Diego Espíritu / @ deliriumdixit
Bob Dylan ha ganado el premio Nobel. Su descubrimiento para mí tan sólo se equipara cuando, por error, leí el «Poeta en Nueva York», de Lorca. Sus canciones fueron un hallazgo que hasta la fecha no agoto. Más que una guía poética, es un elemento vital de mi día a día.
Apenas hace unos días Alex Shephard, editor del medio estadounidense New Republic, empezaba su artículo titulado «Who Will Win the 2016 Nobel Prize in Literature?» con un categórico “Not Bob Dylan, that’s for sure”. Y tan sólo un año antes decía “If Bob Dylan wins, I will eat my copy of Blood on the Tracks”
— Alex Shephard (@alex_shephard) 13 de octubre de 2016
¿Se desayunará su Blood on the tracks mientras escribe un mea culpa?
Cada uno de sus discos, desde The Freewheelin’ Bob Dylan hasta John Wesley Harding, pasando por los memorables Blonde on Blonde, The Times They Are a-Changin’,Another Side of Bob Dylan, Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited representan una forma distinta de abordar el mundo, dinamismo que se encuentra directamente relacionado con su hermetismo. Dylan ha fungido como una brújula para distintas generaciones de artistas: ¿Cómo explicar la existencia de Cohen o de algunas de las mejores canciones de los Beatles? Pero he not busy being born, is busy dying.
¿Qué sería de David Bowie sin el ejemplo camaleónico del alguna vez señalado como Judas?, ¿Qué habría sido de Lennon y Harrison sin los versos del Freewheelin’? Muchos nombres le deben tanto a la rebeldía de un sólo hombre. El espectro de Bob Dylan ensombrece y catapulta: desde Leonard Cohen, Tom Waits, Nick Cave, Springsteen y Tom Petty y Patti Smith, hasta Sabina, Calamaro, Spinetta y Charly García y, claro, Silvio Rodríguez que, si mal no recuerdo, en el booklet de Caciones urgentes dice que para cuando escuchó a Dylan por primera vez este ya había llegado al John Wesley Harding. Pero con eso tuvo.
Los juegos agridulces con la prensa, el hermetismo rayando en la misantropía, todo es parte de un mismo sujeto. Son personajes de un mismo actor. Famosa es la entrevista donde el periodista estadounidense Ed Bradley cuestiona a Dylan sobre su fama. Dylan cuenta cómo le era imposible contestar las preguntas incluso absurdas de sus seguidores. «Querían hablar conmigo de cosas: política, filosofía, agricultura ecológica», pero Bob no sabía nada acerca de Agricultura ecológica.
Nadie cuestiona, pues, la calidad de capo del rock en la música popular, pero ante el reniego de quien duda de la fuerza poética del nacido como Robert Allen Zimmerman, hay que pensar en lo que dijo Nicanor Parra: tres versos de «Tombstone Blues» («My father is in the factory and he has no shoes/ my mother is in the alley looking for food/ and I’m in the kitchen with the thumb stone blues») lo hacen acreedor a todo: «por su falta de pretensión artística. Es realismo real, con la fábrica, el callejón y la cocina, donde está el niño solo con los thumbs blues», dijo el inmortal Parra.
Sin embargo, las reacciones al premio no se hicieron esperar. Desde el autor de Trainspotting, Irving Welsh, que dijo que a pesar de ser fan de Dylan «éste es un premio de nostalgia mal concebida, arrancado de las próstatas rancias de hippies seniles y balbuceantes» hasta Joyce Carol Oates que calificó el fallo como «inspirado», esto porque «el premio a Dylan ha estado por muchos años en preparación, me parece […] así que no esto no es enteramente una sorpresa». En México, la escritora Margo Glantz escribió: «Darle El Nobel a Dylan es un acto político en este momento y reconoce que en literatura rige el conservadurismo».
Aún recuerdo aquella columna de 2013 titulada «10 autores que nunca ganaran el Nobel de Literatura» en la que el escritor Tryno Maldonado decía «me pregunto si no sería mucho más justo darle antes el Nobel a 50 Cents [sic] o a los Beastie Boys. Total». Las reacciones negativas de cierta parte del gremio literario mexicano hacia el Nobel de Dylan revelaron su innegable cepa conservadora. Pero los tiempos están cambiando.
Dylan ha ganado Gramys, el Pullitzer, el Principe de Asturias y hasta un Oscar. Su voz es una impronta insoslayable y este Nobel tan sólo confirma lo que muchos desde antes ya sabían: su canción merece cualquier galardón, aunque realmente no los necesite.Cohen dijo de Dylan que es «un Picasso, con esa exuberancia, variedad y asimilación de la historia entera de la música», uno que sólo aparece cada 300 o 400 años y al cual este Nobel «es como ponerle una medalla al Everest, a la montaña más alta»; Ginsberg ya lo había dicho también: «Dylan es un trovador del siglo XX, merecedor del Premio Nobel por sus virtudes imponentes y universales.»
Él no se consideraba a sí mismo poeta e incluso llegó a decir que cualquiera que se llamara a sí mismo de tal forma, muy probablemente no lo era. La poesía, como lo sabemos, está en todas partes. La forma es un pretexto de lo poético para hacerse tangible y poder comunicarse a través del lenguaje. Ya sea canción o poema, la poesía está y permanece.
En el documental de Martin Scorsese No direction home, Dylan dice que cuando terminó de escribir «Like a Rolling Stone» dejo de sentir la necesidad de hacer otra cosa que no fuera escribir canciones. «Like a Rolling Stone», la mejor canción de todos los tiempos según Rolling Stone, fue una inesperada renuncia a cualquier otra forma literaria. Con todo, también decía que aún no había escrito nada que lo hiciera dejar de escribir: «No he llegado al lugar al que llegó Rimbaud cuando decidió dejar de escribir y se fue a vender armas a África». Y sin embargo, escribió «Blowin’ In The Wind» en diez minutos.
Aunque me gustaría que Dylan usara la plataforma del Nobel para pronunciarse políticamente en tiempos cuando tanto urge, él nunca ha sido así, por lo que no me sorprendería que no lo hiciera.
Bob Dylan alguna vez dijo que él conocía algo de sí mismo que nadie más sabía: su propio destino. Sabía que había de desvanecer las fronteras de la canción y el poema. Caminó por donde Woody Guthrie y Pete Seeger hacia el mismo escenario que lo crucificaría por el suave sonido de mercurio salvaje que brotó de su guitarra eléctrica. No ganó sólo Dylan, sino también se reconoció una forma diferente de abordar el fenómeno poético que, para nada, es nueva, pero sí constantemente relegada por el canon. Estoy contento: ¿lo escuchan? Es el sonido de las vestiduras que se rasgan.