Por Alejandro Romero
Nuestros tiempos son caóticos, y estoy seguro que cada generación ha establecido conflictos a su tiempo con múltiples factores, incluso con la tecnología; una avance significativo en la evolución humana pero que también es visto como un retroceso, un medio que altera los ordenes y desintegra la interacción humana como especie. A mi generación, los nacidos a finales de los 80 y principios de los 90 nos ha tocado descifrar y tomar posición, tal vez inconsciente, de cómo interactuar y hacia dónde dirigirnos en las nuevas tecnologías. Es en esa búsqueda donde se vuelcan los esfuerzos por ir a la par del tiempo, entenderlo y hacer de él el futuro mismo. Todo a base de fragmentar la memoria y reconstruir nuestra historia a partir de la de todos.
Hacer comunidad, exponer un ideal y hacer participe al resto. Crear diálogo a partir de una idea y materializarla con el ejercicio de la práctica. La autogestión como el acercamiento hacia las masas o sectores; ser el creador, el productor y la difusión al mismo tiempo, un esfuerzo por ser visto y captar a quienes se quiere llegar. A pesar de que existe comunidad, llevar acabo el intento de regenerarla o abrir un espacio para generarla a partir de éste, es un trabajo complejo, de equilibrio, conectividad y una propuesta concreta. De esta manera opera CÓDEC, un festival que sintetiza y articula códigos expresivos procedentes de diversos ámbitos visuales y sonoros, sobre todo indaga en la creación de nuevas narrativas y formas del lenguaje audiovisual.
La Merced, un barrio de la Ciudad de México conocido principalmente por ser transitorio, proveedor de materia prima, alimentos y artículos de uso común, además de albergue de grandes monumentos y recintos históricos, y de su popularidad contemporánea como una zona conflictiva; azotada por la marginación y la pobreza, una colonia donde residen gran parte de las personas provenientes de otros estados, principalmente Puebla, Tabasco y Veracruz. Un espacio multicultural que busca en el pasar del tiempo una historia propia que lo defina, que contenga sus temores y que encuentre descanso en el día a día del caos capitalino. Es aquí, entre las calles de República del Salvador esquina con Talavera, en el barrio de la Merced, donde se encuentra una casona de la época colonial que actualmente pertenece a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y que funge como espacio histórico a manera de museo de sitio, en donde se realizó parte de las actividades de CÓDEC. Un ejemplo de la función principal de este festival: contextualizar sectores de la ciudad con expresiones como el video y el arte sonoro.
En su primera edición CÓDEC ha dejado claro sus principios y sus fines. Al ser gestionado por estudiantes y jóvenes interesados en el quehacer intelectual como cimiento para entender y plantear su perspectiva del mundo, CÓDEC replanteó temas que en un momento fueron vanguardia, como la interpretación del silencio de Manuel Rocha Iturbide a partir de los ejercicios que John Cage ha venido discutiendo en innumerables ejercicios; dicha interpretación mantiene los conceptos básicos de Cage pero se cuestionan y se llevan al cuaderno a base de puntuación como puntos suspensivos, comas y puntos. Además de la conversación sostenida con Rocha Iturbide, se presentó el documental Dispositio, una cinta que parte de la memoria de la directora Nila Guiss y su afán por retratar el origen y transformaciones que ha sufrido el cuerpo físico de la película cinematográfica, principalmente en México. Un documento que aún está por terminarse y que ha enfrentado múltiples demandas por el uso de archivos, un documental de 72 minutos que embona fácilmente con la historia de cualquiera, pues el fin es memorizar la historia para ser parte de ella.
Entre muestras de videoarte provenientes de todas partes del mundo, CÓDEC contó con la presencia del trabajo contestatario de la artista polaca Julia Kurek, reconocida en el ámbito artístico por su compromiso de denuncia. Su proyecto más sonado es Lucha Libre, un video de 14 minutos en donde Julia, con el rostro cubierto por una máscara de luchador, desafía la autoridad de los guardias presidenciales de Palacio Nacional un día después de darse a conocer la noticia de la desaparición forzada de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa. En este ejercicio el conflicto abandona la pantalla para postrarse en la mente pues resulta complejo tomar partido como mexicano de la acción de Julia, que si bien se está manifestando por la vía de la paz, también invade el territorio nacional con una actitud desafiante y retadora. Un video que inauguró las actividades de CÓDEC y que sin duda tendría que estar en la cabeza de todos.
Otro de los actos que resaltaron fue el concierto/muestra por parte de Hombre Gris, un proyecto de exploración sonora y visual, quienes ejecutando instrumentos electrónicos y acústicos logran posicionar su sonido, en donde el hip hop, el rock psicodélico y los sonidos electrónicos dan como resultado sonidos capaces de interpretarse de manera visual.
A la par de todas las actividades, y durante los cuatro días que duró el festival -aunque preferiría llamarle muestra- CÓDEC facilitó la impartición de talleres para niños e interesados en construir sus propios objetos de expresión, tanto visual como sonora.
Con una edición primeriza, que se irá puliendo en el camino, CÓDEC planteó un ideal propio, que con material proveniente de 23 países diferentes, hizo de su muestra un punto de fuga para expresiones que comúnmente no son consideradas a gran escala en el espectro cultural de la Ciudad de México. Una visión que plantea que el arte, la comunidad y lo político no están fuera de sí uno con el otro, sino que todos son eslabones de una cadena que si funcionara de esta forma los resultados como comunidad, ciudad y país serían propositivos e incluyentes. Al final las artes, después del lenguaje, siguen siendo nuestro medio comunicativo por excelencia, el chiste es hacer un esfuerzo.