Por Julio Roberto Prado
Hay que oír qué bien se escucha decir freelance, cómo nos regala esa inmediata remisión a las batallas medievales. Aquella frase de libertad: la lanza no está dispuesta a ningún amo, sino al que paga. Hay que ver lo bien que nos lo comimos completo. Lo encantados que estuvimos de dejar que nos vistieran al punk para llegar al mercado laboral, un mercenario, un salvaje cuyo tiempo le pertenece.
Mis amigos abogados y escritores, los diseñadores, jugándoselas con el cliente. Los veo atravesando el desierto de los días sin trabajo, como unos valientes. Unos apostadores que hoy tienen pero mañana y pasado no. O esa enorme paciencia que les asiste al momento de cobrarle al cliente.
A los médicos no les cuesta cobrar, les pagan de inmediato, lo que sea, dijo un amigo. ¿Por qué a nosotros nos cuesta tanto? preguntó, y no supe más qué hacer que invitarle a otra cerveza.
Yo no tengo ese tesón. Estaría ahorcando al primer cliente que no me pague con el cordón del teléfono. O acechándolo fuera de su oficina o en los jardines de su condominio. No tengo la naturaleza incierta de apostador, esa sangre fría para llamar diecisiete veces por un cheque.
Supongo que los alienta liberarse del tráfico a las 7:15 am. O los ascensores llenos de gente. Lo grisáceo de los cubículos que por millones se diseminan en toda la ciudad. A lo mejor los alienta el no hacerse el nudo de la corbata, yo que sé. Les alienta estar en pijama a las dos de la tarde, acariciando el lomo de un gato negro, mientras yo busco un comedor de almuerzos ejecutivos que no sepa a consomé.
Nada parece preocupar hoy, salvo tener una cartera de clientes activa. La mayoría de gente de mi generación es freelancera y sobre ellos escribo. Me preocupa su futuro. El del freelancer, sin seguro social ni salario suficiente para ahorrar para su vejez.
Qué irá a ser de ellos, caray, cuando todos estemos viejos y los muchachos audaces ofrezcan hacer todo más rápido y barato. Porque de engañar al sistema nada, el sistema nos engañó. Se están ahorrando pagar los derechos laborales, la única conquista del siglo XX, y habrá que decirlo, sucedió hace más de sesenta años cuando los frelanceros ni siquiera habían nacido.
Eso es, el sistema te dice sé libre, pero en verdad lo que está haciendo es soltarte a pastar en un campo donde ya quemaron la hierba. Ay de aquel que no lo quiera. Está en contra de trabajar.
¿En qué momento la ética comenzó a aplaudir recibir un salario de miseria y a reprochar al que exige una mejora? Quizá en el momento en que los cowboys tomaron la economía y salirse del rebaño sea algo que deba corregirse de inmediato. Yo gano más a costa de que vos no tengás vejez; todo bien muchacho, para eso tendrás hijos que te mantengan. Aunque claro, no aseguramos que tus hijos tengan trabajo.
Sin hacer mucho ruido. Sin que alguien proteste. Todos aceptando que las cosas son así, que está bien que yo me joda un poco más, a cambio de que la economía en general siga su marcha, como un tren que nos pasa encima. Total, en el fondo quizá todos tenemos ese espíritu de apostador. Aunque claro, para jugar este juego, ya nos cortaron una mano.