Por Leo Lozano
Recién acabo de leer el primer libro de la crítica de cine Fernanda Solórzano, Misterios de la sala oscura. Ensayos sobre el cine y su tiempo. En él, la autora hace una revisión histórica sobre algunos filmes hollywoodenses de gran significado para ella. Más allá de emitir juicios de valor sobre las cintas en cuestión, Solórzano se decanta por deconstuir dichas películas con base en su relevancia cultural y en la importancia de su momento histórico, qué debates originaron, qué significaron para la industria, en qué discurso político o social se desarrollaron, etcétera.
Es cierto, una obra de arte no puede escaparse del momento histórico que la rodea a ella y a su autor. Pero también lo es que el arte no puede reducirse a una suerte de manual del buen ciudadano. Si para el caso que nos atañe aquí, las películas, pretenden ser un reflejo de la sociedad de su tiempo, la mera representación de ello debería bastarnos, la moraleja, el “mensaje” y demás artificios tendientes a moldear conductas, sobrarían. La misma Fernanda ha insistido en que una película debe valorarse más allá de su contenido «políticamente correcto» o moral en concordancia con el momento que la vio nacer.
El año pasado un torbellino arrasó con algunas vacas sagradas de Hollywood. El secreto a voces del acoso y abuso sexual en la llamada Meca del cine por fin salió a la luz y cortó varias cabezas. En la reciente entrega de los Globos de Oro se dejaron ver los efectos colaterales de ese torbellino; un colectivo de actrices hartas del abuso de poder y una academia que, como bien señaló un colega, se vale de los premios para expiar culpas, fueron el estandarte de lo que, desde hace varios años, pretende enarbolar la industria hollywoodense: ostentarse como la defensora de las minorías y los marginados.
Y para muestra de ello, hay que revisar a quienes ha premiado la industria de cine estadounidense en los últimos años: mexicanos, el enemigo público número uno en la era Trump y películas que abordan temáticas tabúes y protagonizadas por negros y homosexuales, el caso de Moonlight es el más representativo, pero 12 años de esclavitud también ilustra el afán reivindicativo de Hollywood. Habrá quienes celebren estos “avances” y habrá ojos más críticos que solo vean autocomplacencia, yo prefiero lanzar algunas interrogantes con respecto a los filmes más comentados de la última entrega de los Globos de Oro y que seguramente serán protagonistas en los Oscar, me refiero a The Shape of Water y Three Bilboards Outside Ebbing, Missouri.
El primero, dirigido por el mexicano Guillermo del Toro, se llevó el premio a Mejor Director y ha cosechado más reconocimientos en los Critics’ Choice Awards. La pregunta es por qué. ¿De verdad es una gran película? ¿Merece tanto reconocimiento? ¿Cuál es el encanto seductor atrás de la cinta del director de Hellboy? Responder a la primera interrogante resulta ocioso y la intención de enunciarla radica solo en mi afán de cuestionar si de verdad lo es. En lo que respecta a las otras dos preguntas, más que una respuesta quisiera plantear algunas disyuntivas con las que me quedé al ver el filme de Del Toro y las reacciones que éste despertó.
En una época en la que el activismo se sirve hasta en la sopa y en la que los artistas, de cualquier índole y estirpe, se han convertido en evangelizadores del decálogo moral del siglo, la desconfianza ante ciertos filmes con determinados temas no puede sino desbordarse. Las mayores virtudes de una película como The Shape of Water tendrían que ser su bien acertado lenguaje cinematográfico, el desarrollo aceptable, sin más, de sus entrañables personajes, el estilo visual, las actuaciones y su música. Es cierto que también pone sobre la picota tópicos como el racismo, la homofobia, el reconocimiento del otro y le da protagonismo a los eternos outsiders de la sociedad. Pero una película no se puede sostener por el simple hecho de abordar temas espinosos o de ofrecer espacios para los marginales.
Aclaro, no afirmo en ningún sentido que la cinta del tapatío no se sostenga independientemente de lo mencionado arriba, no obstante, me hace ruido que ante la fiebre moralizadora y de acto de contrición que ha invadido a Hollywood, el reconocimiento a filmes como este responda exclusivamente a intereses políticos. Y digo exclusivamente porque vamos, en Hollywood, en Cannes, en la Berlinale, en donde sea, los premios al cine obedecen al ámbito de lo político, pero no sólo a ese. A veces también se premia la calidad y el talento; eso es lo que verdaderamente debería importar, sin cuotas de género, etnia o preferencia sexual.
Y aquí está lo preocupante. Tan solo hay que ver cuál ha sido la reacción de la prensa con respecto a The Shape of Water y a su larga lista de premios. Encabezados con términos como “empoderamiento de la mujer” o críticas con afirmaciones tan osadas como esta en Cine PREMIERE:
Los personajes de Zelda (Octavia Spencer) –amiga afroamericana de Elisa- y de Guiles (Richard Jenkins) –amigo homosexual de Elisa- ambos carismáticos y en completo control de sus propios minidramas, refuerzan la idea de que la bondad y la resistencia se encuentran en la periferia.[2]
¿De verdad, un homosexual, por el simple hecho de serlo, es alguien bondadoso? Un negro, latino, iraní, norcoreano, por su simple condición de marginales, ¿son bondadosos? Aquí es donde me confundo y si bien el director no es responsable de la lectura que hagan los demás de sus filmes, el hecho de que el mismo Del Toro ofrezca discursos reivindicadores en términos de género, levanta suspicacias.
Quizá me equivoco o mi lectura de la cinta está contaminada, pero lo que se dice de ella, ahí está, y las valoraciones no dejan de abordar lo moralina que puede ser la película y, pero aun, lo aplauden; el homosexual, la muda y la negra, son los buenos; el católico y el militar, son los malos. La misma retórica de hace 60 años, pero a la inversa; reducir a los individuos a simples dicotomías.
Dejo que el espectador decida si estas valoraciones son justas con The Shape of Water o si la cinta merece algo más que lecturas morales y políticamente correctas, acordes con estos tiempos de tanta reivindicación y culpa.
A manera de conclusión, y en honor a la película, ésta vale la pena y logra tejer una historia en la que el diferente encuentra su lugar en el mundo, aclaro, esta apreciación la hago sin el velo moral que inunda al cine actual.
Three Bilboards Outside Ebbing, Missouri será abordada en la segunda parte de este artículo.