Como mecanismo de simbolización, la música ha resultado el mejor termómetro para analizar los momentos artísticos e históricos de las sociedades. El flower power lo fue en su momento: canciones que ponían de manifiesto las miles de ideas que tenían los artistas en mente: expandir la memoria a través de canciones largas, aludir a las experiencias psicodélicas, desembarazarse de lo que dejaron las guerras de medio siglo. Por otro lado, el kraut rock reflejó esa desesperanza de la posguerra en la Alemania fragmentada. En México, tuvimos los hoyos fonquis como espacios marginales pero productivos musicalmente que no hacen sino decirnos «donde hay discontinuidades (represiones, pobreza, aburguesamiento, violencia, alienación), puede haber espacios creativos».
2015 fue un año diverso en materia musical. Como parte de nuestra labor melómana (palabra un tanto gastada gracias a originales perfiles de Twitter, pero útil) pusimos atención en decenas de producciones populares publicadas desde inicios de año hasta finales de noviembre. Con «popular» no necesariamente nos referimos al último disco de Foals o Justin Bieber, sino a propuestas de electrónica, rock, pop o hip hop que abrieron caminos para la exploración y sobre todo, que hablaron por nuestro tiempo. En el proceso de escucha encontramos algunas convergencias entre ciertos álbumes, por lo que decidimos hacer tres apartados de análisis, y después la crítica de cada disco. La enumeración, como toda lista, es rigurosamente subjetiva.
BIENVENIDOS A UNA ERA CYBORG
Tanto se anuncia que vivimos tiempos diferentes que uno ya no sabe si aceptar sin chistar los cambios acelerados que nos da el mundo actual, o sentarse a denostar todo lo que viene. Se habla de etapas (micro)históricas como quien habla de la próxima colección de Margiella. Son los tiempos de las post metrópolis, lo post humano, lo post digital. Y aunque los prefijos suelen tener algo de alarmista o de publicitario, a veces nos sirven para ubicar ciertos pliegues en los que se encuentran nuestras sociedades. Lo cierto es que este año fue vasto en suturas y conexiones entre la tecnología y la tradición, algo que podríamos denominar «ensamblajes» o «cyborgización». ¿Qué carajos es esto? Antes, un poco de memoria. En 1985, en su famoso «manifiesto cyborg», la teórica Donna Hathaway sugirió que hacer una metáfora de la fusión del autómata (lo tecnológico, racional, maquínico) con lo humano (la carne, el alma, las pulsiones) daba lugar a nuevas realidades sociales. Hoy, en el plano musical la idea del cyborg sirve para conectar ideas que el pensamiento occidental antes veía como incompatibles. En el caso de Björk, esto es evidente: la islandesa trabaja entre diferentes plataformas y posibilidades artísticas (el video, el sonido, la instalación, las apps) de una forma tal que el nexo entre lo humano y la tecnología se siente tan cómodo. Lejos está la discusión de que si la música hecha con máquinas electrónicas y digitales (sintetizadores, cajas de ritmos) y ejercicios de re-apropiación (samples, autotune) puede ser creativa y revolucionaria. Basta escuchar el ensamble que realizó Kendrick Lamar al convertir una vieja entrevista que le hicieron al mítico rapero Tupac hace más de 20 años, en un diálogo delirante entre el presente y el pasado. La corporeidad y el espectro virtual se dan la mano.
Otro caso interesante es del venezolano Alejandro Ghersi, mejor conocido como Arca. Su talento y fama han emergido bombásticamente en menos de tres años, gran parte debido al alcance de Internet. ¿Qué nos sugiere esto? Que las fronteras sociales y territoriales se han difuminado: no hubo necesidad de que en 2012 el entonces desconocido Ghersi se desplazase físicamente para conocerse con el célebre rapero, lo cual habla de una nueva distribución de la economía musical: sí, sigue habiendo geografías de concentración del capital pero también surgen otros polos creativos. En este mundo de flujos constantes (es el mundo de Spotify, el de la información en una nube) se mueven ahora muchas de las producciones y saberes musicales. Pero volvamos al nexo Arca-Kanye: Tras enviar unos cuantos demos y sugerencias al marido de Kim Kardashian, el venezolano se convirtió en uno de los productores del excéntrico álbum Yeezus (2013). El disco, sobra decirlo, destacó por su arte de amalgamar fragmentos de gente tan diversa como la banda húngara Omega, la cantante Brenda Lee o Nina Simone. No es casual que el trabajo más reciente de Ghersi haya sido nombrado Mutant, un desfile de alusiones a nuestros tiempos confusos. Pareciera que esta generación de artistas pretende dejar todo lo que de humano le han dejado algunos de sus padres fundadores. Las portadas de los discos de Arca y Grimes muestran seres deformes y espectaculares. Los post humanos son los héroes de nuestro tiempo.
Dicho sea de paso, la música electrónica (con sus múltiples vertientes: el noise, el ambient, el post-industrial o el footwork) se ha colocado a la cabeza de los sonidos de avanzada.
LA IRA EN TIEMPOS DEL LUCRO
2015 trajo muestras de descontento social en México derivados de actos de impunidad, abuso de autoridad o huecos en la impartición de justicia. ¿Cómo explicar el horror de Ayotzinapa y el silencio en cuestión musical al respecto? En cambio, las artes visuales y la literatura han sabido transcribir la ira general en obras notables. En el primer caso, destacó la galería virtual que se mofa de la «casa blanca» del presidente Enrique Peña Nieto hecha por el colectivo Vngravity. En el segundo caso, novelas como Las tierras arrasadas (Mondadori), de Emiliano Monge; y Méjico, de Antonio Ortuño (Océano), entraron a la polémica de nuestra desgastada coexistencia con la Ley de la Bala que impera en nuestro país. Salvo algunos exponentes de rap mexicano, la sordidez de las calles no tuvo en el rock, el pop o al electrónica exponentes que se atrevieran a retratarla.
Por otro lado, Estados Unidos y Europa vivieron sus momentos álgidos de violencia, que mostraron enseguida el pulso de la sociedad en sus filiaciones y miedos. Al escuchar el debut de Algiers o al ya mencionado Kendrick Lamar es inevitable no pensar en las balaceras de Ferguson, Maryland o Baltimore. Su música es un recordatorio de la insatisfacción de diversos sectores en busca de cambios que el sistema neoliberal les ha negado. Ya sea desde el gospel (Algiers), el post punk (Viet Cong), la electrónica (Jlin) o el hip hop (Vince Staples, Kendrick Lamar), es evidente que existe una reacción politizada en el plano musical, lo cual ha dado como resultado una sana explosión de realidad. En una entrevista el bajista de Algiers, Ryan Mahan, explica su visión política en el plano musical: «La forma en cómo nos conectamos como individuos y en un nivel estético, fue en reacción a ese tipo de experiencia y ese tipo de estilo de vida [la de las sociedades conservadoras]. Así que, antes de que la música entre a escena —y, obviamente, la música es una de las influencias mentales [que más incide] sobre las perspectivas y la ideología de una persona— es realmente importante para nosotros reconocer que empezamos a comunicarnos en una forma muy politizada sobre la Historia y el origen.»
DEPRESIÓN Y SPLEEN POSDIGITAL
Charles Baudelaire escribió un libro titulado El spleen de París, en el que plantea uno de los pesares de la modernidad. Se trata de una especie de desgano, de desasosiego por la vida, un momento en el que la existencia se pone en tela de juicio de forma inexplicable. Hay algo en el interior de uno que no sabe decir qué es lo que está paralizando al cuerpo. Es un mal característico del ocioso, ya sea el artista o el simple huevón (que también puede ser un artista). Un siglo y medio después, este concepto sigue aplicándose a aquellos que abusan del Netflix viendo una chick flick tras otra recordando momentos que no vivieron o en esos que se deprimen por ver una doble palomita en azul. El disco de Steven Wilson nos muestra esa faceta oscura de la soledad contemporánea en la que uno simplemente deja de existir sin que exista algún lazo que genere proximidad con el otro.
Así como el spleen baudeleriano significaba una toma de conciencia de la condición humana dado que en la tristeza o el desasosiego se pone de relieve un momento de reflexión en quien sufre esa imposibilidad de ser feliz, nuestros poetas actuales, los músicos, han captado con decoro momentos traumáticos particularmente universales. Tal es el caso de Beach House, Sufjan Stevens o la mencionada Björk, quienes nos hablan de pérdidas que se sienten como nuestras.
Sin más, vayamos a la selección.
—Miguel Ángel Morales
20. New Order – Music Complete
Una portada pronunciada. Un teaser como probadita previa antes de su lanzamiento y una leyenda que diagnosticaba diez años de ausencia. New Order anunciaba su retorno al mundo discográfico con Music Complete, sin duda, posicionándose como uno de los discos más esperados del año.
Bajo el sello Mute, Bernard Sumner, Stephen Morris, Gilian Gilbert, Phil Cunningham y Tom Chapman dieron a luz su más reciente disco el 25 de septiembre tras el casi invisible Waiting for the Siren´s Call de 2005 (Lost Siren´s, de 2013, fue considerado como las sobras del primero). Music Complete llegó con dos grandes preocupaciones: hacer un disco sin la presencia de su bajista y fundador Peter Hook, y la decisión de Sumner de apostarle a un público joven.
Una banda de la talla y legado de New Order tiene dos públicos claramente ubicados: la generación que los siguió desde el nacimiento de Joy Division, y aquellos seguidores que escuchan sus éxitos de los años 70 y 80 que los posicionó como una de las bandas pioneras del New Wave. Este nuevo disco cuenta con la presencia de The Chemical brothers, Iggy Pop y Brandon Flowers y La Roux, sin embargo, la ausencia de Hook dejó un hueco muy grande en este intento por regresar al electro y los bajos agudos que tanto los caracteriza.
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19. Björk – Vulnicura
El futuro le llegó a Björk. Lejos están esos sonidos de Homogenic, que en su tiempo (aquel ya lejano 1998) exudaban porvenir dentro de la música pop y electrónica. Casi veinte años después, aquella dama-cisne, chica Von Trier y multiinstrumentalista que absorbía todos los géneros posibles, sigue sonando imponente, pero ahora que tiene algunos herederos —FKA Twigs, Arca (quien es uno de sus productores), Kanye West—, su figura perdió algunos reflectores: se ha vuelto un culto museístico. Vaya, incluso su anterior disco, Biophilia, es parte del inventario del MoMA. Pero no todo está dicho: en Vulnicura, su más reciente máscara, la manera en que la islandesa juega con los arreglos de cuerda minimalistas («Lionsong», «Family»), las bases rítmicas cerebrales («Mouth Mantra», «Quicksand») y las síncopas vocales, nos hace reflexionar: su creatividad sigue en movimiento. Basta acudir a esa densidad de un minuto llamada «History of touches» para conmovernos y llorar un poco por los amores que perdemos a lo largo de esa carretera metafísica llamada biografía. Porque eso es lo que nos insinúa el álbum: el movimiento del amor, sus quiebres y restauraciones del corazón. No hay que esperar un derroche de sentimentalismo, sino una sentida danza del dolor. Ella misma lo afirma: «I am dancing to our transformation». Emocionalmente complejo, musicalmente crudo y desvestido de todo artilugio bombástico de su predecesor, Vulnicura sangra y sigue exudando ya no futuro, pero sí autenticidad. Celebrémoslo con un baile en 5/8.
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18. Jenny Hval – Apocalypse, girl
“The voice is wordless tissue… a second flesh that cannot be seen”, cantaba Jenny Hval en «The Seer», con la cual cierra The Innocense Is Kinky (2013). Se trata de una radical perspectiva sobre la corporalidad del sonido. Desde tal aproximación bien puede leerse, o mejor aún, ser tocada a través de un braile sonoro, la propuesta musical de Jenny Hval. Porque en última instancia todos los sentidos son expresión del tacto: captación de una modulación corporal diferenciable de otra, como la variación entre dos ondas acústicas o fotoeléctricas.
Dos años después, Apocalypse, girl es toda una presentación de la desnudez de la voz y el sonido. La voz casi desnuda, acaso en ropa interior, es protagonista desde la pieza inaugural, «Kingsize», donde se pregunta: “What is soft dick rock? Using the elements of dick to create a softer, toned-down sound. I sing to the bananas. The skin is thin and brown”. El disco transcurre en una suavidad serena, a un ritmo nórdico; parecerá aburrido mientras no se aprenda a escuchar con la piel.
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17. Alabama Shakes – Sound & Color
No volverá a suceder. «Hold On» será el éxito que jamás podrán superar, con el que cargarán toda su carrera y el que en cualquier concierto les será solicitado. Porque es una de esas canciones que nadie nunca vio venir y cuando la vio se amarró al oído como pocas. Y eso no es algo que se pueda planear, simplemente sucede. Alabama Shakes ha saltado tan pronto del anonimato y conseguido hacerse de un público numeroso y quizá temporal, que lucía complicada esa afrenta que se le presenta a cualquier banda tras un primer disco exitoso: un segundo honroso. A grandes rasgos lo han hecho. Sin abandonar en gran medida su sonido grasoso de Boys & Girls (2012) pero con una producción mucho más trabajada, la voz de Brittany Howard sigue siendo el elemento que mayores matices le otorga a las canciones del Sound & Color (2015). De nuevo, es un disco en el que sus sencillos sobresalen del resto de las canciones, no en el que la unidad sea el elemento importante. Lo último es algo que pocas bandas siguen logrando. La vigencia del grupo dependerá primordialmente de la calidad que mantenga la voz de su vocalista.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=nin-fiNz50M]
16. GodSpeed You! Black Emperor – Asunder, Sweet And Other Distress
En las antiguas sinfonías de Beethoven, más allá de canciones, las piezas contenían movimientos. Godspeed You! Black Emperor es una muestra de la continuidad de esta experiencia, en donde más que canciones, los sonidos interpretan una historia. Asunder, Sweet And Other Distress es el álbum que sacó la agrupación en 2015. Se compone de cuatro movimientos, completamente distintos a lo acostumbrado por su público. A primera escucha el disco resulta faraónico, lento y repetitivo.
Sin embargo, cuando hablamos de movimientos en lugar de canciones, es necesario interrumpir la forma cotidiana de entender un álbum para transformarse en un oyente lego, con oído virgen y vestimenta blanca listo para darle continuidad a la historia.
Con una segunda escucha el relato cambia, lo que en un inicio sonaba faraónico se transforma en violines célticos, los pasajes no mutan, siguen siendo los mismos cuatro movimientos, sin embargo, el desafío recae en la capacidad del oído para interpretar los mensajes de forma individual y sintetizarlos en su conjunto. El material de Godspeed You! Black Emperor es una novela con diferentes inicios y desenlaces por cada reproducción.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=8M7qnLKt7RE]
15. Beach House –Thank Your Lucky Stars
Con tan solo dos meses de diferencia entre ellos, entre agosto y octubre, Beach House lanzó dos álbumes este año; en un mercado musical sobresaturado tal cosa podría parecer una exageración o un intento desmedido por acaparar espacios comerciales. Pero el efecto va en sentido contrario; en días de atención limitada y corta, cuando grandes acontecimientos son olvidados en un par de días, sofocados por enormes olas de información, lanzar dos discos en tan poco tiempo es agotar dos balas en un solo tiro. La agrupación de Baltimore pudo esperar a que Depression Cherry obtuviera todos los dividendos que pudiera por sí solo, y una vez agotado el ímpetu de su recepción, entregar Thank Your Lucky Stars; ambos se pudieron haber previsto para nutrir dos giras distintas en tiempos diferidos, de modo que Beach House tuviera asegurado su quehacer durante los próximos cuatro o cinco años. Pero no, por una extraña ocasión, el cálculo comercial no determinó las acciones, y eso se agradece. Si está la música, si está la inspiración, ¿para qué calcular el máximo beneficio? La gratitud es protagonista: Thank Your Lucky Stars.
Cuando Bloom salió en 2012 parecía que la fórmula se agotaría después, que ya sólo podría venir la repetición y el autoplagio. Pero sin innovar —nos hemos creído el cuento de que innovar es como el onceavo mandamiento— prácticamente nada, Beach House aún conmueve en su quinto LP. «She’s So Lovely», «All Your Yeah’s», «One Thing», «The Traveller«, «Elegy To The Void», no solo son buenas canciones, alcanzan a ser de lo mejor de todo su repertorio, con la misma melancolía, el mismo espíritu, con la misma gratitud y esperanza. En la portada aparece una niña que recibe y abre una muñeca como regalo: la gratitud del don.
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14. Steven Wilson – Hand.Cannot.Erase
Hacer un disco conceptual en pleno 2015 apesta a anacronismo propio de las bandas de rock progresivo de la segunda década del siglo pasado. Musical y sentimentalmente, Steven Wilson pertenece a esa estirpe: Porcupine Tree, su banda, es uno de los pocos pilares del género en la actualidad, y le debe mucho a King Crimson (de hecho es el encargado junto con Robert Fripp de remasterizar la discografía del Rey Carmesí), Pink Floyd y a aquellos nombres pomposos enmarcados en letras de piedra desde finales de los ya lejanos sesenta. Y sin embargo, éste no es un disco de prog-rock en el mismo sentido que las agrupaciones mencionadas.
En Hand.Cannot.Erase, Wilson obvia el sonido barroco de su predecesor, el grandilocuente The Raven That Refused To Sing (2013), y se enfoca más bien en texturas digeribles y en ambientes aparentemente desconectados entre sí (del pop de reminiscencias ochentosas —aunque escrito en nueve octavos— que da título al disco, a las tonalidades triphoperas de «Perfect Life» pasando por la hermosa «Routine», parece que no hay un hilo armónico o melódico conductor); sin embargo, hay una narración que logra ser esa madeja de hilo que lleva al escucha por ese laberinto y lo saca de él: la historia de Joyce Carol Vincent, una solitaria mujer inglesa cuyo cuerpo fue encontrado en su minidepartamento de los suburbios londinenses tras dos años, sin que nadie se percatara de su existencia. Sus actividades diarias, se supo después por las noticias y la inminente viralidad de Internet, estaban basadas en el sedentarismo contemporáneo y el ocio. Ver televisión. Chatear y compartir su soledad en canales virtuales. Ordenar comida vía telefónica. Un día, una vecina capta un hedor particular…
Wilson extrae elementos humanos esenciales para recrear los momentos de esta mujer y colocarlos en una puesta en escena contemporánea y detallista en la que nosotros, ciudadanos del mundo, atestiguamos sus nimiedades y traumas. Tal vez ése es el logro de este álbum: hacer pasar algo inmensamente complejo (la pérdida de los afectos, la depresión inexplicable, una especie de spleen posdigital) por sencillo. Lo vemos en algunas de las frases de «Hand.Cannot.Erase», la canción: «Trust means that we don’t have to be together every day», «Feeling guilty if we sometimes want to be alone». El músico nos advierte que esas rutinas que parecen grises, en realidad pueden salvarnos. Y viceversa.
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13. Miguel – Wildheart
Música para coger. Eso es lo que se me viene a la mente cuando escuché por primera vez el disco de Miguel. Y no es que Wildheart carezca de intelectualidad —de hecho muchas de sus letras y composiciones están llenas de virtuosismo rítmico—, pero el motivo erótico permea en todo su nuevo álbum. Esto es lógico si rastreamos su fuente de inspiración: parece que el músico de raíces mexicanas se dedicó con cautela a escuchar su colección de discos de funk y R&B clásico: ahí están los ecos de James Brown, y de P-Funk y sobre todo, la figura fresca e inagotable de Prince en los arreglos que rayan entre el soul, el rock y el glamour andrógino.
Algo que también destaca es que es de los pocos álbumes que aún se dedican a trabajar riffs de guitarra, esa vieja tradición del rock que ha quedado un tanto relegada por los loops o los sintetizadores. Por ejemplo, «NWA» o «Hollywood Dreams» muestran por momentos una vitalidad cruda y orgánica que es rara de escuchar en la música pop actual. Y ahí es donde volvemos al genio de Prince: el genio de Minneapolis sacó dos gemas este año, pero su mayor contribución a la música de 2015 nos llega a través de las composiciones de Miguel.
Aún no sabemos si la música de Miguel es superior a la de Frank Ocean (de quien se auguran tantas cosas para 2016) como el primero lo afirmó un tanto altaneramente en una entrevista a mediados de este año, pero lo que es seguro es que Wildheart es un punto culminante en el R&B actual.
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12. Arca – Mutant
El modelo híbrido es común en las formas de la sociedad contemporánea. Los cuerpos han dejado de ser físicos para pasar a un plano imaginario; la construcción de rostros e imágenes a partir de sugestiones provocadas por dispositivos. El productor venezolano Alejandro Ghersi (Kanye West, FKA Twigs, Björk), mejor conocido bajo el nombre de Arca, es la alusión más fiel a la deconstrucción de lo humano a partir de sonidos, una arritmia que por momentos roza en lo paranoico, pero que conforme avanza cada corte, la ambientación cobra texturas melódicas. Sin embargo, el distintivo de Arca es lo ecléctico y lo experimental. Para muestra basta con poner atención a los 62 minutos que dura Mutant, placa estrenada este este año, la cual continua con lo que su predecesor Xen auguraba: una masificación de sonoridades propias del vacío que las tecnologías han desarrollado en el hombre, en especial el Internet, pero que describen de manera clara lo que podríamos conceptualizar como 2015.
Conformado por 20 tracks inmersos en el glitch, el dubstep, el industrial, el techno o el noise, Mutant aborda inteligentemente conceptos como la tecnología, la mentira a gran escala y el ocultismo. Un compilado de música inclasificable que agudiza y plantea lo que podría ser un nuevo género en la música electrónica.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=mYEyHb8x6AY]
11.Susanne Sundfør –Ten Love Songs
La noruega Susanne Sundfør se ha convertido en una de las artistas más reconocidas de la electrónica pop escandinava, y con apenas 29 años posee ya seis álbumes. El pasado 16 de febrero, la originaria de Haugesung sorprendió a todos con el lanzamiento de su disco más ambicioso de toda su trayectoria musical: Ten Love Songs.
Inspirada en experiencias personales, la intérprete hace entrega de diez composiciones bien cuidadas musicalmente. Hasta ahora, es su trabajo más aclamado comercialmente. The Guardian lo describió como «un disco demasiado brillante, uno de los mejores del año».
Componer sobre la pérdida y el desamor sin caer en lugares comunes se agradece. Sundfør lo logra con la elegancia que le ha caracterizado a lo largo de su carrera. Desde la inicial «Darlings», una melodía serena acompañada por un órgano y coros celestiales, se nos da la primera campanada de lo que viene. Una obra cargada de honestidad y dolor.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=PS9xLhn-1vw]
10. Prurient –Frozen Niagara falls
Un grito no es muy diferente de un susurro. Eso es notorio después de escuchar el último disco de Prurient. Vayamos a eso. En Pedro Páramo, sabemos que a Juan Preciado no lo mató la canícula o entrar en ese purgatorio llamado Comala, sino los murmullos, aquellas vocecitas insoportables que lo acompañarán siempre, entre la locura y la indefinición. Lo mismo pasa con un grito. Un sonido demasiado engolado necesita de un escucha atento que sepa distinguir algo de comunicabilidad entre la voz distorsionada. Con Prurient, el estilo gutural es llevado al extremo en piezas que van de lo ambient a lo acústico, todas pasadas por el filtro del noise. Obra sin duda compleja (tal vez la más difícil de digerir en esta selección) que fascinará a los seguidores de gente como Sunn O))) y otras propuestas extremas y saturadas.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=Z3r6N46fozA]
9. Oneohtrix Point Never –Garden of delete
Oneohtrix Point Never parece haber comprendido que su talento necesitaba expandirse más allá del sonido y lo visual. Garden of delete no es un simple álbum, sino una narrativa compleja que incluye letras, algo nunca visto en el trabajo de Daniel Lopatin: cuentas de Twitter de una banda hyper-grunge inventada, Kaoss Edge, y del héroe de su álbum, Ezra; asimismo, un blog de Kaoss Edge donde existen publicaciones desde 1994, y el mismo Lopatin afirma haber sido influenciado por esta banda.
Garden of delete es un álbum complejo, no sólo musicalmente, sino en su concepto, pero por lo mismo, creo que es muy pronto para sacar conclusiones respecto a todo su significado. Por algún tiempo dará motivos de discusión, pero si algo es cierto, es que estamos ante un mar de neblina, a la expectativa de ver qué descubrimos del genio de Lopatin.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=Be67Sb4S-ec]
8. Stara Rzeka –Zamknely sie oczy ziemi
Stara Rzeka es el proyecto asombroso de un hombre orquesta, Kuba Ziolek (Alameda Trio, Ed Wood, Innercity Ensemble, Hokei, T’ien Lai, Kapital), quien es uno de los músicos más visionarios de Europa gracias a su capacidad de crear pasajes instrumentales de una belleza sobrecogedora. En el segundo álbum de Stara Rzeka, la paleta de sonidos del polaco va de las suaves sonoridades del pop psicodélico, al free jazz, pasando por la música de cámara. Sin embargo, hay un instrumento que persiste: la guitarra, con sus múltiples posibilidades armónicas. Se trata de una rara ave en un mercado lleno de estrellas exprés.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=76zOryTNxx8?list=PLlZCKQ35DsG5wO8eKcl-6LIfWLeIg-zw9]
7. Jerusalem in my heart –If He Dies, If, If, If, If
Desterritorializar los instrumentos y los géneros para dotarlos de una nueva mirada. Eso es lo que hace Radwan Ghazi Moumneh, mejor conocido como Jerusalem in my heart. Desde hace diez años, el músico asentado en Montreal mezcla sonidos e instrumentos propios del Medio Oriente (específicamente de Siria y Líbano) con las exploraciones de la electrónica. La fusión de estas dos caras, lejos de sonar forzada, permite imaginar los sonidos locales de esa región en un contexto cosmopolita.
If He Dies, If, If, If, If puede entenderse como dos experiencias distintas. Una es la que se escucha al darle play al álbum. La segunda incorpora otras expresiones artísticas adscritas a lo performático y visual. La otra mitad del grupo, Charles-André Coderre, se encarga del aparataje visual (fotografías, intervenciones de imágenes, filmaciones, loops e instalaciones lumínicas) que vuelve a Jerusalem in my heart una experiencia particular. Basta observar al conjunto en sus presentaciones en vivo: en múltiples ocasiones Ghazi Moumneh baila, sin tocar o cantar una sola línea. El baile se engarza místicamente con las proyecciones de Coderre y logra momentos de puro trance religioso.
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6. Sufjan Stevens –Carrie & Lowell
La gente no se cura del luto, la gente existe dentro de él. Sufjan Stevens atravesó el campo minado del dolor, olvidó los sonidos grandilocuentes de The Age of ADZ y creó Carrie & Lowell, una oda que refleja el pasado y promete en la intimidad.
Este material no es una entrega comercial, sino una disección. El epicentro es la vida de la compleja madre de Sufjan: Carrie, fallecida en 2012 y cuyo devenir estuvo marcado por la esquizofrenia, el abandono y el olvido. Las impresiones depositadas en este álbum son las del cantante, quien viaja a una temprana infancia y en ocasiones devuelve esperanza para el futuro.
La pérdida y el recuerdo se postran en el ukulele y el banjo, instrumentos preferidos del compositor, con ocasionales beats que guían el nostálgico trabajo. Destaca el carácter integral de las melodías, así como las transiciones entre canciones. No hay cambios abruptos pero tampoco monotonía en los sonidos, sino una elegante fusión.
«No hay nada más siniestro que la luz», escribió Julián Herbert en Canción de tumba; es posible que este sentimiento también estuviera presente en Sufjan, porque se distingue la amalgama de temor y vacío, como en «Death with dignity» o en «Should have known better», donde se aprecian nuevas narrativas, más libres, a las que se accede sin contraseñas. Es probable que sea uno de los mejores materiales de Sufjan y por supuesto del año. Autónomo, sin pretensiones, pero elegantemente elaborado.
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Canciones para llegar muy borracho del after y quedarte viendo al espejo mientras piensas «la he cagado no debí haberle escrito esos mensajes»; canciones para quedarse tirado en la cama toda la noche de un viernes sin otra cosa que mirar por décima vez Silver Linings Playbook por Netflix; canciones para beber solo mientras nadie más se da cuenta de que lo haces; canciones de amor para un corazón destrozado por dos palomitas azules; canciones para colgar los tenis de un lazo que cruce los diez metros cuadrados en los que vives.
Carrie & Lowell de Sufjan Stevens es lo que escucharías mientras hiperventilas en la esquina de tu cuarto. El oriundo de Detroit nos dice no estás solo, podemos inclinarnos a susurrar nuestros traumas bajo la cama juntos. Son once las canciones que hacen de este LP uno de los must obligados que deja un año tan malogrado para los entusiastas del buen augurio. Estar triste nunca pasa de moda y tampoco berrear por esa noche en la que no cogieron porque terminaste llorando. Carrie & Lowell es un recordatorio de que la vida es eso que pasa mientras faveas en el trabajo los tuits de alguien que no te conoce. Sufjan Stevens por favor nunca nos dejes.
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5. Viet Cong –Viet Cong
Aunque Viet Cong es popularmente conocido como el grupo guerrillero que luchó contra la dictadura en Vietnam, es también el nombre de una banda indie-rock canadiense que está dando mucho de qué hablar por conservar las raíces del post-punk inglés.
La agrupación compuesta por Matt Flegel (voz y bajo), Mike Wallace (batería), Scott Munro (guitarra) y Daniel Christiansen (segunda guitarra), lanzó el pasado enero su primer LP homónimo, el cual ha sido destacado por la crítica internacional por su propuesta oscura y experimental.
Para entender la crudeza que rodea a los originarios de Alberta, es necesario recordar las raíces del grupo. Women (2007), la primera banda que fundó Flegel, sufrió la pérdida de su guitarrista Christopher Reimer, quien murió por una complicación en el corazón mientras dormía en su departamento en 2012. Tras ser testigo del infortunio, el líder de la banda comenzó a componer canciones que hablaban de la muerte y de la decadencia ahora con Viet Cong (2015).
Entre los temas que destacan al álbum, encontramos «March of Progress», una canción que combina sintetizadores y guitarras que dan como resultado una textura industrial prominente; «Continental Shelf», el primer sencillo del grupo que se distingue por los estridentes efectos de guitarra, y «Death», además de ser el último track y el más largo de todo el disco, es el más sobresaliente a nivel composición.
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4. Vince Staples – Summertime ’06
Pocos músicos son capaces de darse cuenta del verdadero potencial de su talento al momento de iniciar sus carreras profesionales. Vince Staples es el caso contrario, pues, junto a su productor No I.D., debutó con un álbum doble, Summertime ’06, proyecto aparentemente ambicioso para una carrera que apenas comienza; sin embargo, al escuchar las veinte pistas de la obra, descubrimos que no es mera pretensión, sino talento. Incluso los 59 minutos del álbum parecen cortos para todo lo que Vince necesita decir. El rap es fluido, las rimas forman una narrativa sobre la desolación de nuestro mundo contemporáneo. Staples no se mide al opinar la crudeza de las situaciones o lo absurdo y contradictorio de la vida. «No matter what we grow into / we never gon’ escape our past…» afirma en «Like it is». Y es que la importancia de Staples radica en su manera de decirle al mundo lo jodido que está. Pues si bien muchos raperos, desde los N.W.A. hasta Kendrick Lamar lo han hecho, Staples extrae la crudeza no solo de las calles, sino de la vida para rimar al ritmo de los beats y los samples. Uno de los mejores álbumes debut del año, muestra de que el rap va más allá del glamour, las mujeres y el poder.
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3. Algiers –Algiers
Si bien es cierto que el hip hop y cierto tipo de R&B han desplazado en temáticas subversivas que otrora se adjudicaban al rock, aún existen algunas bandas que, bajeos y guitarrazos mediante, suenan tan estridentes como el más combativo de los raperos. Varios pasajes del álbum homónimo de Algiers traen a la memoria el espíritu combativo del género a través de sus ancestros: el blues, el gospel, el soul. Desde la reapropiación de estéticas situacionistas hasta el guiño a figuras emblemáticas de la música negra como Nina Simone, todo en Algiers no sugiere, clama, ser escuchado. Los versos, rasposos y adoloridos, miran al pasado: «Four hundred years of torture/Four hundred years a slave/Dead just to watch you squander/What we tried to save…So drown in entertainment/’Cause all our blood’s in vain.» También huelen a futuro: la caótica pulsión punk y el industrial se encarnan en varios temas: «Black Eunuch», «Irony, Utility, Pretext». ¿Pueden decirnos algo de nuestra miseria actual de cognitariados? El discurso de Algiers cala en el marco de las recientes matanzas de Ferguson, Missouri, Baltimore y Maryland; su música resulta un duro recordatorio: aún hay terreno por el qué luchar en términos de identidad y derechos civiles. Y sí, la música nunca es apolítica.
«Faulkner es un escritor latinoamericano porque Nueva Orleans es una ciudad del Caribe», dijo alguna vez Ricardo Piglia, no sin razón. Y el Caribe es África. Y África no puede desligarse de su historia de explotación y despojo, temas que son actuales en comunidades de Estados Unidos y del llamado Tercer Mundo. En Algiers, el eco de los tiempos de espaldas negras llenas de latigazos retumba en sus coros gospel y laboriles. Sincrónica y diacrónicamente, el disco vuelve a sus orígenes, siempre con una visión crítica del presente. También es un canto contra la explotación y el capital. Allá donde la lógica contemporánea pide ateos y hombres eficientes de traje, Algiers pide abrazar al hombre primitivo y la espiritualidad. El ladrido de la banda de Atlanta es incómodo en tiempos de hipercorrección política. Invita a hacer la revolución, evoca la vorágine de terror robespierrista: «Inscribe your tyrant’s name in blood / Choice is the guillotine!». Si alguna vez existe la categoría «futurismo tribal» (aunque artificiosa, la etiqueta resulta pertinente), Algiers será uno de sus más certeros exponentes.
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2. Jlin –Dark Energy
La escena electrónica de Chicago vive un momento sin precedentes. Específicamente, el footwork se ha vuelto en más que unos simples pasos de baile: es una batalla por una actitud, la de moverse lo más rápido y con la mayor destreza posible. Como mucha de la música que tiene proyección, el footwork proviene de los suburbios, en donde se evidencian las desigualdades sociales de una de las urbes más industrializadas del mundo. Ahí, jóvenes se divierten y crean sus propios pasos y mezclas con ritmos frenéticos a más de 180 bpm. El footwork prima el lo-fi, lo random, lo fragmentario. Algunos de sus gurús son Traxman y DJ Rashad , quien murió en abril pasado. Ellos y otros más, han llevado al género a dar la vuelta al mundo. Planet Mu, sello discográfico asentado en Inglaterra, puso los ojos en en esa escena de Chicago y ha llevado los beats a las calles europeas.
Jerrilynn Patton, mejor conocida como Jlin, vive en las afueras de la Ciudad de los Vientos y su trabajo puede asociarse a la escena footwork, pero sus alcances son otros. La productora lanzó este año un disco extraño, Dark Energy. Cobijada por Planet Mu, Jlin ha sabido crear una obra que se sostiene fuera del gueto; para ello, sólo hay que escuchar la inicial «Black Ballet» y darse cuenta que con su majestuosidad (hay cuerdas, motivos orquestales y un piano que repiquetea inquietantemente) pinta cierta distancia con las pistas de baile. Lo que es notable es que todas las piezas fueron trabajadas de una manera artesanal. No se trata de extractos de otras piezas para crear un conjunto nuevo, como es la costumbre de la música electrónica (aunque también se aprecian algunos samples de conversaciones). Así, cada composición fue pulida silenciosamente casi de manera orgánica y da como resultado un hermoso baile existencial.
A diferencia del disco de Algiers, Jlin no pretende aleccionarnos políticamente sobre la causa negra. Pero lo hace a su modo, sutilmente. Los títulos sirven de pistas culturales y guiños narrativos sobre la negritud: «Black Ballet» y «Black Diamond» no hacen sino invertir los estereotipos (el ballet es a la danza lo que el tenis o el golf son al deporte: actividades que conllevan marcas raciales) o cualidades físicas de un objeto. En tanto, «Guantanamo» y «Mansa Musa» aluden a momentos históricos de injusticia o choques bélicos. Se sigue que el título del álbum también apele a su comunidad: el black power es pura energía oscura. Un extraordinario debut.
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1. Kendrick Lamar –To Pimp a Butterfly
Con To Pimp a Butterfly, este año Kendrick Lamar se coronó como el nuevo representante de la costa oeste del hip hop. Directo desde Compton, Lamar nos presentó una obra maestra del hip hop contemporáneo que resume la historia del género. Con los beats, samples precisos, toques de jazz y diálogo, regresa al género por los senderos clásicos pareciendo nuevo al mismo tiempo. Y sobre todo porque el rap es una dialéctica provocativa que parece crecer con cada pista. El álbum no sólo son 79 minutos de producción musical de la mano de Dr. Dre, Terrace Martin y Flying Lotus, entre otros, sino un conjunto de poesía lírica en la cual observamos el enfrentamiento de Kendrick ante el mundo y principalmente Los Angeles. La narrativa lleva a Lamar a entrevistar al rapero Tupac Shakur, quien lleva casi 20 años muerto, a partir de unos samples extraídos de una entrevista con Swedish Radio en 1994, y no resulta gratuito cuando se percibe la musicalidad; pues To Pimp a Butterfly es una conversación con el pasado para asentar las bases del presente y mirar al futuro de la escena del hip hop. Sí, Kendrick Lamar se habrá convertido en el rey de la costa oeste en el 2015, pero sin olvidar a los antiguos portadores de la corona.
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