La mente ‘hackeada’: Mr. Robot o la revolución desde una computadora

POR MIGUEL ÁNGEL MORALES

I

Te llamas Elliot. Un buen día despiertas y te das cuenta de que tienes una molestia contigo y todo lo que te rodea, contra esa felicidad falsa que todo el mundo asume sin chistar. Sin embargo, es difícil buscar otro camino porque no eres lo suficientemente sociable para hablar de tus problemas con alguien que no sea tu voz interior. Eres tu mejor consejero, tu propio amigo imaginario. Odias tu empleo en la empresa de ciberseguridad en la que llevas algunos años. No obstante, eres un elemento eficiente. Incluso, tu jefe te brinda su confianza absoluta tras salvarle el pellejo al cliente más fuerte para el que trabajan, una megacorporación transnacional dueña de las deudas y sueños de casi cada ciudadano del mundo. Evil Corp (como la llamas) es la responsable de la muerte de tu padre, ya que por su culpa enfermó de cáncer cuando eras niño. Ese es el empujón que necesita tu inestable personalidad para movilizarte y crear una revolución contra los dueños del capital. También es un un incentivo para llegar a las personas a las que no accederías de manera directa, con el diálogo. Para ello, te valdrás de tu destreza cibernética para hackear lo más profundo del otro, ya sea tu psicóloga o un pederasta, un grupo de ejecutivos que controlan la política y los mercados, o la mujer que te gusta. Sí, es una actividad deshonesta pero, ¿quién en este mundo encriptado no ha deseado alguna vez saber los deseos y secretos más profundos de alguien con el fin de dominarlo o de saber la verdad? Tú, Elliot Alderson, quieres salvar al mundo de su podredumbre humana (los banqueros, los políticos, los delincuentes de cuello blanco) y de la debacle financiera que recrudecerá. Tienes que hacer que pase.

Calma. Necesitas un poco de morfina. La droga no te da mayor claridad pero te hace olvidarte un poco de la ansiedad constante a la que tu generación está expuesta. No hay futuro, sólo un mar de crisis e hiperconectividad hueca, especulaciones de todo tipo, identidades falsas dispersas en un mar de muros virtuales. De pronto te das cuenta que no eres el único pobre diablo expuesto a la soledad compartida y a la dictadura de la aprobación social. De pronto te das cuenta que hay otros inadaptados como tú que quieren hackear todo lo que las sociedades dan por sentado. Fun Society. Fuck Society. FSociety. Con ellos puedes derribar las estructuras reinantes y formar otras nuevas. Esto te llevará algunos problemas. ¿Qué revolución no trae consigo algunas sacudidas de conciencia o de cuerpos? También la lucha es contigo mismo, contra tus paranoias y fantasmas (el fantasma de tu padre) que parecen no abandonarte. El vehículo para conseguirlo se llama Mr. Robot. ¿Quién es Mr. Robot?

II

«Lo que estoy a punto de decir es altamente confidencial. Hay un grupo poderoso de personas ahí fuera que secretamente dominan el mundo. Hablo de tipos de los que nadie sabe nada. Tipos que son invisibles. El 1% del 1%. Tipos que juegan a ser Dios sin permiso. Y ahora, creo que me están siguiendo.» Esas palabras iniciales que Elliot escupe a través del rompimiento de la cuarta pared sorprenden al espectador por su sinceridad y complicidad. Sí, de pronto el anodino público se convierte en parte de una sociedad subversiva secreta de la cual es la médula espinal. Esa es la premisa del megafilme de Sam Esmail, una de las series más impactantes de 2015 que debe gran parte de su éxito —ganó el premio a Mejor Serie y Mejor Actor de Reparto en la reciente edición de los Golden Globes— a sus influencias, que acepta sin empacho: El club de la pelea (novela y película), la trilogía Millenium de Stieg Larsson, la imaginería cibernética de Matrix y los movimientos de protesta contra las corporaciones mundiales como Occupy Wall Street y Anonymous, todo desde el punto de vista de un tipo que tiene dificultades para entablar una plática común y corriente con alguien más.

Lejos de ser el héroe clásico y acartonado, el personaje interpretado por Rami Malek es un reflejo de Occidente: un stalker que accede al Otro a través de la ilegalidad, un ciudadano propio de las sociedades de control, entrometidas y vigilantes, que husmean en la vida de los demás a fin de preservar el orden. El deseo fascista de ver sin ser visto. Sin embargo, sabemos que Elliot no está del lado de las corporaciones. Quiere desaparecerlas por medio de lo que más les duele: su dinero. Pero, en un mundo en el que el dinero físico ha mutado en dígitos y bytes, la idea de ser un Robin Hood cibernético se vuelve un tanto ingenua. ¿Sin deudas que pagarle a los grandes corporativos, los individuos serán finalmente libres? Es difícil afirmarlo. El mundo ha sufrido una cantidad ingente de mutaciones. La virtualización de las actividades utilitarias y de ocio es uno de esos cambios notorios. El trabajo hoy es cada vez más cognitivo. El filósofo Franco Berardi ha advertido esa radical modificación. Hace tan sólo tres décadas, la alienación se producía en las horas laborales: implicaba una escisión, lo que se hacía con el cuerpo y la actividad mental, suspendida, en aquel espacio. Hoy en día la alienación tiene un cariz distinto: la actividad mental no puede elegir, está continuamente explotada.

Ese es el mundo de Mr. Robot, un mundo que obliga a los revolucionarios a cambiar también las condiciones precarias del trabajo cognitivo. No basta dejar en ceros las cuentas de los magnates, sino también crear redes de comunicación y de proximidad. ¿Es posible la comunidad en una mole de entidades desconectadas del concepto de lo social? Bifo cree que sí, a través de la «reerotización» de la comunicación social. Recuperar la relación de un cuerpo con otro. Sólo así la revolución es posible. ¿Podrá el ensimismado Elliot lograr tal empresa?

III 

Uno de los dilemas de Mr. Robot reposa en la capacidad del lector en distinguir quién enuncia. Sería obvio decir que durante sus diez capítulos, nos encontramos ante un Trastorno de Personalidad Múltiple dado que el personaje principal, Elliott, se ve conflictuado por su pasado, representado en la figura de su padre (Mr. Robot/Edward Alderson). En él vierte sus deseos de cambio, su ansiedad de destruir el sistema de cosas imperante y dar un giro a su vida cómoda como programador. Conforme va avanzando la serie, el espectador descubre que las interacciones que mantiene Mr. Robot no son más que engaños También sale a flote otro desdoblamiento, aquel representado por el líder de la organización fsociety, un anarquista que suele aparecer en las grabaciones en video de forma viral. Se trata de un individuo que usa una máscara del juego Monopoly y a través de la cual Elliot cubre su rostro. Elliot los concibe como entidades diferentes aunque estén unidos por un mismo cuerpo, el de él. ¿Pueden dos personas (o tres o cuatro) ocupar un cuerpo? ¿Qué es ser una persona?¿Pueden ser consideradas tres entidades distintas las personalidades encarnadas en el cuerpo de Elliot?

En el octavo capítulo esto se hace evidente. Tras darle un beso a Darlene en los labios al desconocer que es su hermana, Elliot sufre una sensación de extrañamiento. Su relación con el mundo está fragmentada dado que algunos compartimentos de su memoria están reservados para sus otros yos. ¿Quién es él en verdad? ¿Puede uno resumir esta pregunta en una sola identidad? Al mirarse en el espejo, Elliot se autocuestiona: «Me evado a mí mismo. ¿Por qué? Tengo miedo. OK. ¿Miedo a qué? A encontrar demasiado. Muy poco. Nada en absoluto. ¿Siquiera existo?»

Puede ocurrir que un cuerpo contenga más de una mente? Daniel Dennett destaca ciertas condiciones necesarias de la cualidad moral de las personas: Deben ser seres con capacidad de razonar, tener estados de consciencia, ser capaces de actuar con reciprocidad y sobre los cuales se adopta cierta actitud (ser considerados personas por sus iguales). En el caso de Mr. Robot/Edward Alderson y el líder de fsociety, ¿podría decirse que son dos personas diferentes? Lo usual es tener un yo en un cuerpo, pero si un cuerpo puede tener un yo, ¿no puede acaso tener más de un yo?

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Desde diversos puntos, artistas y teóricos han indagado en el uso de la máscara para aludir, transformar, ocultar o representar una identidad psicológica y social determinada. Por ejemplo, Sigmund Freud reflexionó sobre la fascinación particular de los poetas para escindir su yo través de una máscara para tratar ciertos temas que usualmente no retoman o que les provocan conflictos en su vida personal. Esta simbolización sirva, entonces, como estrategia discursiva y psicológica para ciertas personas a fin de exponenciar ciertos discursos o matizar otros. Usar máscaras no es más que una forma más de construir una identidad. Para Carl Jung, ésta es una especie de constructo «inauténtico» que encauza los genuinos impulsos del individuo e imprime en él un rostro diferente, adecuado a las exigencias sociales. La persona es considerada, en este caso, como «una máscara de la psique colectiva, que finge individualidad, haciendo creer a los demás y a uno mismo que uno es individual, cuando no forma sino un papel representado, en el que la psique colectiva tiene la palabra». Esta sería la raíz de lo que llamamos lo individual, cubierto tras esa careta que es la persona.

Por su parte, Jacques Lacan destaca las cualidades de lo social y de la alteridad en la construcción de la persona. No puede existir un yo, dice el psicoanalista, sin otro: «el ideal del yo, de Freud, se pinta en esa máscara compleja [la persona] y se forma, con la represión de un deseo del sujeto, por la adopción inconsciente de la imagen misma del Otro, que tiene de este deseo el goce del derecho y los medios». Dicho de otro modo, adoptar una máscara trae implicaciones en la creación de otra performatividad en el sujeto que decide usarla. Ayuda a construir otra identidad. Por ello, el nexo entre cara y máscara representa un juego que pone en tensión el ocultamiento (Lethe= olvido) y la revelación (aletheia= verdad).

El espectador es testigo de ese juego de máscaras que muchos de sus personajes juegan: Elliot, el oficinista-anarquista-ensimismado-drogadicto; Tyrell, el jefe calculador-metrosexual-asesino; el chino-empresario, etc. Todos se ocultan ante un grupo de personas y se des-ocultan ante otras. Adoptar una máscara les modifica el semblante y propicia la creación de nuevas identidades. Volviendo a Lacan: «sólo desdoblándose desenmascara a la figura que representa y que no la representa sino volviéndola a enmascarar».

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A la mitad del primer episodio, en el que Elliot se está integrando a fsociety, Edward Alderson/Mr. Robot (o sea, su desdoblamiento) hace mención de O-Megz, un grupo de hackers cuyos integrantes fueron entregados por su propio líder tras ser rastreados por las autoridades a través de sus interacciones en Internet (correos electrónicos, sesiones de VPN, mensajes de chat, de textos). Todo debido a que nunca se reunían en persona. Equiparando las acciones virtuales con la máscara, puede decirse que los hackers de fsociety, a través de la interacción cara a cara se ocultan del mundo virtual, invirtiendo así las jerarquías: «Nuestro cifrado es el mundo real», dice Edward Alderson/Mr. Robot. La máscara del anonimato funciona para los integrantes de fsociety como una fuerza desestabilizadora y emancipada de un sistema vigilante que regula y no pocas veces censura las identidades.

La máscara no sólo da cuenta de la ambivalencia entre representaciones para los otros y para sí mismo, sino que también se muestra como la realización de la pluralidad de orientaciones tácitas en cada uno de nosotros. Así lo señala Michel Foucault cuando, al referirse a «la disociación sistemática de nuestra identidad», expone: «esta identidad, bien débil por otra parte, que intentamos asegurar y ensamblar bajo una máscara, no es más que una parodia: el plural la habita, numerosas almas se pelean en ella».

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Al parecer es más difícil sostener la noción de un yo estable y unido tanto en el plano sincrónico como diacrónico, bajo la rigidez de un nombre propio y de una identidad aparentemente sólida. Nada más falso que eso. En los últimos años, las posibilidades comunicativas que ha brindado el Internet y las nuevas tecnologías ha puesto sobre la mesa algunos temas que se pretendían estables: la manera en cómo nos representamos ante el otro, el yo como performance y la identidad sin necesidad de cuerpo. También ha significado un momento especial para pensar el anonimato y las posibilidades expresivas y subversivas de la multitud. Como ejemplos de estos cambios se encuentran los individuos que se construyen una identidad con datos falsos, esto con el fin de acceder a otras personas o sitios; ahí está también la figura del hacker, que puede ocultar sus intenciones primeras e incluso nombre, todo con el fin de desestabilizar un sistema. En el primer episodio de Mr. Robot, Elliot hace alusión a ellos: «A los hackers les encanta llamar la atención. Aquí está [Elliot observa un archivo maligno llamado ‘fsociety00.dat’]. ¿Se supone que es una broma? Esto fue demasiado fácil. No lo ocultaron para nada bien»[8]. Enseguida Elliot se da cuenta que el archivo fue dejado a propósito. Incluso “le dejan” un mensaje de texto que dice «déjame aquí». Sabiendo el riesgo, Elliot decide dejar el virus en los sistemas de la compañía, escondido, esperando a un futuro daño que inhabilite sus sistemas. La voluntad de destrucción es una cara que desconoce en él pero que eventualmente se verá ejemplificada en el sujeto de la máscara.

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La oportunidad que ofrecen las tecnologías posibilita la dispersión de los sujetos y sus identidades. Las máscaras se multiplican como espejos alterados de un circo, pero en los cuales ya no hay rostro, solo avatares, emoticones, flujos de datos, máscaras. En ese sentido (el de los hackers, el de los delincuentes cibernéticos, el de los ciberterroristas, el de los implicados en el porno infantil), la máscara funciona como una estrategia que preserva las características más peculiares del yo, por lo que se erige como una forma de resistencia frente al sentir general de la comunidad o el Estado. Sin embargo, de forma paradójica, la máscara funge como un mecanismo de adaptación de ciertas normas, al neutralizar aquellos aspectos del individuo que podrían resultar deplorables o que disminuyen su capital simbólico ante la comunidad si se expusieran en una situación cotidiana.

A lo largo de sus diez capítulos observamos cómo el líder enmascarado de fsociety se le advierte como una figura de poder con una personalidad propia y que podría verse como separada de Elliot. En el capítulo nueve se aprecia cómo su poder de convocatoria es tal que cientos de seguidores siguen sus palabras al pie de la letra y se conglomeran en Times Square. El grupo de seguidores, también enmascarados, se funden en esa idea subversiva antisistema y forman una idea común: hay otro futuro posible lejos del capitalismo. En ese sentido, Elliot (el hombre detrás de esa máscara de Monopoly) se convierte en un personaje desligado de la persona Elliot (programador-esquizoide). El líder de fsociety se vuelve un representante de un cuerpo social con deseos de revolución.

En todos los casos, se genera un efecto enmascarador y desenmascarador de la máscara, que está relacionado de manera directa con un proceso de despersonalización y de repersonalización. ¿Puede pensarse al Elliot que porta la máscara como una persona diferente al Eliot que ubicamos como protagonista de la historia? Si asumimos que la identidad de este personaje no sólo se construye en la mente de Elliot (como sí lo hace la imagen del señor Edward Alderson al cual nadie ve porque es producto de las alucinaciones del protagonista) sino también a partir del reconocimiento que tenga en otras personas, se puede afirmar que el líder de fsociety también es otra persona, ya que, como se observa en los últimos capítulos de la serie, éste tiene una fuerza pública importante como representante de una sociedad opacada por el sistema capitalista. Se vuelve incluso el vocero del malestar social y un personaje de las narraciones que rodean a Nueva York:

«[H]emos cumplido nuestra promesa. Los ciudadanos del mundo, que han vivido esclavizados por ustedes han sido liberados. Sus datos financieros han sido destruidos. Cualquier intento de recuperarlos será completamente inútil. Admitan su derrota. Nosotros en fsociety sonreiremos al mirarlos a ustedes y sus almas negras. Eso significa que toda deuda suya con esos cerdos ha sido perdonada por nosotros, sus amigos de fsociety (…) Esperamos que al levantarse una nueva sociedad, de las cenizas, ustedes formen un mundo mejor, un mundo que valora la libertad de la gente, un mundo en que la avaricia no sea aplaudida, un mundo que nos pertenece una vez más, ¡un mundo transformado para siempre! Y mientras hacen eso recuerden repetir estas palabras: ‘Somos fsociety’, ‘finalmente somos libres’, ‘¡finalmente despertamos!’.»

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Ilustración: Vector Morales

Así, puede verse que la identidad consiste en nuestras percepciones sobre lo que vivimos y experimentamos corpóreamente pero también está ligada a lo que un Otro observe y perciba sobre nosotros. En el caso de Elliot y el enmascarado de fsociety, la sociedad y él mismo se asumen como dos identidades diferentes. Las tensiones entre lo privado (la percepción que se tiene de uno) y lo público (lo que se dice de uno) generan una convención que constantemente está cambiando. Es cierto, hay quienes conocen la dualidad de Elliot, como su hermana Darlene y los demás integrantes de fsociety, pero no se trata de una sociedad, dado que son un grupo reducido que actúa bajo las sombras.

Que el líder de fsociety no muestre su rostro ante la sociedad poco importa, porque en la medida en que se hace un hombre anónimo, se vuelve alguien poderoso, alguien imprevisible y opaco a la máquina del poder. Como dice el filósofo Santiago López Petit: «Porque el hombre anónimo es aquel que clava su yo vivo en la realidad y exige que le olviden, que le dejen tranquilo. Y, sin embargo, permanece siempre al acecho». Esta fuerza inquietante que posee la organización y el líder de fsociety lo convierten en un ser particular, un ser colectivo que puede ser cualquiera, siempre y cuando ese cualquiera preserve esa sensación de desestabilización y crítica al sistema. Ahí donde el poder busque delimitar lo que es una identidad, la máscara siempre rehuirá a toda categorización y encasillamiento, y sin embargo, siempre apelará a la colectividad, a la unión de los cuerpos. La pregunta que la esposa de Tyrell le hace a Elliott («¿quién eres tú?» puede aplicarse también a la del hombre encapuchado, a lo que podría responderse un misterioso: ______.

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