Por Guadalupe Gómez Rosas
Westworld (1973) era un filme de avería, no se notaba la necesidad afanada de la revancha. Era justicia platónica. El parque de atracciones que encarnaba la mitificación del Viejo Oeste era el escenario perfecto para hacer carnicería y ya, sin resentimientos, porque la muerte violenta, así como el amor tempestuoso, a veces pasa.
Décadas después, la serie homónima de HBO nos ofrenda una trama más elaborada pero con unas salidas poco afincadas. El fake plastic west de Nolan-Joy es fúlgido, una fotografía cálida para los actos más desalmados de los humanos burgueses, un laberinto domesticado que parece ser la combinación de un pensamiento nietzscheano con disposición kafkiana.
Un guión sobrio, con aforismos dignos de enmarcar en la sala, pero sobre todo tiene este síndrome de Hansel y Gretel, que nos deja migas para que el hambriento espectador siga irresuelto. Particularmente creo que el rol de Maeve Millay se come de muchas maneras a Dolores Abernath, aunque al final sea esa la premisa.
Como mujer reconozco que me emocioné rotundamente con los personajes femeninos, porque de ellas era la auténtica revancha. Me vendieron la apología de un mundo construido y rebelado con féminas en la cima y me la comí entera.
https://www.youtube.com/watch?v=qUmfriZoMw0
Maeve constituía esa intérprete bestial que prefería morir asfixiada en plan erótico —una y otra vez— para descubrir quién mierdas era. Parecía que sus decisiones eran propias, nacidas de la construcción social originadas en una traumática verdad. Muy a la altura de un contubernio de Mary Shelley.
El final de la temporada —tipo Deus ex machina— enarboló a muchos, y no lo juzgo, porque en la era de la justicia social hay que reivindicar la venganza. Un triunfo para el final, un fracaso para las formas. Porque en Westworld los personajes, que supuestamente tienen cariz y pensamientos cada vez más humanos, no evolucionan.
¡Oh, valiente Maeve!, ¡Oh, dulce Dolores! Parecía que cada quien luchaba en sus pequeñas trincheras, babysteps para Dolores, maratón para Maeve. Cuando llega el último capítulo vemos los ojos azules de Dolores incinerarse en una mujer renovada y cruel que asesina al oscuro empresario. ¡Victoria!
Pero lo hicimos mal, llegamos a la fiesta sorpresa sin el cumpleañero y sin el pastel. Los personajes viran inesperadamente y no somos capaces de encontrar el momento en el cual se gestaron. La pánfila y hermosa Dolores recibe una bofeteada en su personaje, el mismo que plantaba: “Yo imaginé una historia en donde no tengo que ser la damisela”.
El final se lo cargó todo.
Cuando el escritor José Zorrilla conoció a la brillante Gertrudis Gómez de Avellaneda, escribió: «Era una mujer, pero lo era sin duda por un error de la naturaleza, que había metido por distracción un alma de hombre en aquella envoltura de carne femenina».
Más de una centuria después hay guionistas que siguen en esa misma heredad. Me imagino:
—No, no puede ser Dolores dulce y valiente. No, no puede ser osada y hermosa a la vez. Maeve, bueno sí, ella sí puede, porque es puta y la agresividad se les da bien.
Después de muchas vueltas no sólo nos quitaron la construcción social que parecía que asomaba poco a poco. Nos apaciguaron con dos hermosas protagonistas, nos dieron un poco de sangre, un poco de odio y al final un acto de magia.
«Ahora Dolores es fuerte», como si no pudiera serlo. Westworld, la lobotimizaste y en su lugar pusiste las reacciones del macho alfa que pretendes que todos adoremos: los hombres porque aspiran a la manada y las mujeres porque desearíamos esa personalidad gallarda a un costado.
No, Dolores ya no es Dolores. Dolores ha sido suplantada en mente. Sigue orinando sentada pero ahora es un patán de este neowestern. Sí, ya sé que es ficción pero eso no exime este nivel de desilusión.
Espero la segunda temporada con morbo y un poco de violencia, es cierto que además de este señalamiento hay otros círculos que quedaron mal ultimados, razón que llevó a la dupla Nolan-Joy a tomar todo un año para afinarlos.
Aclaro que no quiero una serie 100% feminista, no espero ver a una brillante Maggie Gyllenhaal, como lo hace en The Deuce, masturbándose junto a un hombre porque éste fue incapaz de llevarla al orgasmo. Quiero una resolución de formas, un guión acotado, no más trucos sacados de la tramoya.
Ya al final, si esto funciona y obtenemos algo justo, podríamos decirle a Woolf: ¡Ey, ya tenemos las 500 libras pero ya no sirven para nada, tenemos un cuarto propio pero al salir seguimos siendo señaladas! Pero adivina.. hay una serie que lo está haciendo muy bien.
https://www.youtube.com/watch?v=-IaPV1VkKfs