Por Miguel Ángel Morales
Son más o menos las ocho de la noche. Me encuentro afuera de una librería, en la Condesa. En teoría ahí charlaré con Iván Farías (Ciudad de México, 1976), aunque la sensación más natural es que nos moveremos a una cantina aledaña. Tras unos minutos de espera lo veo cruzar la calle. Viste una playera del Festival Macabro. Casi sin intercambiar palabra, nos dirigimos con rumbo a la Nuevo León. En la rocola suena Juanga. Llega la primera ronda. Le siguen un par de boleritos antes de que charlemos sobre sus múltiples oficios: desde ser instalador de puertas automáticas hasta vendedor ambulante en las carreteras.
Autor de dos libros de cuentos, un par de ensayos y uno de entrevistas, aparte de estar incluido en varias antologías de relato, Iván publicó recientemente su primera novela, Un plan perfecto (Grijalbo, 2017). Fiel a su obsesión por el noir, recurre a la figura del criminal ético para ambientar una obra con una premisa sencilla: Diego Rodríguez, El Soñado, busca hacer un último trabajito que lo lleve a un retiro placentero y así tener un pequeño restaurante de mariscos frente al mar. Como es de esperarse, en el camino a asaltar el banco, algo sale mal. Se encontrará con políticos de poca monta que recuerdan mucho a cualquier personaje de la farándula congresista y burocrática; contrabando de joyas con conexión a Sierra Leona y mafias rusas mediante. Y de fondo, Tlaxcala, aquella entidad minúscula del país del que se dice que normalmente no pasa nada, y que es el pretexto para imaginar un escenario extremo.
Antes de que el mesero destape la segunda, enciendo la grabadora.
¿Qué conexión particular tienes con Tlaxcala? Hay mucho de esa entidad en Un plan perfecto.
Desde que era muy pequeño mis abuelos me llevaban a Tlaxcala. Después nos fuimos a vivir allá. Compraron una casa. Al principio hubo un shock entre ser el niño chilango y aquel que se iba acostumbrando al pueblo, porque literalmente a donde nos fuimos a vivir era un pueblo. Junto a la casa había una barranca. Ahí fue la primera vez que vi que la gente cazaba, tenían armas (escopetas, rifles) e iban a “conejear” o ir en busca de marsupiales como tejones o tlacuaches. Te digo que era como vivir dos vidas: ser un niño pueblerino y luego regresarte a la ciudad, con todas las cosas que tenía la urbe desde luego. Poco a poco me fui acostumbrando cuando nos fuimos a vivir a Tlaxcala y a todas sus particularidades. A pesar de que no es muy conocido hay muchas cosas que lo hacen muy particular. A pesar de que son como serios, la gente es muy chistosa. Conservan muchos de sus apellidos indígenas y siempre tienen como una especie de orgullo/vergüenza de ser de Tlaxcala. A mí siempre me gustó la ciudad, siempre la recorrí. Cuando yo podía ya viajar por mí mismo era un lugar al que yo recurría mucho. Viajé a Veracruz, Tabasco, Tamaulipas, todo el Golfo me lo chuté de aventón y de regreso. Siempre volvía a Tlaxcala. Siempre ayudaba el no decir que eras chilango sino decir que eras de Tlaxcala, era menos violenta la relación con la gente del norte.
Poco a poco me fui sintiendo muy a gusto con la idea de ser de Tlaxcala, aunque cuando estuviera en Tlaxcala nunca pudiera decir que era tlaxcalteca, porque cuando me preguntaban “¿Cómo te apellidas?”, inmediatamente se acababa cualquier magia que pudiera haber.
¿En qué zona vivías?
En un lugar llamado San Pablo Apetatitlán.
Zona muy tranquila. Yo vivía a un par de pueblos de ahí. Ahora sólo es un cascarón con facha colonial, aunque ahora que lo pienso nunca hubo mucha actividad cultural. ¿Qué tipo de actividades hacías, qué veías, cómo te fuiste adentrado a la ficción?
Lo primero que me llamó la atención es que ahí, como en muchos pueblos, siempre había historias que te contaban los mayores. En esa parte a donde nos fuimos a vivir fallaba mucho la luz; entonces los vecinos, los niños, contaban las historias clásicas del nahual, historias de muertos, de cómo se establecieron algunas de las poblaciones. Otras historias más rudas: de cómo hubo gente que se fue apoderando de ciertos lugares. Crímenes que sucedían y algunas cosas muy fuertes que pasaban y que quedaban escondidas. Recuerdo alguna fiesta a la que fui en donde hubo un problema con un tipo; a la hora de bajar al río se oyeron disparos. Todas esas cosas se me quedaron en la cabeza.
También una cosa muy curiosa es que en casi todos los estados del país hay nota roja.Cuando viví en Tabasco había hasta tres periódicos de roja. Eso era muy curioso. En Tlaxcala no. Normalmente hay una hoja al final de El Sol de Tlaxcala, que en aquel tiempo era el único periódico que existía. Otra cosa que me encanta de Tlaxcala es que puedes visitarlo todo en poco tiempo. Yo recorrí casi todo el estado y lo conozco muy bien. Ahí conocí a los comisarios ejidales, que bien podrían entrar en una novela policiaca, ya que tienen ciertas cosas en común con los sheriffs gringos. Conocí a varios comisarios ejidales, principalmente en Tlaxco, por cuestiones del trabajo en donde estaba; me ofreció licor de manzana, que no era más que un aguardiente poderosísimo. Era un tipo de unos 70 años, corrioso, de ojos verdes. Aguantaba como pocos.
¿Qué tenía la literatura criminal que te hizo acercarte a ella?
Era fácil encontrar revistas como el Alarma! cuando ibas a la peluquería. En la casa, siempre había libros de true crime, los bolsilibros de La Prensa, y libros sobre crímenes, novelas de terror y policiacas. Una de las cosas que más me llamaban la atención al provenir de un barrio marginal como lo es la Agrícola Oriental era eso: siempre te contaban desde una óptica muy moralista el mal y el crimen, que todo estaba bien pero que dentro de esa sociedad siempre había alguien que se salía de ese bienestar y se volvía ratero, contrabandista, criminal, ante el cual había que ejercer cierto castigo. Siempre me gustó la forma en que la gente hablaba de ello, como con cierto morbo. Recuerdo que la primera novela que leí sin que me obligaran fue Psicosis, que es mitad terror y mitad libro policiaco. También me acuerdo de la Biblioteca del terror (Ediciones Fórum). También las crónicas de diferentes periódicos me gustaban mucho. Y desde luego, el cine. La piratería en esos tiempos era verdaderamente algo muy perseguido. Recuerdo que el pirata llegaba con un portafolio y lo abría dentro de la casa y siempre tenía que esconderse como si vendiera droga; sacaba los VHS grabados. Ahí fue el acercamiento. También otra forma de acceder era mediante las antologías de terror y misterio que podías conseguir en los centros comerciales. Aún tengo muchos libros en Tlaxcala que fui comprando o robándome del Gigante o del Blanco.
Desde siempre ha habido una gran apertura hacia el género negro proveniente de otros países, sobre todo de Estados Unidos. En México, tenemos clásicos ejemplos de escritores que cultivan el género: Rafael Bernal, Paco Ignacio Taibo, Élmer Mendoza, Bef. Sin embargo, es un tanto relegado, ¿no crees? Ahora hay un auge mayor en años recientes. ¿A qué crees que se deba?
Lo que pasa es que el policiaco en México siempre ha sido mal visto, denostado. En general, los “géneros” (ciencia ficción, fantástico, policiaco, literatura erótica) siempre han sido vistos como algo que no debería ser escrito, o para las clases populares. Eso pasaba mucho más hace unos años. Antes de los 80 había un monopolio tremendo de la cultura, de personas que decían quién podía y quién no publicar en ciertos lugares, suplementos o revistas. Hasta había gente que se denominaba “la mafia”. El policiaco se encontraba dentro de eso: no podías publicar porque era un género anglosajón. Una de las críticas que por ejemplo le hicieron a Bernal era la de que cómo un mexicano estaba escribiendo un género que no era de aquí. Esto lleva a un retraso gigantesco. En Argentina, por ejemplo, Borges y Bioy Casares consideraban que era un género muy bueno al grado de montar una editorial (Ediciones del Séptimo Sello). Por eso empezó a haber un poco más de crecimiento mayor allá con respecto a México. En España sucedió lo mismo, también era un género denostado, pero de repente empezaron a tomar fuerza diferentes autores. Uno de los padrinos es Vázquez Montalbán, quien se burlaba mucho de la novela policiaca hasta que lo retaron: “Si crees que es tan sencillo, haz una novela policiaca en tres meses”. Dijo que sí, pero se dio cuenta que no podía. Él, que era historiador, con un gran bagaje cultural, empezó a hacer novelas policiacas porque le gustan. Sorpresivamente empieza a tener más lectores como escritor de este tipo de novelas, a diferencia de si sólo se hubiera quedado con estudios. Ahí tenemos la biblioteca Vázquez Montalbán, que tiene muchos estudios sobre historia y la otra parte, que consta de libros chiquitos de policiaco. En México pasa eso, hasta que literalmente Taibo empieza a publicar y hacer un movimiento que es el neopoliciaco, a partir del cual surgen otros autores. Y bueno, la raíz del género viene a partir del 69/70 con la publicación de El complot mongol, novela a la que le va muy mal y no se vende nada. Es un periodo corto en el que la gente aquí se empieza a familiarizar con el policiaco. Pero aún hay dudas sobre lo que es y lo que no es policiaco. Yo conozco muchas personas que hablan hoy en día de que tal libro es policiaco y tú dices: «Ese libro jamás lo publicarían con una tapa dentro del género en Estados Unidos o Inglaterra». Cualquier cosa en donde salga un muerto piensan que ya es policiaco. Es el desconocimiento del género. Mucha gente se empieza a subir también al carro, escriben novelas policiacas aunque nunca en su vida han leído una. Por eso, en México va dando tumbos, porque no hay personas que se especialicen tanto. Yo croe que en unos cinco seis, años o siete años, aquella gente que escribió su novelita policiaca va a dejar el género porque en realidad nunca les ha gustado. No lo leen, no lo cultivan,no les interesa. Ahorita ya hay hasta ensayos y críticas del policiaco tan carentes de sustento que me causan mucha risa.
Es recurrente: aquí en México, un escritor popular publica una obra que adopta las formas de lo policiaco y son inmediatamente aceptados y hasta dignos de múltiples estudios, pero alguien que escribe un policiaco más duro, recibe poca atención. Algo similar ocurre con la ciencia ficción, en donde a esos escritores que cultivan el género aún los ven como menores de edad…
Así es. Pero creo que eso ocurre más en estos país, porque cuando son autores norteamericanos hacen eso, la crítica enseguida responde y dice: “eso está muy bien”. Yo creo que se debe a que tienen miras muy cortas. En fin, hay muchos escritores que hacen su novela policiaca. Ahí está el ejemplo de Fuentes, que es muy malo, pésimo…
O Bolaño, que juega con los elementos del policiaco…
Sí, claro, pero lo único policiaco en Bolaño es el título, porque en general los detectives ni son detectives ni son tan salvajes.
Pero lo saco un poco a colación de lo que dice Patricia Highsmith en Suspense. Entre los consejos y anécdotas para escribir una novela de suspenso, puntualiza que ésta debe tener pensamientos ligeros, una acción constante y una constante amenaza de violencia. Para Un plan perfecto, ¿qué elementos reuniste para que se aproximase a este estilo?
Toda novela policiaca debe incluir una sensación de que algo malo va a suceder. Eso lo dice Otto Penzler, un antologador gringo e investigador del policiaco. Siempre debe haber una sensación de violencia y de que todo se va a ir al carajo. Dice que la novela negra tiende más al nihilismo, sabe que todo va a joderse. Cuando ves una película de robos, sabes que eso va a salir mal, no puede acabar de una maner, a positiva. Eso pasa en las grandes novelas policiacas. La gente tiene en la cabeza a La ley y el orden o CSI, donde el policía llega hasta el final y resuelve las cosas, pero en la mayoría de las novelas policiacas no pasa eso, porque para empezar, a veces ni hay policías.
Piensan mucho en los modelos de Sherlock Holmes o Dupin…
Sí, muy del siglo XIX. Pero ni siquiera se detienen demasiado en ellos, porque Sherlock Holmes iba a resolver las cosas que no podía resolver la policía. Incluso hasta los pendejeaba.
En México, ¿cómo entiendes esa premisa de que algo va a salir mal, si aquí todo está mal?¿Cómo darle una vuelta de tuerca?
Ese es el problema. Si tomamos a Sherlock Holmes en «El valle del miedo», ¡todo está mal! En la parte cuando se regresan a Estados Unidos la mina está llena de ladrones, está infiltrada. Yo no veo la diferencia de una mina así y una mina en México. Cuando lees Cosecha roja de Hammett todo está podrido, lleno de ladrones, la policía está corrompida, lo mismo los ricos. Marlowe es un moralino, un tipo que todavía cree que hay bondad en el mundo, pero a Sam Spade inmediatamente lo podrías ubicar en cualquier ciudad, en la Ciudad de México incluso y funciona igual. Una novela suya, Nightmare city, la podrías ubicar en cualquier pueblo de norte de México donde todos están infiltrados, no hay gran diferencia. Y el detective de Hammett, el detective sin nombre, el detective de la Continental, tampoco es un policía muy buena onda: es un tranza. Sam Spade tampoco lo es. Ni siquiera es como Philip Marlowe que nunca cobra, es un gandalla que se anda tirando a la esposa de su compa y quiere el halcón maltés no porque quiera regresarlo a algún museo sino porque quiere algún beneficio para él. Esa idea que tiene la gente de un policía buena onda e incorruptible que va a llegar hasta el final de las cosas en el policiaco negro jamás pasa. Eso es muy fácil de adaptar al contexto latinoamericano o al mexicano.
¿Tú le quisiste dar esa característica «buena onda» a tu personaje El Soñado? Vemos constantemente tiene un código de valores muy moderno, posee una forma de actuar de ladrón clásico. Me recuerda a esa frase que se ve en la escena inicial de The Dark Knight (Christopher Nolan, 2008) en la que el banquero le dice al Guasón: los delincuentes antes trabajaban con una cierta ética. ¿Por qué le quisiste dar ese tipo de comportamiento a El Soñado?
Simplemente porque es un tipo de perspectiva a la que le puedes sacar más jugo, ya que tiene un código moral más reacio. Es un personaje con el que puedes jugar más y ponerle más problemas morales en los que incluso llega a parecer tonto. Pero sigue siendo un criminal. El resto de los criminales son tipos egoístas que no les importa nada. Por eso El Soñado está jodido, porque si no tuviera esa moralidad todo le saldría mejor, ya tuviera dinero desde hace muco. Es como un fantasma de su padre. Se trata de un personaje con el cual puedes jugar mucho. Con los demás no hay mucho conflicto, porque dentro de su lógica hacen lo que quieren. También busco rendir homenaje a todas esas películas de los años 40 o 50 que veía cuando era morro. Me gustaba mucho cómo se vestía Arturo de Córdova, su voz, la forma en que se engominaba el cabello, el juego de esa masculinidad que ya no existe, o una masculinidad mitificada que quién sabe si existió, quién sabe si fue así, pero cuando menos sí había algo muy particular en esos tiempos, en que antes de salir una predominaba una especie de dignidad muy grande, una dignidad que no te deaba caer tanto. En el hecho de ponerse un saco, de peinarse, tener los zapatos boleados, antes de salir a ver una persona existía un cuidado. Eso ya no existe ahora, se ha trivializado.
Es algo que me decía mucho mi abuelo: yo no podía salir a la escuela si no tenía boleados los zapatos. Ahora cuando le doy bola a los zapatos o los limpio me digo: «estoy trayendo algo del pasado que ya no funciona porque ya nadie se da cuenta de eso». Aunque cambió a otras formas: los tenis blanquísimos.
Los personajes masculinos conforman el 90 por ciento del universo de tu novela. Siguiendo esto, puede verse que las mujeres quedan en un plano que me recuerda al modelo clásico del negro, que va de Hammett a True detective, en donde las mujeres sólo tienen tres caminos: ser putas, femmes fatales o acabar muertas. ¿Hubo una decisión particular en el retrato predominante de la mirada masculina?
Lo que pasa es que en las bandas de ladrones no hay mujeres, es muy raro. Aunque sí procuré incluirlas. Ahí están por ejemplo las chicas con las que se relaciona El Soñado, que tiene problemas con ellas siempre, en especial con su esposa, que es la que le mantiene siempre el freno. En general, todos los ratas, muchos de los políticos son así. Las mujeres no tienen ningún tipo de juego más que ese tipo de relación. No me imagino a Danilo teniendo una esposa a la cual quiera mucho o algo así; tendría que ser como una madre devoradora; tendría que tener una relación muy enferma con una mujer así en vez de que sea algo equilibrado. No podrían funcionar ahí. A excepción de unos cuantos casos, las mujeres del narco son así: muñecas, personajes prescindibles. Eso no lo pongo yo, así es. Si no no sería verosímil. Algunas personas me han preguntado sobre eso. Yo les digo: pues es que no hay otra forma de hacerlo; tendría que hacer una historia de una mujer.
Digo esto porque hay una cierta crítica que busca subvertir los papeles femeninos y darles la vuelta en géneros como el policiaco…
Es que no lo puedes hacer en un país donde no pasa eso. En el policiaco noruego o sueco tú te das cuenta que muchos de sus protagonistas son mujeres policías, investigadoras. Hace no mucho hice un artículo sobre mujeres policías en el policiaco. Hay varias series en especial nórdicas que es donde las mujeres han tenido más fuerza e igualdad, pero aquí en México poner una mujer policía no funcionaría.
Bueno, Hielo Negro, novela de Bef, tiene a una protagonista policía, Mijangos…
Sí, pero tiene muchas particularidades ella. Aparte el mundo policiaco de Bef es más cercano al cómic que al hardboiled, entonces esas reglas sí funcionan ahí. Incluso la villana es una mujer, ¡una súper villana! La única forma de que pudieras meter a una mujer así tan fuerte tendría que ser una narcotraficante como la Reina del Sur, que yo creo que eso lo pensó seriamente Pérez Reverte y utilizó a una mujer.
En Estados Unidos hay una estabilidad de los géneros y otros que están surgiendo. ¿Habría en México algo que pudiera verse con unas características propias y renovadoras del policiaco a partir de algunos de los autores jóvenes que se adscriben al género y que han sido publicados en antologías como México Noir (Nitro Press, 2015), que bien tuviste a coordinar?
Muchos de los escritores que aparecen ahí primero tendrían que empezar a crear más obra y generar particularidades para que pudieran hacer subgéneros dentro del género policiaco. Hay algunos como Andrés Acosta, que lo mezcla mucho con fantasía y ciencia ficción; Toño Malpica que hace este tipo de policiaco muy burlón, de comedia. Hay muchas semillas, simientes de lo que podría llegar a suceder, pero hace falta que se escriba más y que haya más lectores. En Estados Unidos hay muchos subgéneros porque hay muchos lectores, desde este tipo de policiaco hecho por personas no especializadas. Hay una chava que por ejemplo tiene como detective a una chica que hace galletas y desde la pastelería resuelve los crímenes que van sucediendo; también está la reportera del crimen, una viejita que escribe novelas policiacas y resuelve crímenes; hasta cosas bien extrañas como los mash, que mezclan policiaco, cosas terror y torturas ninja. Eso es posible porque hay un gran número de lectores que consumen diferentes cosas. Aquí en México la verdad no hay tantos lectores, por lo que a lo mucho podría llamarse “nuevo policiaco mexicano”, porque el neonoir, Taibo se lo echó a los hombros, aquel grupo en donde empezaron a escribir Juan Hernández Luna, Ramírez Heredia, por parte de México.
Cambiando un poco de tema, me parece particular la relación entre las premeditaciones propias de un delincuente y las fábulas que crea un escritor. Por ejemplo, en Mindhunter (Joe Penhall, 2017) vemos cómo es que al estar en contacto con los delincuentes el protagonista desarrolla una habilidad para mentirles, entender su comportamiento y a la vez volverse inmune a ese abismo en el que uno puede caer. Pienso que el escritor tiene una forma de mezclarse con ese horror que constantemente nos acecha…
Sí, creo que en los escritores de este tipo de literatura la fascinación y repulsión por el crimen se da por igual. Pienso en uno de los escritores norteamericanos que más me gustan, Elmore Leonard, quien decía que le gustaba mucho platicar con asaltantes de bancos; incluso frecuentaba a un tipo en prisión con el cual platicaba y tuvieron una cierta amistad. Tengo un amigo que es policía y que cuando me cuenta las cosas que hacía al mismo tiempo me espanto y me fascino que rompe ese pacto civil, de no hacerle daño al otro. Mi amigo se ríe y se jacta de ciertas cosas que hacía. Lo mismo me hace enojar y me pregunto cómo lo puede hacer. Y bueno, hay escritores policiacos que ni siquiera leen cosas policiacas. Sólo leen ficción, sólo les gusta el juego por el juego. Por ejemplo, a J.M. Servín es un tipo que le gusta la nota roja, la criminalidad. A mí me gustaba mucho ir a leer a las cárceles, como una especie de acercarte al mal. Mi chica trabaja en prisiones y también uno se alimenta de las historias de dolor, que hay muchas, y otras que te causan estupor.
Leer sobre crímenes te causa algo extraño. En México hay varios personajes fascinantes que yo creo que porque no los conocen no escriben de ellos. Por ejemplo está Pancho Valentino, el Luchador Asesino, el bombardero aquel que contrató a una serie de personas y las subió a un avión, les compró seguros de vida y puso unas bombas en el avión, y aparte de todo quería ser cantante de ópera. Es un personajazo. O el Charro del Misterio, que cantaba rancheras con una máscara de luchador y a la vez asaltaba bancos. La Mataviejitas, asesina serial y luchadoras. Son personajes de esos que dices: esto es oro molido. Nada más para que llegues y escribas tu nombre. En cambio, muchas personas siguen pensando que el policiaco consiste en un detective de fedora, con gabardina que va a resolver un caso. Y no: el policiaco abarca todos esos lados repulsivos de la mente humana. Por eso en la novela policiaca la puedes escribir con un escenario enorme como la Ciudad de México, hasta uno pequeño, como Tlaxcala.
**Iván Farías presentará Un plan perfecto en el marco de la 4ªJornada de Novela Negra en el Palacio de Minería el domingo 4 de marzo a las 16:00 horas.**