de una persona que crea bloques de espacio-tiempo. Es decir, no encontraremos una realidad en esta película, sino la relación y conjugación de ideas, pensamientos y emociones que cada uno de los binomios pudieron entablar para intentar estrechar el abismo de discontinuidad que existe entre todos nosotros.
¿Qué idea de arte tenías antes del proceso de grabación de Bastidores?¿Cambió algo en tus paradigmas después de terminado el proyecto o no?
DPC: Yo hago lo que hago porque no se con certeza que es el «arte», así que mis ideas siempre están cambiando, confió en lo inacabado y lo imperfecto, el día en que sepa que es el arte me voy a aburrir muchísimo.
CM: En definitiva todo proyecto que emprendo debe tener alguna substancia renovadora y transformadora. Que puede ser conceptual pero también emocional o cognitiva. Generalmente no abordo ningún proyecto a partir de paradigmas sino de experiencias estéticas. Mi idea del arte no se modificó de ninguna forma, la renovación que tuve fue a partir del propio proceso de Daniel Pérez Coronel, artista que tuve la oportunidad de acompañar en esta experiencia.
Daniel abandonó el formato de bastidor, es decir abandonó el soporte de la obra pero también los bordes y límites que la contienen. Una vez tomada esta decisión, comenzó a recolectar objetos en las calles de la colonia Guerrero, me daba la impresión que en ocasiones por intuición y en otras por azar, entre dichos materiales seleccionó distintos objetos algunos de composición orgánica, otros de producción industrial, como una forma de entender la existencia a partir del tiempo de vida de cada uno de ellos. Poco a poco comencé a ver un ritual casi místico del proceso. Además Daniel empezó a dejar ofrendas en los lugares que visitábamos como una forma recíproca y simbiótica de entendimiento que no sólo toma sino también da.
Acompañando el proceso entero pude encontrar en mi propio proceso los límites que impongo para concebir cualquier obra y entender la importancia del azar en cualquier proyecto creativo.
¿Qué nos dice una obra de la identidad de su autor?
DPC: Mis piezas hablan de mi y de donde vengo, sobre todo siento que dicen las cosas que yo no puedo decir de otra manera.
CM: En ocasiones todo y en otras nada. Por ejemplo titulé el fragmento de Bastidores que me tocó dirigir como «La nueva mente del coronel». Es una referencia al libro del físico Sir Roger Penrose La nueva mente del emperador. Si el espectador encuentra esta relación podrá conocer en cierta medida mi marco referencial. Si además conoce la tesis de este tratado de física, sabrá que se habla sobre las diferencias conceptuales entre Pensamiento, Mente, Inteligencia y Conciencia a partir de la problemática que resulta de la creación de Inteligencia Artificial Dura. Sabrá que la figura del emperador alude al cerebro, es decir la nueva mente de nuestro cerebro. Entonces encontrará un símil en el proceso de Daniel con el libro, en tanto que ambos se expresan hacia la libertad de la conciencia de sí mismo. Por otro lado si el espectador además conoce tus obras seguramente ubicará rasgos o particularidades que generen constantes, ya sean por los temas que se abordan, las referencias citadas, la técnica utilizada. Al final creará la imagen de un autor aunque sin rostro por supuesto.
Hace poco más de cien años un tipo robó la Mona Lisa del Museo de Louvre. Hasta entonces, nadie se había percatado de la importancia de aquella obra de Leonardo: se encontraba acomodada entre obras medianas de otros artistas. Su falta, el espacio en blanco, a la par de la reproductibilidad de su imagen en copias que se pegaron en todo París, hizo que su condición de «obra de arte mayor» se realzará y alcanzara el estatus de mito con el paso de los años. Hoy en día nadie duda que las imágenes y su reproducción constante en Internet y diversas plataformas cambia lo que entendemos por arte. Digo esto porque siempre me ha parecido curiosa la relación intermedial que tiene el cine. En el caso de Bastidores, yo conocí a casi todos los artistas por medio de la película y me hizo pensar en esta relación del cine como galería. ¿Qué función creen que el cine tenga en casos como estos?
DPC: Vivimos tiempos raros, en México estamos en guerra, aunque nadie quiera decir nada y yo creo que lo que importa de un artista no es el medio que utilice, sino el mensaje que trae, osea la postura política, y en este caso el cine es una manera muy amable de invitar a las personas a conocer ese mensaje.
CM: Mientras más habitaciones existan para mirar mejor. Seguramente el espacio físico expositivo, proveerá mayor credibilidad a los autores. Pero jamás tendrá el alcance ubicuo digital. Sin embargo, enfrentarse a la pieza directamente en el medio y el espacio para el que fue creado es una experiencia inigualable. Es un ir y venir entre pros y contras. El cine es otra habitación más para mirar, entendiendo que su aura se ubica en el instante y la oscuridad.
¿Qué posibilidades brinda hacer cine colectivo en vez de esta figura monolítica del autor como alguien individual, indivisible?
DPC: Quizá poco a poco evolucionamos hacia una conciencia global, quizá le diste al clavo, en el mundo de las artes hacen falta más personas colectivas con egos menos grandes.
CM: Agradezco profundamente a Raúl Cuesta por invitarme a formar parte del proyecto Bastidores. Las posibilidades son muchas, primero la evidente de crear un cuerpo más basto de contenido. Las piezas seguramente funcionan individualmente pero es a través de su conjunción y relación en donde resultan las mayores reflexiones acerca del proceso creativo. El contraponer formas de mirar al otro, explorar a un grupo de creadores de diversas edades y múltiples orígenes, escuchar y mirar sus preocupaciones y desafíos, y sobre todo, ubicar la forma en la que enfrentan el vacío para ocuparlo con sus obras, es sumamente enriquecedor. Porque es a través del otro que podemos encontrarnos a nosotros mismos.
¿Qué particularidades hubo en el proceso de postproducción?
DPC: Pues a mí me tocó esperar un rato nerviosamente hasta que nos invitaron a una fiesta en una casa increíble donde nos mostraron la etapa de corrección de color, ahí nos conocimos todos y fue una cosa super chida con mucho mezcal de por medio, luego Abraham M. Urquiza terminó el diseño sonoro y le dio vida a la toda la película.
CM: Técnicamente ninguna, tan sólo hay que saber rendirse a la voluntad de diez corazones en búsqueda de más mezcal.