Por Dagoberto Espinoza
«[L]es encomendé mucho procurasen subir la dicha sierra, y saber el secreto de aquél humo…» Tal es la descripción que un maravillado Hernán Cortés le dio al emperador Carlos V acerca de un volcán que mal llamaba «Popocatepeque». Y es que entre las tantas cosas que captaron la atención del conquistador español, sin duda, aquella cumbre humeante fue una de las que le acarreó más interrogantes. En su muy conocida Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo relata el temor que el Popocatépetl inspiraba a los antiguos mexicanos: «los indios que iban (…) se quedaron en lo bajo, que no se atrevieron a subir». Ahí, el cronista da cuenta de un capitán que «tomóle codicia de ir a ver qué cosa era» tal fuego que salía del domo del volcán de 5 mil 400 metros. El nombre del capitán era Diego de Ordaz. Lejos de creer en leyendas o misterios que albergaba el Popo, el fin de las huestes de Cortés era muy otro: ir en busca de una ruta de azufre para abastecer la armería española, que se hallaba en momentos previos a la vorágine bélica con Tenochtitlán.
En su más reciente filme Epitafio (2015), Yulene Olaizola y Rubén Imaz decidieron recuperar la expedición de Ordaz hacia la mítica montaña. Luego de haber hecho mancuerna como directora y guionista respectivamente en la cinta Paraísos artificiales (2011) —ganadora del premio a Mejor Fotografía en el Festival de Tribeca— y como directora y productor en su siguiente proyecto, Fogo (2012), la dupla decidió hacer un trabajo de dirección conjunto, esta vez de corte histórico.
El cine nos ha dotado de algunos prodigios que abordan el periodo de la conquista española en América. Aguirre, la ira de Dios (1972), de Werner Herzog, y La misión (1986), de Roland Joffé, son un par de ejemplos extranjeros que plasmaron con destreza algunos de los episodios más traumáticos del choque de visiones entre las culturas americanas y el imperialismo europeo. Pero las ambiciones de Herzog y Joffé eran muy otras: señalar el fanatismo religioso y el deseo por conseguir riquezas, el primero; retratar los conflictos jesuitas en tierras sudamericanas, el segundo. Epitafio no tiene ni la crudeza y violencia de Herzog ni los delirios de grandeza (a veces fallidos) de Joffé. Más bien se acerca a filmes íntimos como La otra conquista (1998) y Eréndira, la indomable (2007), que coinciden en su mirada hacia ángulos poco explorados de aquel fascinante periodo histórico. Como en aquellas cintas mexicanas, Olaizola e Imaz no tratan de juzgar a los españoles, sino de entrar en sus miedos, porque a fin de cuentas llegar a un territorio tan majestuoso como el dominado por los mexicas debió ser una experiencia reveladora para aquellos hispanos, muchos de ellos ignorantes y temerosos.
Los actores Xabier Coronado, Martín Román y Carlos Triviño se encargan de tal expedición hacia el mal. Entre los accidentados paisajes de matorrales y subidas pétreas, el recorrido parece trastornar a los expedicionarios. Contrario a lo que creían los pobladores mesoamericanos, el mal no es inherente a la montaña. Está dentro de aquellos hombres que hicieron creer a los pueblos mesoamericanos que descendían de lo divino. Diego de Ordaz lo sabe: «No es buena decisión el dar un paso atrás, que si nos ven regresar los de Huejotzingo, como ellos nos tienen por dioses o teules, pensarán y nos juzgarán que somos personas de mucho miedo y poca fuerza». Hombres de fe pero no místicos, desconocen que la montaña efectivamente puede sacar a la luz reflexiones antes ocultas, como las del soldado Gonzalo (Martín Román), quien entre devaneos dice: «Lo único que existe con certeza es la maldad. Es quien habita realmente mi alma y su demonio que vive dentro de esta montaña».
Epitafio se estrenará en el Festival Internacional de Cine de la UNAM como parte la Competencia Internacional en su edición 2016.
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