Hablar del legado de Eliott Smith es caminar a ciegas en territorio inhóspito, por un lado, su influencia es evidente en artistas contemporáneos que en su música han encontrado inspiración para un nuevo milenio, un nuevo público (The War on Drugs, Bon Iver, Sufjan Stevens), por el otro, nunca fue, ni será un músico lo suficientemente famoso como para poner multitudes a llorar, a extrañarlo. Lo anterior no es bueno ni malo, es simplemente como son las cosas en el medio artístico: unos mueren y se convierten en leyendas, otros en artistas de culto, otros en nada.
No me gusta pensar en Elliott Smith como un mártir, ni victimizar su imagen, sí, su música está llena de dolor, desesperación, cinismo, e ironía, pero también de realismo y esperanza. Era un artista honesto e inquieto que desnudaba su alma al tocar, componer y cantar, en cada composición exorcizaba un demonio y aparecían dos más, a tal grado que esa honestidad terminó por consumirlo; pero Smith siempre tocó para él, y esa fue siempre su principal virtud.
Han pasado dos décadas desde que apareció Either/Or, su tercer álbum de estudio, y quizá el más importante de toda su carrera por una razón. Es un disco de comienzo y cierre: Poco antes de grabarlo, se separó de su banda Heatmiser, por lo que es su primer disco como solista de tiempo completo, es el trabajo con el que inició sus experimentos con nuevas técnicas de grabación, es su último álbum con la discográfica Kill Rock Stars, y por lo tanto, el fin de su etapa más folk y el comienzo de trabajos más complejos musicalmente hablando, es el último de sus discos grabado en Portland, Oregon, su tierra por adopción, antes de mudarse a Nueva York y posteriormente, a Los Ángeles. Sería el disco que le trajera esa oportunidad de grabar «Miss Misery» como parte del soundtrack de la película Good Will Hunting, luego de eso vendría su nominación al Oscar, las adicciones, el no poder soportar la fama. Su carrera no volvería a ser la misma.
Smith trabajó con los productores Tom Rothrock y Rob Schnapf, con quienes logró un sonido característico, combinando la inmediatez de su etapa en Heatmiser, con sus influencias musicales más cercanas, The Beatles en especial, musicalmente, el disco se distingue por sus voces y guitarras grabados en dos capas de sonido, técnica que el músico seguiría utilizando en trabajos posteriores. Mención honorífica a «Cupid’s Trick», en donde Smith logra el arreglo musical más complejo y bello de su carrera hasta ese momento y que podría ser la referencia inicial de música posterior.
El disco incluye varios de los temas más “populares” del cantautor. El himno a la autoalienación y la mediocridad («Alameda»), a las adicciones con un pequeño guiño a Sartre («Ballad of Big Nothing», al alcoholismo («Between The Bars»), su desprecio a la fama y al mundo que la rodea («Pictures of me»), y desde ahí, la espiral va únicamente hacia abajo. Una de las particularidades de Smith al componer, y por lo que era endiabladamente bueno, es que casi sin esfuerzo, te lleva a lugares que todos encontramos en nuestros momentos más oscuros. Pero él expone sin miedo, sus entrañas, para que todos las vean.
La náusea y la furia se acrecientan en cada canción sólo para decirnos que Elliot también es humano, que se siente solo, que le duele, pero no puede cantar de otra cosa, no le importa no cantar de otra cosa. El remolino en el estómago se hace más grande con la misantropía de «No name No.5», que continua con «Rose Parade» y su desprecio hacia el alma colectiva, nacionalista, capitalista, si se quiere. Llega al extremo en «Punch and Judy”» donde él mismo se pregunta «¿no puedes ser amable con nadie?».
Finalmente, en «2:45 AM» nos da una bofetada directo a nuestra cultura de codependencia emocional (“buscando nuevos brazos para curar viejas heridas”), que tanto nos han vendido las películas románticas, y termina, irónicamente con una canción («Say yes») llena, sí, de dolor, pero también de esperanza en encontrar refugio en “la otra” persona en cuestión, sin importar si esto lo deje desnudo, desprotegido, caminando en una delgada capa de hielo a punto de romperse, pero mirando al frente en lugar de hacia abajo.
Alguna vez alguien me dijo, refiriéndose a la música de Elliott Smith, que escuchar ese tipo de cosas no me llevaría a nada bueno; supongo que se refería a las letras. Como buen veinteañero, no hice caso a las advertencias. Ahora que me encuentro solo, con los perros de la lujuria rascando a mi puerta, me doy cuenta que quizá esos consejos no eran en vano. Y, por lo tanto, me gustaría extender a usted, invisible lector, ese mismo consejo y decirle que evite al buen Elliott si no está preparado, que lo va a dejar con el alma desnuda y el corazón roto a la primera oportunidad, que corra hacia lugares más luminosos, con menos cicatrices que sanar. También evitaría recomendar la colección de rarezas y lados b «New Moon» que tiene un montón de material igualmente desolador, en especial «Either/Or», la canción que da título al presente álbum y que al final se quedó fuera, así como el tributo «To Elliott from Portland» que un grupo de músicos le grabaron a su héroe local. Me gustaría ahorrarle todo eso y más.
Pero no lo haré.