Por Andrea Mireille
Al subir las escaleras del Centro Cultural de la Diversidad me encuentro a Shizuko, pareja y modelo de Takumi Shibari, organizador del evento, quien ya luce un arnés perfectamente anudado; me saluda y me invita a pasar al Bondage Picnic. Me la he encontrado pocas veces, pero siento que ya la conozco, quizá porque siempre la he visto en calzones o desnuda.
Apenas cruzo la puerta y antes de saludarme, Takumi me dice que van a amarrarme. No hay tiempo para presentaciones, tomo algunas fotos y las cuerdas comienzan a recorrer mi cuerpo. Avanzan por la cintura, la entrepierna y el pecho. La presión que ejercen es muy similar a la de las manos, pero la sensación se magnifica; las ataduras son una extensión de quien te ata, evocan los tentáculos del pulpo —recordemos que los cefalópodos tienen una fuerte carga erótica en Japón— y es una larga caricia que se siente simultáneamente en cada región del cuerpo.
Mientras me entrego a los amarres, los demás hacen lo propio, lo más sorprendente es la habilidad de las mujeres al crear intrincados nudos en los cuerpos masculinos, aquí los roles de género se desdibujan y, contrario a lo que se piensa, no definen quien lleva el control.
El shibari se ha vuelto indispensable para el BDSM, creado como instrumento de sometimiento y tortura durante el periodo Edo en Japón. Actualmente constituye una práctica erótica que brinda placer sensual y estético por igual, tanto al que lo practica como al que se limita a mirar. La práctica del bondage se ha introducido poco a poco en las alcobas de todo tipo de gente, no hace mucho sus adeptos permanecían en las sombras, afortunadamente no las de Grey, cuyo libro ha servido para alimentar ideas equivocadas sobre quienes disfrutan mezclar placer, dolor y castigo corporal.
Pero no todo es malo. Su inesperado éxito ha provocado que la comunidad salga del calabozo y busque la visibilidad. El Bondage Picnic se celebró por primera vez en 2009 y se realiza paralelamente en distintas ciudades del mundo desde 2012. Cada 25 de junio, sogas, látigos, paletas y látex salen a espacios públicos para mostrar que sus preferencias son consensuadas y seguras. Este año participaron practicantes de Alemania, Brasil, España, Chile, Canadá, Israel, Guatemala, Colombia, y desde luego, el lugar donde surgió: España.
En México se celebró en el Centro Cultural de la Diversidad, en la colonia Roma y en San Juan de Aragón. Aunque sonaba tentador ir a la naturaleza, las reuniones del Instituto Mexicano del Shibari, ofrecen algo más que inmovilización. Todos los asistentes participan: hay juegos, nalgadas, latigazos, la posibilidad de amarrar o ser amarrado, así como un performance para cerrar. En este picnic no hay manteles de cuadros ni bocadillos, pero es una oportunidad para personas que quieran iniciarse en el mundo del bondage y conocer gente con gustos similares. El evento es abierto a todo público, no se requiere experiencia ni conocimientos previos.
Fieles a su pasado, una vez que los nudos se han asegurado es imposible escapar. Permanezco cómodamente inmovilizada en mi silla. En el centro de la terraza, comienzan los primeros juegos, las participantes, ya debidamente amarradas, deben resistir la combinación de fuetazos y cosquillas mientras sostienen un buche de agua en la boca, la combinación de placer y dolor debió ser muy efectiva, porque a los pocos minutos, Shizuko bañó a los espectadores que filmaban alegremente.
Por fin llega el turno de los hombres, quienes son muy entusiastas cuando se trata de observar a las mujeres, pero no tanto para participar. El chasquido del látigo delata la intensidad de los azotes. A mí me dieron una fusta, pero la inexperiencia me rebasó y tuve que pasárselo a otra mujer, que de inmediato mostró cómo se hacen las cosas. Aumenta la fuerza y velocidad; riendo y disfrutando el flagelo, al verla pienso que quizá más que golpear sartenes o vandalizar monumentos, lo que se necesita para el cambio son látigos.
Después de eso, la cosa se pone más interesante. Con las piernas inmovilizadas y atadas a su asiento, Shizuko y otra voluntaria son masturbadas frente a nosotros, incluso, quien quiera puede pasar a manipular los dildos. Lo que en otro contexto nos parecería inapropiado, escandaloso o exclusivo del ámbito privado transcurre entre risas y con una normalidad infrecuente, no sólo eso todo es cuidadosamente grabado y fotografiado para subirlo a la página del grupo, compartirlo en redes y, seguramente, como material masturbatorio.
Después de una ronda de cervezas, algunas hamburguesas y plática entre los miembros del grupo, llega la demostración de la pareja. Todo cambia durante su actuación, él ataviado con estética samurái, ella en ropa interior, liguero y zapatillas glitter se deja llevar, se concentra en la sensación erógena de los nudos que se extienden por el cuerpo, nosotros no sentimos las cuerdas pero sí la poderosa excitación física, mental, la indefensión y la entrega total de ella. El nivel de confianza y la comunicación no verbal que existe entre ambos, reafirma que se trata de un ejercicio consensuado y previamente pactado por los involucrados, después de ver ese cuerpo femenino suspendido en el aire y girando, llegan los juegos de cera y más azotes, una lluvia de aplausos cierra el picnic.
Eventos como este nos reiteran que el deseo no es cortés, ni políticamente correcto, mientras los participantes estén de acuerdo y no se dañe a nadie las posibilidades son innumerables. La comunidad BDSM es agradable, respetuosa y podemos aprender mucho de ella en cuestiones de consentimiento, respeto y comunicación.
El sexo y el placer que de este se desprende son una oportunidad para disfrutar, y sobre todo, para explorar. Buscar nuevos caminos hacia el goce sin normas ni límites sociales o religiosos es lo que nos hace nos humanos. Nuestra fuerza motriz es el deseo y estar con gente que no tiene miedo a mostrar lo que le gusta, por más extravagante e inusual que nos resulte, puede ayudarnos a recordarlo.