Por Miguel Ángel Morales / @mickeymetal
Fotografía: Jaime Fernández / @jaimefphoto
De vez en cuando veo videos de ciencia en youtube. Por videos de ciencia me refiero a videos de ciencia for dummies, en los que un narrador te explica cómo suceden eventos que el ojo común suele ver como extraordinarios. En este momento de mi vida muchas cosas me parecen aún intrigantes. Hace unos días, a propósito de la llegada de la sonda espacial Juno a Jupiter, regresó mi morbo de ver imágenes en movimiento de las tormentas que crean las fascinantes formas de tonos cálidos del planeta. Uno no se cansa de ver la gran mancha roja de 240 kilómetros moverse caótica y ordenadamente desde hace cientos de años. ¿Por qué un día en Jupiter dura 15 horas menos que en la Tierra? ¿Tendrán sus mares gaseosos una conciencia como la de la novela Solaris? ¿Cuándo desaparecerá la enorme mancha roja? El hecho de captar lo imprevisible y a la vez que siga pareciéndonos un misterio, es una de las cualidades y defectos más evidentes del ser humano: podemos crear aparatos y formas de organizar el mundo para llegar cada vez más lejos pero no hemos llegado a comprender del todo por qué ocurren el suicidio y la locura. A veces no podemos aceptar el hecho de que no podemos descifrar algo queriéndolo enmarcar o hacerlo objeto de estudio. Todo tiene que ver con un problema de comunicación. Sucede que el individuo rige muchas veces su vida en torno a leyes y patrones. A veces somos Kris Kelvin y a veces el océano viviente de Solaris.
Pienso en los videos de youtube y también en el caso de incomunicabilidad entre los científicos terrestres y el planeta/ente de la novela de ciencia ficción de Stanislaw Lem, cuando pongo atención a ciertas músicas difíciles de asir. Estamos tan acostumbrados a sonidos que tienen fórmulas, acordes y melodías, que, sin quererlo, han domesticado nuestro oído al grado de que cuando escuchamos algo que sale de nuestro canon —porque eso es el canon, una malla invisible de seguridad—, a menudo surge el desencuentro. En Solaris hay un episodio conmovedor y patético en ambas proporciones: cuando el psicólogo Kelvin lucha por comprender lo que una formación oceánica intenta decirle al recrear un edificio. En la música, resulta difícil enmarcar y definir ciertas creaciones marcadas por el ruido, las improvisaciones libres, los samples, los sonidos captados de la naturaleza y una libertad de recursos. Habría que aprender a disfrutar los sonidos inaprensibles de las curiosas formaciones oceánicas así como lo hacemos con las cosas concretas.
Siempre es emocionante presenciar el momento en que coinciden en un mismo lugar diversas propuestas musicales unidas estéticamente por la experimentación y el riesgo. Tal cosa ocurrió el 1, 2 y 3 de julio en el Huerto Roma Verde, en la Ciudad de México, en el marco del Festival Infinito. Organizado por Luis Clériga, el evento logró que convivieran el free jazz (Germán Bringas y su Tank4, Zero Point), la psicodelia (Strange Color, Ayer Amarillo), el llamado canto armónico (Juan Pablo Villa), el arte sonoro y visual (Extraños en el tren), la fusión del folclor con los sonidos contemporáneos (Radaid), los paisajes intermediales experimentales (Armstrong Liberado), la música contemporánea de cámara (Sonidero 13) y el blues/jazz (Todd Clouser), entre otros talentos, como el de los poetas Diego Espíritu y Dylan Brennan.
La leyenda de la playera de Gabriel Lauber, baterista de Zero Point, parece definir a la perfección lo que pasó en el Huerto Roma. Order from chaos. A pesar de la copiosa lluvia del primer día (que incluso llegó a colarse en uno de los escenarios) y ciertos desajustes en la programación de los horarios, lo más importante, la música, fluyó y emocionó. Entre los ruidos desafiantes de los saxofones de Germán Bringas y los sonidos primigenios de 220 + 66 White Forests, el festival sacó su mayor cualidad: cuestionar el orden mediante el caos y viceversa, obtener patrones de lo inasible. Order from chaos.
Ofertas como la de Infinito permiten repensar el concepto de festival musical, a veces asumido como un conglomerado de bandas extranjeras de gran convocatoria en un foro para más de cinco mil personas, o un pretexto para reunir a los mismos aburridos grupos de siempre pertenecientes a un circuito, el Roma-Condesa. Por ello, su realización abre la posibilidad de crear nuevos espacios y eventos alternos al oligopolio de conciertos acaparados por un puñado de productoras con mucho dinero, las cuales pocas veces se dan el tiempo de echar un vistazo a las periferias y/o propuestas de avanzada.
Regresando al tema inicial: ¿Qué es lo que intentaba decir aquel mar consciente de Solaris a los humanos? Algo similar sucede con el caos: es mejor sentarse a contemplarlo. Dejar que el enigma busque su propio canal en nosotros.
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