Por Óscar Tinoco
En un rincón casi olvidado de Chiapas, el estado más pobre de México, existe una comunidad llamada El Remolino que año con año abraza las inclemencias de la marginación y el poder avasallador de la naturaleza. El diminuto pueblo, localizado en el municipio de Huitiupán, alberga apenas 150 habitantes y su cercanía con el río Usumacinta se ha convertido en su mayor fortaleza y a la vez debilidad. A pesar de los embates sociales y climáticos, sus pobladores han afrontado estas disyuntivas con la resiliencia e ironía que impone la cotidianeidad.
Hace un poco más de tres años, la realizadora Laura Herrero (Toledo, 1985) y su equipo de producción llegaron a este lugar mientras trabajaban en otro proyecto documental, Son duros los días sin nada (2012), que retrataba la discriminación y la lucha social de tres chicas provenientes del sur del país. En el momento en que arribaron, la cineasta se dio cuenta de que había una historia que contar. De esta forma, se encaminó en un viaje de exploración y aprendizaje dentro de un territorio hasta ahora invisible para muchos.
La narrativa se centra en la lucha de una familia que intenta vencer los paradigmas impuestos por su misma sociedad y nos devela, en un ejercicio poético, los universos personales y sus visiones sobre el amor, la familia, la educación y la memoria. El grupo familiar está compuesto por Esther, una mujer de 36 años que busca romper los esquemas del rol de género; su hermano Pedro, un campesino que ha lidiado con su identidad sexual en un ambiente machista; en Dana, la hija menor, y en don Edelio, que representa el eje conservador y patriarcal de la familia.
El Remolino (2016) constituye la esencia del mismo cine, el de conjuntar imágenes que nos conmueven y desgarran, que nos revelan escenarios desconocidos en nuestro mismo mundo. El filme enseña cómo en un pueblo tan anclado se llevan a cabo batallas para combatir la desigualdad e inequidad.
La cinta, concluida hace apenas unos meses, se muestra actualmente en Ambulante Gira de Documentales. Es la ópera prima de la cineasta toledana. Laura Herrero Garvín ha radicado en México los últimos 6 años tras estudiar cine e imagen en España y Estados Unidos. Desde 2010 ha sido parte de EmergenciaMX, un colectivo de cineastas independientes que intenta combatir la violenta realidad del país a través del documental, y ahora es integrante de la casa productora La Sandía Digital, que trabaja el cine para la reconstruir el tejido social y abogar por la defensa de los derechos humanos.
Platicamos con la realizadora española sobre el proceso de filmación de El Remolino y de la labor social y política del documentalista en la época contemporánea. Además de poner un poco de luz sobre el estatus actual del medio cinematográfico nacional.
¿Qué elementos viste en esta comunidad para darte cuenta que había una historia que contar en El Remolino?
Lo primero que vi fue que habían grandes personas.
De un pueblo chiquitito.
Pequeñísimo, de 150 personas. Y cuando llegamos salieron a recibirnos con curiosidad y había esta cosa de autenticidad porque nadie pasaba por ahí. Esto me pareció una conexión muy fuerte, de llegar a un lugar desconocido y ver un mundo sin referencias. Además el espacio me llamó mucho la atención, la luz, los árboles, el sonido, la paz que me transmitía. Es un lugar que tiene muchos tintes de realismo mágico. Mi trabajo siempre ha sido por la lucha de género, y este espacio era para mí un punto de inspiración para tratar este tema de manera profunda. Eso fue lo que más me cautivó.
Cuando comenzaste a filmar, ¿qué te comentaban los pobladores? En la película observamos que eran personas con sus ocupaciones, con su propia soledad, aislados…
Para ellos fue muy fuerte que llegáramos con una cámara y que vieran a unas chicas solas grabando. Hubo como varios sustos cuando decíamos la palabra «película», así que preferimos decirles que era un documental. Queríamos hablar de sus vidas, pero no planeábamos inventarnos nada. Siempre hubo un excelente recibimiento, pero como en todos los pueblos siempre hay rivalidades entre un sector y otro. Había conflictos de repente, como cuando filmábamos más en un lado que en otro, nos reclamaban que con ellos no pasábamos mucho tiempo. Al final, terminamos centradas en una sola familia. Estuvimos caminando con muchos más habitantes, entonces eso fue difícil.
Al ser una mujer de ciudad, ¿fue fácil para ti adaptarte a esa vida aislada?
Bueno, al final yo soy de un pueblito en Toledo, pero sin tanta agua. El rodaje fue complicado, sobre todo con el equipo porque teníamos que ir cargándolo y este lugar es muy largo, tienes que caminar mucho para llegar de un lado a otro. Entonces las dificultades eran primero llegar a algún lado y la segunda era el agua. Los mosquitos estaban súper rudos y además el calor era insoportable. Incluso hubo pérdidas de material por la humedad.
Me puedes comentar cómo era un día de rodaje en el pueblo.
Siempre procuré que grabáramos a primera y última hora. Porque el sol era muy fuerte a medio día. Por decir, nos levantábamos a las 4 y media de la mañana y rodábamos hasta las 9:30 o 10, y a esas horas hacíamos interiores o íbamos a visitar a alguien para comer. Luego regresábamos a dormir una siesta y comenzábamos a grabar después de las 3 de la tarde. Hicimos 11 visitas en total: 5 de investigación y 6 rodajes, esto durante 2 años.
¿Qué tanta periodicidad hubo entre cada visita?
Desde que los conocimos hasta la segunda pasaron 8 meses. Luego volvimos en 6 meses y después en 3. Comenzamos a ir más seguido cuando ya teníamos más fondos.
¿Qué aprendiste cinematográficamente hablando y a nivel personal?
Tengo una lista de aprendizajes muy larga. Porque cinematográficamente se aprende mucho de cada una de las fases de desarrollo y de rodaje. De la primera aprendí a escribir una buena carpeta, a cómo a venderla y que hay que adaptar a cada fondo una carpeta diferente. En la producción tienes que estar súper enfocada porque es la etapa donde hay que tomar toda la materia prima para poder construir la película, y si no estás concentrada en esta fase, te va a salir todo mal. Sobre todo porque tienes que conectar con los personajes. Trabajé también la fotografía muy de cerca. Las etapas de edición, producción y postproducción son épocas muy fuertes, porque como directora todo pasa por tu cabeza y hay que saber mucho de todo.
A nivel personal me dejó un gran aprendizaje a la hora de dirigir mi primera película. Como dice Luis Mirraño, «el cine se hace haciéndolo», y hay que hacer y hacer para poder seguir aprendiendo hasta el final. Es como todo en la vida, las cosas hay que hacerlas para poder equivocarse y para reflexionar. Estoy súper contenta con el resultado, pero creo que el gran aprendizaje de la película es personal: que en cualquier punto del mundo la gente está adaptándose y luchando. Aquí vemos la capacidad de Esther y Pedro para afrontar la vida y de luchar por lo que quieren hacer, para romper morales y creencias del pasado. Para mí, ellos fueron unos grandes maestros.
Una de las decisiones más difíciles para un director es saber cuándo una película está terminada. En tu caso fueron 2 años de filmación, ¿en qué momento te diste cuenta que ya era hora de comenzar a editar?
Cuando tuvimos la última inundación. Para esa fecha ya teníamos un montón de material, lo último que se grabó fue esta cosa bastante complicada, porque de repente el agua subía y bajaba y necesitábamos esperar esa parte de la inundación. Pero bueno, yo como directora, no quería terminar de grabar.
¿Qué reacción esperas del público con esta película?
Hay muchas cosas, como la reflexión del poder de adaptación del ser humano. Creo que es una película con un mensaje esperanzador. Que hace mención de los ciclos. La naturaleza tiene sus ciclos y nosotros al final somos naturaleza, también tenemos nuestros ciclos personales y físicos. Me apetece que reflexionen sobre la lucha de estas dos personas (Esther y Pedro), que son personajes del presente y luchan enfrentando a don Edelio que es el pasado y mirando hacia el futuro que es Ana. Esa lucha por querer ser lo que quieren. Al final todos tenemos por dentro esa lucha, de descubrir lo que queremos ser e intentar serlo.
En la película haces mucho énfasis en retratar la vida de las mujeres. Me parece un poco desoladora su situación de marginalidad y que te hablen sobre sus sueños frustrados, en una comunidad donde hay roles de género muy definidos.
Bueno, creo que es una forma de contextualizar el cómo viven. Es una realidad fuerte, sí, pero luchan. Y hay una cosa de esperanza, de lucha y de poder. Eso es maravilloso. Al final, ¿qué sabor de boca te dejó a ti?
Para empezar Chiapas es el estado más pobre de México, hay aún muchísimos pueblos tan anclados en donde transita esta parte de la pobreza, el analfabetismo, el olvido del gobierno y el propio machismo.
Pero es alucinante cómo estos pueblos tan anclados y pobres como dices, hay gente como Esther y Pedro, que tengan una lucha política y de identidad sexual. Esther es una mujer que trabaja en el campo y que tiene más ingresos que su marido. Por otra parte, Pedro quiere transformarse al otro sexo y sigue intentándolo. Le da igual, porque sabe que no puede tapar el sol con un dedo.
¿Qué planes hay después de Ambulante para la película?
Ahora está comenzando su ruta por festivales. Ya hemos decidido que vaya al Festival Internacional de Cine de Mérida y Yucatán. En cuanto al estreno internacional de la película todavía no tenemos fecha.
Ahora quisiera que habláramos sobre la función social del documentalista. En tu propia experiencia ¿en qué forma ha contribuido el cine en forjar tu manera de ver el mundo, en tu carácter e ideología?
Creo que el cine es una forma de vida. El cine me ha servido mucho para educarme a mí misma. Ha sido un medio de exploración para mis ideas políticas y mi ideología. Me ha servido también para enfrentar mis luchas internas, como el papel de ser mujer y de vivir en una zona conflictiva de violencia. Comencé a hacer cine con un colectivo que se llama Emergenciamx, y empezamos a acompañar al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y a hacer documentales de este movimiento al norte y sur del país.
Llegaste a México desde hace 6 años, pero has vivido también en diferentes países como Austria, Estados Unidos y España. Creo que estar en constante movimiento por el mundo también ayuda a tu visión como realizadora.
Al final mi gran pasión y búsqueda en la vida es viajar. El documental siempre implica un viaje, incluso si estás en una inmensa ciudad. Ahora mismo estoy grabando un documental (La Mami) aquí y como todo, significa aventarte en un mundo que no conoces y descubrir cosas nuevas. Hay una profesora que dice que ser documentalista es estar en función de la vida. Nosotros como realizadores necesitamos estar conectados con la vida para poder contar historias. Es importante viajar, sentir, estar haciendo cosas para poder desarrollar documentales.
¿Qué has encontrado en México que en otros países no? De alguna manera te han salido raíces.
Sí, enraicé mucho (risas). No sé, la gente me conectó muchísimo y siempre he dicho que en México he visto lo más putrefacto y lo más doloroso de la vida, pero también lo más luminoso y esperanzador. Todo en un mismo lugar, es un país de matices y de diferentes colores, y creo que es así, la vida se contradice y los seres humanos nos contradecimos. Si estuviera todo bien no me hubiera quedado. Siempre hubo estos dos lados en México, lo maravilloso y lo doloroso.
¿Cómo crees que se puede forjar una carrera de documentalista en México?
Cuando hacemos un documental hay que centrar lo que realmente queremos hacer. El camino no es fácil, primero hay que sentir la necesidad de hacerlo. Si vas hacer una película sólo porque quieres tener mucho éxito y porque te parece un tema innovador, pues vas a fracasar. Tienes que sentir desde dentro que necesitas contar esta historia para seguir viviendo, es como un estilo de vida. Eso es lo primero, lo segundo es que creo que es más posible hacer cine en México que en otros países. Aquí hay redes entre realizadores e instituciones nacionales donde se pueden conseguir apoyos para producir películas y comenzar a hacerlas con bajo presupuesto, para después buscar otras formas de obtención de fondos.
Yo he tenido suerte, todo mundo se queja del cine, pero los proyectos que he metido me los han aceptado. Tuve suerte en la búsqueda de fondos para El Remolino, y ahora para mi siguiente documental también. Como vamos caminando poco a poco, hay que moverse mucho. Sí se pueden hacer documentales sin hacer la búsqueda convencional de fondos, pero hay una reflexión interna, porque tienes que escribir mucho y pensar en tu película. Es muy interesante este proceso de desarrollo que hacemos.
¿Existe una cierta rivalidad de realizadores en cuanto a perseguir los fondos que da el gobierno o para buscar un canal de exhibición?
Mira, en cuanto al financiamiento no lo he sentido. No sé, tengo grandes amigos realizadores y te puedo decir que la distribución es más fácil si tienes una carrera que cuando no la tienes, como todo en esta vida. Entonces cuando la película es de una realizadora que apenas va empezando, y que además trabaja con unos productores nuevos, entonces… Para la distribución es muy importante tener una carrera consolidada. Pero no siento una rivalidad como tal. Sí hay foros y festivales que siento que meten esta cosa de la industria. A mí no me gusta nada, porque buscan la competencia y de repente se muestra despiadada. A nosotros los directores no nos gusta, porque hacemos nuestras películas de manera muy interna.
¿Crees que el cine documental pueda llegar a tener un impacto mucho mayor en la audiencia al abordar temas de manera más profunda y artística que lo que vemos a diario en los medios de comunicación tradicionales?
Es que tiene una forma de distribución muy diferente. Creo que los que hacemos cine documental tratamos de adentrar a la gente en historia y hacerla sentir. Tiene un ritmo y un lenguaje totalmente diferente que la que puede tener la televisión. La televisión es más avasalladora, más directa y se supone más objetiva. El cine documental es subjetivo, es arte, es hacer sentir, no tanto contar. Creo que esa es la gran diferencia y al final los métodos de distribución son bien complicados para nosotros como documentalistas. En especial si eres una documentalista como yo que está comenzando con su ópera prima.
¿Qué responsabilidad social crees que tiene ahora el documental? Si tomamos en cuenta la inmediatez y el ritmo en que procesamos la información, las imágenes y las noticias.
Creo que lo primero que hace el cine es embalsamar un momento de la historia, y lo guarda para siempre de una forma. Es importante considerar el cine documental como una manera de mantener esta historia viva y que pueda ser recordada. Muchos años he trabajado el cine para el cambio social, como un cine más político y directo. Videoactivismo más que nada. No se le puede llamar cine completamente, es como una lucha mediática a través del video. Creo que siempre he considerado esta herramienta audiovisual muy poderosa para la reestructuración del tejido social, porque he trabajado muchas veces dando talleres y es una forma en que las personas pueden sacar lo que tienen dentro, de opinar y sentir a través de esta herramienta que al final también cuenta.
Por otra parte he trabajado este cine más directo para viralizar temas y que lleguen a muchas partes del mundo, pero el cine documental en sí utiliza el arte para recordar. Creo que una acción política es más recordada si tiene arte de por medio. Estamos viviendo en un momento de la historia donde estamos demasiado plagados de imágenes. En los años 50 una persona veía en toda su vida las mismas imágenes que nosotros vemos ahora en uno sólo. Entonces hay que considerar que necesitamos utilizar el arte como una forma de transformación y de embalsamar. Quizá me hice un poco de lio con la respuesta.
No, para nada. Mi última pregunta va encaminado a eso. ¿Crees que el cine documental, de alguna forma, pueda beneficiarse y tomar más poder para hacer un cambio social con la crisis que tienen ahora los medios de comunicación en el país?
Creo que en México hay un problema súper duro de libertad de expresión y violencia ante la gente que cubre la verdad, y tenemos que ser conscientes de eso. La sociedad civil se está organizando muchísimo con redes y periodistas que luchan por decir la verdad y creo que en México, desde mi punto de vista, se está haciendo mucho cine documental que es mejor que el cine de ficción. Eso habla de la necesidad de contar esta realidad, de embalsamarla y de decir: por esto estamos pasando.
En esta época seguirá habiendo luz en una comunidad alejada a las orillas del río Usumacinta, o en la denuncia de que los periodistas en el norte son maltratados o que la gente es torturada. Hay una necesidad de contar la verdad, de retratar la realidad con un punto de vista particular, porque al final el cine documental es un cine subjetivo. El Remolino es una película totalmente subjetiva como todos los documentales que estamos viendo en México.
me ha gustado mucho su trabajo, gracias