Por Raúl Picazo
Ilustración: Vector Morales
¿Cómo narrar la violencia de México desde una perspectiva no agotada, cansina y que busque dar voz a los fantasmas e individuos invisibles sin que caiga en un relato aleccionador sobre buenos y malos? ¿Cómo conjurar una época cruenta sin caer en la inevitable acción de culpar a las autoridades y glorificar al pueblo bueno? Es la propuesta Javier Zúñiga en La bala de Johnny Depp (Fomento Editorial BUAP, 2018), quien en un ejercicio de concisión desgarra por su acertada descripción del ambiente funesto que se vive en México, aunque bien puede tratarse de cualquier territorio en guerra.
Se trata de la novela de una prisión, un encierro que nos muestra la tensión en el interior de un hogar, mientras las balas que se incrustan en la casa traspasan las ventanas y crean un hueco en el alma atormentada de una madre que trata de cuidar a su hijo, intentando que nada le pase, muriéndose de la incertidumbre, esperando que alguien entre a su casa a matarlos: “Veo dos muertos y decenas de árboles dejan caer hojas, rasgadas, como alas de mariposas sin cuerpo”.
Sin quererlo (o tal vez sí), las palabras del narrador (un niño), evocan escenas de guerra en donde las mujeres abrazan a sus hijos para protegerlos de algo inminente, que no se puede desaparecer con solo poner el cuerpo sobre el otro, porque el cuerpo se desgarra como los árboles de afuera, que también sufren de la violencia de las balas. El niño nos cuenta en igual medida qué es lo ocurre en tal lugar, en la casa, en su cabeza. Se trata de un infante que se ha vuelto adulto a fuerza de sobrevivir y defender su territorio. “Yo prefiero imaginar que los más lastimados son los árboles”, dice. El infante se preocupa incluso por la vegetación que es dañada por las balas y la destrucción. Quizá entiende que al crear una realidad aparte, se aleje del sonido que ensordece el alma de la madre.
Ganadora del Premio Internacional de Novela Corta Giralda 2017, en Sevilla, La bala de Johnny Depp se distingue por una cuidada economía del lenguaje y recursos narrativos casi telegráficos, en donde la exposición corta de frases impregna en el lector la sensación de que las palabras que se sueltan son de vida o muerte. El aforismo se hace presente, la frase lapidaria, las escenas cortas y precisas que tienden a enmascarar un ambiente lóbrego y de muerte. Sin embargo, dice Zúñiga, “hay soledades que valdría la pena compartir”. En este libro hay una apuesta por narrar desde la sobriedad y la austeridad.
Otro acierto de la novela de Zúñiga es que no devela el lugar correcto donde se está ejerciendo la violencia, si es un grupo de delincuentes del narco o de los federales los que atacan. En realidad no importa: es extrema violencia de la que todos salen perdiendo. Todo es visto desde una jaula, esa caja donde los conejos habitan y se ensimisman para evadir el sonido de las balas que no paran de brotar del cañón de un asesino.
La bala de Johnny Depp es un texto que se disfruta desde la incertidumbre. De alguna manera es un thriller psicológico que nos mantiene en tensión hasta que algo irrumpe en la casa de aquellos que se ocultan y el desenlace se convierte en ese pequeño infierno que viven los hombres antes de ver la realidad que los acecha.