Por Iván Ballesteros Rojo
Son muchos los títulos que he leído de Mario Bellatin (Ciudad de México, 1960): Efecto invernadero (1992), Salón de belleza (1994), Poeta ciego (1998), Flores (2001), Shiki Nagoaka: una nariz de ficción (2001), Damas chinas (2006), El gran vidrio (2007) y Disecado (2011) los que más recuerdo. Así como el extraordinario cuento: «Bola negra».
Su obra mantiene un diálogo con las plataformas conceptuales del arte: el performance y las piezas o instalaciones dos de las más identificables. Se trata de un ready made narrativo que resulta obtuso, extraño, único. Todos los libros de Bellatin parecen funcionar como segmentos de una obra poliédrica en un género literario que sigue siendo conservador, rígido, lineal.
He escuchado que el autor no desarrolla tramas, lo cual es una tremenda estupidez. Su obra es rica en bestiarios, entramados y personajes. Lo que sucede es que aquí no hay oficinistas, ni patriarcas obsesionados con el poder, menos narcotraficantes o detectives trasnochados. Las historias de Bellatin cuentan otras historias. Unas que indagan en mutaciones, umbrales entre la vida y la muerte, oficios extrañísimos, la contemplación oscura de un mundo acechante, violento. Pesadillas estéticas. Y en el fondo de toda esa poética, que en ocasiones resulta apocalíptica, un personaje entre las sombras: el mismo Bellatin observando su creación, sus perros dormidos, al lector.
Su prosa escueta, implacable, minimalista, claro que tiene registros identificables en la tradición latinoamericana: Ahí Felisberto Hernández, Francisco Tario, Salvador Elizondo y César Aira. Sin embargo, lo que el autor construye con maestría, y desmarcándose de cualquier otro escritor, son atmósferas inquietantes. Universos que no intentan ser paralelos a la realidad. La ficción como un zarpazo, una tangente que se desmarca de la arcaica expectación por señalar lo obvio: lo referente a la naturaleza humana, siempre en un debate moral e ideológico.
En este sentido, el espacio que Bellatin ha construido en sus libros tiene más cercanía con el cine que con la literatura. Búsquedas como las de los directores Bergman, Godard, Greenaway y Lynch, establecen un parámetro para situar la turbadora maquinaria de imágenes que ha desarrollado el escritor.
Recientemente terminé de leer sus dos más recientes libros (por lo menos en nuestro país, ya que Mario publica en muchas partes del mundo títulos que en México no circulan): Retrato de Mussolini con Familia (Alfaguara, 2015) y Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (Alfaguara, 2017). El primero es, como se espera en toda la obra del autor, desconcertante y tremendamente divertido. Pero un humor perverso. Uno que gira alrededor de temas sacros, amorosos y trágicos. En una primera parte leemos mensajes escritos a máquina donde se nos cuenta la historia de un cura, que ha ido a dar la extremaunción a un escritor que sólo tiene un brazo. En ese instante que el escritor está a punto, como decimos, de entregar el equipo, una mirada, un destello: el amor. Con ilustraciones en la segunda parte, digamos a manera de crónica plástica sobre lo que sucedió anteriormente, de la artista húngara Zsu Szkurka, se trata de una breve y estupenda reflexión sobre la importancia de cada segundo que estamos sobre la tierra. La necrofilia nunca había sido tan justificable como en esta historia.
La segunda es un diálogo con otra obra titulada de la misma manera: Carta sobre los ciegos para uso de los que ven de Denis Diderot (1713), un autor de la ilustración francesa que manifestaba que nuestras concepciones morales están supeditadas a los sentidos, y no a la razón. Bellatin retoma este título como un guiño para desarrollar un mundo aislado, bajo el constante temor de morir a causa de las dentelladas de perros asesinos que asechan la Colonia de Alienados Etchepare. Nuestros protagonistas, dos hermanos que parecen enfrentarse a la sordera y la invidencia solo con un aparato que descifra, en un nuevo lenguaje, lo que ha quedado del mundo. En ese contexto tienen que asistir a un taller impartido por un mediocre escritor que sólo tiene un brazo. Un escritor que intenta escribir, junto a sus talleristas, una novela colectiva en tan sólo una semana. Acá las ficciones se superponen. La escritura, como un recurso, el último, para sobrevivir en un mundo de despojos. La manera en la que está escrita esta novela parece ser una especie de ataque al lector. Imágenes, tensión, sexualidad grotesca, impiedad.
Con estos títulos, Mario Bellatin nos entrega, con elementos nuevos y radicales, dos piezas, dos segmentos más de su enorme e incomplanciente obra literaria.