Por Mariano Zapata
“También hay que vivir por los demás”
Adrien (Pierre Niney).
Las secuelas de una guerra y sus motivaciones, han reflejado históricamente la falta de razonamiento y por tanto entendimiento de las inherentes diferencias entre el ser humano y su naturaleza. El vencedor se convence de su triunfo encontrando siempre una justificación; el vencido se resigna y resiente, pero en ambos casos permea algo que difícilmente se puede dejar de lado: la culpa. En torno a este sentimiento gira el argumento de Frantz de François Ozon, no la más reciente (presentó en el pasado Festival de Cannes L’amant double) pero sí la más próxima de sus obras que tenemos en México, basada a su vez en la cinta Black Lullaby (Ernst Lubitsch, 1932). Agradable casualidad la de un francés recurriendo a un alemán para crear una pieza pacifista, contraria al discurso de odio de sus antepasados en la primera guerra mundial.
Al igual que Lubitsch, Ozon plantea y ejecuta un drama antibélico muy prudente, aunque a diferencia del bávaro, el galo desarrolla un lenguaje preciosista gracias a una estética depurada a través de una fotografía con saltos entre el B/N y el color, así como un diseño de arte que roza lo formidable, retratando con claridad el desconcierto y afectación presente en la Alemania y Francia de 1919.
La posguerra en la vencida Francia reencarna en Adrien (Pierre Niney), mientras que Anna (sobria interpretación de Paula Beer) encarna a una Alemania en apariencia vencedora. Ambos personajes se encuentran en las visitas a la tumba de Frantz Hoffmeister, soldado germano muerto en combate. Adrien se presenta ante la prometida como el amigo adolorido, lo que motiva entre ambos una atípica relación.
En un ambiente desolado e incomprendido existen padres deseosos de escuchar que la muerte de sus hijos valió la pena, como también hay una parte de la sociedad resentida consigo misma que busca depositar sus frustraciones y remordimientos en una auto confrontación apenas percibe el menor movimiento del otro. En paralelo, una Anna cuyo conflicto surge a partir de cuestionar las razones de su convivencia y el único vínculo entre ella y su amado.
Es aquí cuando la culpa da paso a la mentira, pero Ozon no la juzga, la confronta y enaltece como respuesta al absurdo; le da una presencia sublime con dichas transiciones entre color y ausencia del mismo en su fotografía (impecable Pascal Marti). Porque el dolor merece ser aliviado, aunque esto no suela suceder con frecuencia; de ello Anna es muestra clara y acentúa uno de los varios aciertos del argumento.
Quizá una pronta resolución del conflicto de Adrien tenga a mal ensombrecer, más no a diluir, un recurso narrativo que termina por ser claro y de justo dinamismo, dejando caer sobre Anna la responsabilidad de guía en este trayecto.
Importante destacar también que el punto de partida y epicentro no desvían en ningún momento hacía señalamientos políticos o fundamentalistas de una u otra nación, aunque sí existe una sutil crítica a la aristocracia francesa y una cierta indiferencia a lo entonces acontecido.
El poder de una mentira es placentero y en el cine, recurso por excelencia. La convención de ambos sucesos mezclados en esta historia, baluarte.
Frantz forma parte del 21 Tour de Cine Francés a celebrarse del 8 de septiembre al 19 de octubre de 2017 en todo México.