Por Luis Manuel Rivera
Pide un expreso cortado y un agua mineral con una rodaja de limón dentro. Hace hincapié al mesero que no quiere el jugo y mucho menos el vaso escarchado. Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) tiene 12 años viviendo fuera de México. No lo hizo por un rechazo al país. Obtuvo una beca para estudiar un doctorado en teoría literaria y las circunstancias lo fueron orillando a compaginar durante seis años su interés en la literatura con un empleo en una empresa de comercio electrónico en Barcelona. Vivió tres años en Brasil. Ahora escribe, traduce y es papá.
Su primera novela (Fiesta en la madriguera, 2011) la envió para competir por el Premio Herralde. Jorge Herralde le llamó. No iban a considerar su manuscrito para el premio pero al editor de Anagrama le interesaba publicarlo. De esa forma su primer libro se posó en las estanterías, sin contactos previos en el mundo literario ni mucho menos. En 2013 publicó Si viviéramos en un lugar normal. La más reciente es Te vendo un perro (2015). Ambas en la misma editorial. Ha sido traducido a varios idiomas y quizá es el espacio en donde es más leído.
Visitó la Ciudad de México a propósito de su ruta Barcelona-Guadalajara que tenía planeada para pasar la temporada de fin de año en su ciudad de origen. Platicamos con él en una terraza, al tiempo que a unos pasos sucedía un pequeño incendio en la parte más alta de un edificio de la colonia Condesa.
Hay quien menciona que tus tres novelas son una trilogía, sin embargo se leen perfecto de manera independiente.
Hay una cierta unidad en términos del tono narrativo, de las estrategias narrativas, del uso del humor, de un cierto ejercicio que yo llamo acumulación narrativa, que es el ir probando qué tantas cosas le caben a una novela. Desde la primera ya era así. En ese sentido hay cierta congruencia con los tres libros. Por ese lado yo los veo como una trilogía. Y desde un punto de vista personal, me interesa verlos así porque yo ya tengo 12 años fuera de México y me parece que no puedo seguir escribiendo como si fuera un mexicano que vive en México.
La distancia geográfica y temporal hasta ahora me parece que había funcionado bien, propiciaba tener una perspectiva diferente, construir quizás sin la influencia del medio literario local. Ahora me parece que empieza a convertirse en algo problemático. Si yo sigo queriendo escribir como un autor mexicano que vive en México, corro el riesgo de caer en la folklorizacion, de caer en la idealización, en un México que no existe más.
Para mí era importante sentir que con este libro (Te vendo un perro) cerraba un ciclo. Y a partir de ahora buscar algo diferente. Ser más congruente con mi posición en el mundo. Quiero incorporar esta parte de ser expatriado, de no vivir aquí, como parte de mi trabajo narrativo.
Después de vivir tantos años en España, ¿tu lenguaje se ha contagiado del español ibérico?
Sí, está contagiado. No en el resultado, porque lo trabajo mucho. Está contaminado por tantos años viviendo en Barcelona y luego por ciertas estructuras del portugués. Tuve que retrabajar mucho el texto para sentir que fluía, que estaba en un nivel de (español) mexicano estándar. Y ahora quiero perder el miedo a usar esa sintaxis diferente, incluso ese léxico distinto si narro desde otro lugar.
Por ejemplo, el español de Bolaño no existe en ningún lugar, Bolaño escribe en un español que no existe. Parece una traducción, a veces. Es un español que quiere ser mexicano y tampoco lo es.
En grandes partes de Los detectives salvajes, donde Bolaño pretende tener estos narradores muy orales, a mí me parece, «esta frase no te la dice un mexicano nunca». Tampoco narra como un chileno, tampoco está en un castellano catalán. Él perdió ese medio a escribir acorde a su realidad.
¿Existe el español neutral?
Eso es mentira. De pronto te dicen: «Hemos neutralizado los mexicanismos»; entonces yo digo «no, no los has neutralizado, los has españolizado. Si me quitas un ‘coger’ y me pones un ‘follar’, si me quitas un ‘pendejo’ y me pones un ‘gilipollas’, eso no es neutralizar, es españolizar».
El lector no es imbécil, eso es lo que el editor debe entender.
Nosotros hemos crecido leyendo traducciones españolas, argentinas y también algunas chilenas. Nosotros entrabamos en el código y no porque nos gustara. Todos leímos a Bukowski en La maquina de follar y desde el título está ya el problema para un mexicano. Con sus traducciones llenas de gilipollas y coños. Pero después de un momento de perplejidad te acostumbrabas a esas traducciones, las leías. Igual que durante mucho tiempo los argentinos y españoles tuvieron que comerse las traducciones mexicanas.
Entonces, no sé por qué este miedo tan reciente de que hay que neutralizar el español. El lector no es tonto, si la novela está llena de argot, llena de groserías, ¿cómo vas a neutralizar eso? No se puede. A mi me parece una tontería.
En Fiesta en la Madriguera dices que la frase favorita de los realistas es: hay que ser realista. ¿Tú eres realista al escribir?
No me interesa la realidad. Lo que me interesa es la distorsión de la realidad. Por supuesto que mis novelas están llenas de referentes que el lector puede identificar fácilmente. Pero lo que condiciona mis novelas es la elección del narrador, y los narradores que a mí me interesan no son objetivos en el sentido de que puedas confiar en que te están contando algo tal como sucedió. Desde el primer momento está la sospecha de que te están contando algo que no te puedes creer. Me interesa crear una realidad narrativa distorsionada que haga contrapeso a la realidad que construye el lector con su propia experiencia de vida. Y en el choque de esas dos realidades está lo importante del acto de lectura.
El choque entre tu percepción de la realidad y la de quien lee. Ahí está lo interesante para un lector, en ese entrecruzamiento de dos mundos, que pueden coincidir o no.
A veces hay una identificación y al lector le gusta el libro porque ve que es parecido a lo que él piensa. Pero lo que me interesa es cuando pone en cuestión su propia percepción de la realidad.
¿Cuál fue tu principal intención al escribir Te vendo un perro? ¿Contar la historia de Manuel González Serrano?
Nunca pretendí escribir una novela histórica. Me da mucha hueva ese tipo de libro, ni los leo, no me interesa esa literatura. Me gustan los narradores que te seducen y van construyendo algo, que tienen sus propias reglas que no necesariamente corresponden a las de la realidad pero que también tienen que respetar una reglas de verosimilitud que tienen más que ver con las de narración que tú estableciste. Porque cuando no cumples lo que tú mismo propones, es cuando el lector se sale del libro.
¿Escribirías ciencia ficción?
Me interesa la parodia del género. Me interesaría mucho escribir una parodia de ciencia ficción o de una novela policiaca, que es un poco lo que estoy haciendo ahora. Esto (Te vendo un perro) es una parodia de la metaliteratura. Esta novela del personaje que quiere ser escritor, que sufre porque no puede escribir, qué hueva. Y eso lo leí con mucho gusto durante una época pero me acabó cansando. Aquí el personaje no quiere escribir una novela.
¿Alguien te ha criticado el humor que utilizas? ¿La corrección política te ha hecho frente?
No, nadie. Y en el fondo es lo triste de la cuestión. Hoy puedes publicar el libro más escandaloso del mundo y nadie te va a decir nada por dos razones. Una, porque poca gente lo lee y poco importa. Y dos, porque la literatura de hoy está muy asimilada en el modelo de consumo.
El capitalismo se tragó a todas las artes y la cultura. Lo que importa es si vende o no vende. Si vendes y dices pendejadas no importa, estás vendiendo. Has entrado al sistema de consumo.
¿Y si esa incorrección la vendes como un libro de no ficción?
Una cosa es que yo haga ficción, como en mi segunda novela y dedique un párrafo a insultar a [el expresidente Carlos] Salinas de 20 maneras posibles, y otra que escriba una crónica de los años de Salinas y diga mentiras o lo insulte. Ahí te enfrentas a una demanda. Pero la novela está a salvo de esa injerencia porque en realidad su influencia ya es muy escasa. Ya ni siquiera tiene el escándalo de antes. Hoy lo que interesa es si esa novela está asimilada dentro del sistema de mercado y si está rodando en esa congruencia del capitalismo.
¿Qué te dice que tu Wikipedia no exista en español?
En gran medida afecta el que yo no viva aquí. Me preocupa en el sentido de que para mí el lector ideal, entendido como ‘lector ideal’ aquel que tiene los referentes, la experiencia de vida y está consciente de la tradición literaria mexicana, que es en la que se encaja mi trabajo, pues es el lector mexicano principalmente. En segundo nivel el latinoamericano y poco menos el español. Estas novelas son muy conscientes de la novela postrevolucionaria, incluso explícitamente. Menciones a Fuentes, a Del Paso. Entonces el lector mexicano es el más importante y en ese sentido me preocupa que no se conozca mi trabajo aquí.
¿Cómo encuentras tus libros en otros idiomas?
A mí a veces me sorprende que tu libro aparezca como un objeto extraño porque no se han traducido tus referentes literarios. Todos tenemos nuestro contexto de lecturas del cual surgimos y yo reivindico esa tradición de la cual viene mi trabajo. Si nada de eso se ha traducido a otro idioma, resulta difícil entender cómo te leen sin esos referentes. Y no solo en asuntos de regionalismos locales, que eso ya también es un problema, pero incluso en el caso de que un crítico en Alemania te diga que tu novela es realismo mágico. Dices, «éste no se ha enterado que es una parodia del realismo mágico». Y donde había parodia no vio la parodia. Ha visto realismo mágico porque lo que quiere ver el lector alemán es realismo mágico.
Tu primer libro es el que más se acerca a ser una narconovela. ¿Es un tema que se ha desgastado y no tiene más que decir?
Yo sí defiendo que no hay tema que esté agotado. Lo que importa no es el qué, sino el cómo. Contra lo que mucha gente opina, «ay, qué hueva otra novela del narco», si es buena, ahí debe estar. Algunos de esos libros van a perdurar. Trabajos del reino de Yuri Herrera se leería igual aunque no hubiera narco. Ese modo que colma de Daniel Sada, para mí es la cumbre de la narcoliteratura. Es decir, puede haber libros buenos de lo que sea.
En ese caso yo también puedo decir, «ay qué hueva otra novela de un wey de clase media que está sufriendo una crisis existencial», y que sí lo pienso la verdad.
¿Es válida la afirmación de que lo importante es leer, no importando qué se lea?
No se pueden comparar libros pensados para cumplir una función de entretenimiento, que es la misma función que cumple una serie de televisión o una película, con lo que es la literatura, la literatura no es eso, es otra cosa. Es lo mismo que pasa con la gente que dice que la verdadera narrativa está en las series de televisión.
Digo, a ver, si no te gusta la literatura, no pasa nada, ponte a ver series, no hay ningún problema, no tengas culpa, ponte a ver la tele, pero no digas que la narrativa que está explicando el mundo de hoy en día es la televisión.
La televisión pasa por un sistema de guionistas a sueldo para producir un producto que tenga un impacto en la gente, que venda publicidad.
Sin embargo en los últimos años las series de televisión han marcado nuevas pautas.
Algunas cosas sobre lo contemporáneo. Vivimos en una cultura de consumo salvaje. Yo no estoy en contra de las series de televisión, pero no voy a decir que disfruto más House of cards que leer una buena novela, me parece que hay un abismo entre una cosa y otra. Por supuesto que se pueden hacer cosas interesantes en la televisión, pero de eso a defender que ahí está lo verdaderamente interesante en términos creativos, no es tan cierto. Son fórmulas. Por ejemplo, True Detective, muy rápido se hizo la fórmula de eso: una cosa sombría, el personaje atormentado que dice frases aparentemente muy profundas, cita a Nietzsche, la musiquita de Nick Cave. Todo pensado para crear una atmosfera. Claro, eso en un primer momento sorprende, y después ya no es sólo esa serie, sale otra que es igual, y donde había una canción de Nick Cave ahora hay una de The Cure.
La televisión es eso, un esquema que está pensado para repetir productos y producir en escala industrial. La literatura no es eso, creo yo.
Finalmente, ¿cómo verías una Barcelona independiente?
A mí lo que me interesa de Barcelona es su cosmopolitismo, no su nacionalismo. Me interesa que es un lugar donde yo puedo sentarme a comer con un escritor argentino, un colombiano y un peruano. No me interesa sentarme con tres catalanes a hablar de la independencia. Creo que en el corto plazo sería mejor seguir como estamos. Además nadie ha explicado bien cuál es el proyecto de la independencia, nos vamos a independizar, ¿para qué?