Por Leo Lozano
La Historia, esa que se escribe con mayúscula, ha estado plagada de conquistas y derrotas, de ganadores y vencidos, de grandes personajes y acontecimientos. La narrativa de esa historia se ha encargado -casi siempre- de consignar lo antes mencionado omitiendo un pequeño detalle: la gente común, aquella que vive y padece las consecuencias de una conquista, una guerra o una crisis social, económica, o de cualquier otra índole.
Superada la paranoia por el cambio de milenio, a la antigua Mesopotamia le toca protagonizar la primera guerra del siglo, y uno quisiera, de verdad, abordar el asunto con el mayor tacto posible, evitando apasionamientos, rencores, diatribas y frases condescendientes, pero ¿cómo evitarlo? La política apasiona y las injusticias enfurecen; hay que tomar partido… ¿de verdad hay que hacerlo?
¿Por qué el conflicto en Irak en 2003 tendría que ser más especial qué otros?, ¿cuál es la razón por la que debemos avergonzarnos como especie cuando vemos esa desgracia en específico y no otras, las de nuestro propio país incluso? ¿No se ha regido la historia de la humanidad por hechos como este?, ¿no le ha tocado a todas las civilizaciones vivir un esplendor y una consecuente decadencia? Escribo esto en un estado de conflicto interno después de haber visto Homeland (Iraq Year Zero).
El documental de Abbas Fahdel es un testimonio sobre las omisiones de la Historia. Pero más que eso, es un documento del día a día de una nación y su lucha por la supervivencia antes y después de una guerra. El iraquí divide su filme en dos partes, en la primera, con cámara en mano filma a los integrantes de su familia previo a la ocupación estadounidense, alternándolo con la reacción de los habitantes de Bagdad y de ciudades aledañas ante la inminente invasión. En la segunda parte, observamos la vida después de la guerra y con el país en plena ocupación; Irak bajo la influencia del Estado Americano y sus aliados.
Sabemos de antemano que los imperios siempre han de encontrar la justificación perfecta para satisfacer sus apetitos expansionistas: evangelización, civilización, democracia, libertad y demás falacias. La política es el arte de la simulación por excelencia. A los iraquíes les tocó ser señalados por producir armas de destrucción masiva, pese a las sanciones y el embargo al que fue sometido el país después de la Guerra del Golfo Pérsico.
Así, el ciudadano de a pie, vive el día a día previo a la guerra, bombardeado por la propaganda del régimen paternalista de Saddam Hussein y las noticias que reportan en cuenta regresiva los detalles de la invasión.
Las reminiscencias de conflictos anteriores, la conciencia de un pasado y una Historia, los usos y costumbres de la familia iraquí, la vida en comunidad, la proyección a futuro ante un clima de caos, pero sobre todo, la voz, la risa y las aspiraciones de una infancia cuyo futuro se percibe nebuloso. Porque en el documental de Fahdel, uno de los grandes protagonistas, además de su país y su gente, son los niños, en especial su sobrino Haydar.
El filme -en su primera parte- no escatima en mostrarnos el ir y venir de la vida simple en la infancia, incluso en situaciones extremas, como la amenaza de una guerra. La familia de Fahdel vive su día a día con la plena conciencia de que probablemente eso que conocen como vida, una vez iniciada la invasión, se extinga. Pese a ello, la alegría, la vitalidad, las risas, incluso el humor con respecto a su peculiar situación, no desaparecen. El iraquí conserva el buen semblante, a sabiendas de que miles de años de historia por detrás, no se anulan con otra ocupación -una de tantas- ni con la destrucción de su legado arquitectónico y cultural.
Lo entrañable, lo desgarrador de este poderoso testimonio de humanidad, va más allá de señalamientos y enconos étnicos y políticos, y se ubica en la fuerza de sus protagonistas; una sociedad eternamente amenazada y vejada por intereses de propios y extraños. Fadhel logra documentar, y se agradece que lo haga así, el impacto que tienen en la sociedad las decisiones de sus líderes. El director evita en todo momento tomar partido por uno u otro lado; el filme va por otro rumbo, el de consignar el testimonio de las víctimas directas de la guerra.
En este hemisferio del planeta, estos hechos eran desconocidos, ya que la cobertura mediática se limitó a la recopilación de cifras sin sentido, con un evidente apoyo a Estados Unidos y sus aliados. Lo que ofrece este documental es una ventana al mundo del iraquí común, y a su vez un combate a la ignorancia, al prejuicio y al odio.
Ignoro si esto funciona. La dinámica de la convivencia del hombre es harto compleja, y aunque uno quisiera creer en las utopías, la realidad siempre te golpea en la cara, justo como lo hace el final de este documental.
En el se resumen las principales ideas del filme, pero no en el sentido en el que uno esperaría; el final es una conclusión nefasta, pesimista y reveladora sobre lo absurdo de este mundo en el que vivimos.
Si después de leer esto, el lector conserva un poco de curiosidad por Homeland (Iraq Year Zero), esta se proyectará en el marco del FICUNAM como parte de su Competencia Internacional, que se celebrará del 24 de febrero al 1 de marzo en la Ciudad de México.
Y si no es curiosidad lo que queda en el lector, sí es un mínimo de sensibilidad, entonces, sólo me resta decir, que pese a todo, lo que verá le dejará un buen sabor de boca.
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HOMELAND : IRAK ANNEE ZERO / film-annonce from Nour Films on Vimeo.